LOS “DIARIOS” DE
ALEJANDRA PIZARNIK: SIEMPRE SE MUERE
TARDE
por Andrés Ibáñez
(ABC Cultural /
23-12-2013)
Con
dieciocho años, al principio de la escritura del diario que le ocuparía toda la
vida, escribe Alejandra Pizarnik: «¡Morir! ¡Claro que no
quiero morir! Pero, debo hacerlo. Siento que ya está todo perdido». Las
referencias al suicidio son obsesivas y constantes. En 1962, con veintiséis,
escribe: «De todos modos el horizonte es siempre mi suicidio. Cada año prolongo
la fecha. Hoy la prolongué muchísimo: me mataré cuando tenga treinta años».
Una
y otra vez realiza esos «intentos» de suicidio que no son más que gestos
teatrales. Intenta suicidarse pero procura que los amigos se enteren.
Finalmente, comienza a deshacerse de todas sus cosas. Entonces, un día, tomó
barbitúricos y se suicidó de verdad. Tenía treinta y seis años. Nos dejó dos
libros: el volumen de su «Poesía completa» y sus «Diarios», publicados ambos por Lumen en
cuidadas ediciones a cargo de Ana Becciú.
¡Cómo
escribía Pizarnik! ¡Qué fuerza! ¡Qué belleza! ¡Qué intuición con las palabras! En
contra de lo que pudiera parecer, la edición que tenemos entre las manos no es
completa, sino que se trata de nuevo de una selección, aunque más amplia y
completa que la publicada anteriormente por la misma editorial. Ana Becciú nos
explica en el prólogo que ha intentado preservar la intimidad de la escritora
así como la de su familia y amigos, razón por la cual ha dejado muchas cosas
sin publicar, especialmente unos cuadernos de la última época en
los que hay personas que podrían reconocerse. Esta delicadeza es muy estimable,
pero nos hace preguntarnos qué es lo que habrá en esas partes expurgadas que
pueda ser más íntimo y personal que lo que nos es permitido leer en las páginas
dadas a la imprenta.
Sed de agua, agua,
agua
Tenemos
aquí a Alejandra Pizarnik desde los dieciocho
años hasta el fin de sus días con todas sus pesadillas, sus complejos, sus
miedos, sus raras costumbres, su obsesión con la delgadez, su odio a las
personas que no controlan su peso, su sed inexplicable (sed de agua, agua,
agua), sus temores sexuales, las orgías en las que
participa desde joven (seguidas de frecuentes comentarios sobre su poca
experiencia sexual o incluso sobre su timidez o inhibición en este terreno), la
atracción que ejercen sobre ella las mujeres, sus aventuras con mujeres, las
dudas sobre su sexualidad, sus amores, sus orgasmos. ¿Qué más puede quedar en
el tintero?
La
sensación de la propia insignificancia: «No puedo vivir como un ser humano». Alejandra
Pizarnik quiso que su diario fuera «literario» y es, en verdad, una apasionante
aventura literaria. A veces olvidamos que lo que leemos es un diario escrito a
mano en diversos cuadernos a lo largo de dieciocho años y tenemos la sensación
de estar leyendo una novela. Una novela experimental sin apenas referencias a
hechos o acontecimientos, que presenta sobre todo una enloquecida
aventura interior y que se abre en ocasiones en casi capítulos que
recogen detalladas conversaciones o a veces en casi relatos que podrían
pertenecer, sí, a una casi novela, esa que se pasó toda la vida deseando
escribir sin lograr encontrar la manera de hacerlo.
La intensidad es
mayor al principio y va decreciendo con el paso de los años. Los últimos
diarios son más fragmentarios, más prácticos: listas de lecturas, cartas que
hay que contestar, entradas breves y rápidas. Pero Dios mío, ¡cómo escribía la
Alejandra Pizarnik de dieciocho años! No cabe duda de que es una persona muy
joven y con poca experiencia la que rellena estas páginas, pero ¡qué fuerza!,
¡qué belleza!, ¡qué intuición con las palabras!
Hermana estrella: soy Alejandra
Su
pasión por la poesía de César Vallejo. La definición de la belleza como algo
fundamentalmente triste. Su lectura de Proust, que intuimos crucial. Calas
a pie en la librería: lea el párrafo central de la página 49, o las
maravillosas páginas 50 y 51. «La miopía exalta la individualidad. Verme a mí
perfectamente y a los otros como pobres seres borrosos.» La página 59. Kafka.
Safo. Las clases de la universidad. Las experiencias sexuales. La lectura de
«Sodoma y Gomorra» y el descubrimiento paralelo de que casi todas las mujeres
de Buenos Aires son lesbianas. Lecturas incesantes. Las interrogaciones de la
página 128.
Pizarnik
quiso que su diario fuera «literario» y es una aventura literaria. Utiliza cuatro
veces los dedos de ambas manos para contar cuántos hombres la han
besado (p. 137). El incontenible ardor sexual (p. 161). Neruda, Rimbaud,
Huidobro. Chorros de una imaginación que brota en todas direcciones. Un dominio
mágico del lenguaje: «Hermana estrella: soy Alejandra. Buenas noches».
Aforismos: «El cielo es la carne; el infierno, el alma».
También
está aquí la sensación del vacío del lenguaje, de la propia insignificancia,
que daría origen a su voz como poeta: «Yo no sé nada, no tengo nada que decir».
O: «No puedo realizar mi aventura humana. No puedo vivir como un ser
humano. No puedo». Oscura tragedia es que la literatura tenga que surgir, casi
siempre, de esta sensación de imposibilidad y de vacío. Sus notas a la lectura
del «Quijote». «No hay amores prohibidos, sino palabras
prohibidas.» Frases de desconcertante tristeza: «Siempre se
muere demasiado tarde». Insólita belleza. Alejandra Pizarnik.
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