MARCOS
DURAÑONA
LÍRICA
PARA PERDEDORES
(primera edición WEB elMontevideano Laboratorio de
Artes / 1017)
TERCERA ENTREGA
XXI
La
luna se hunde
y
en la sonrisa tajante
las
orquesta dejaron de sonar
y
los altares dejaron de brillar.
Te
busco en el ocaso
cargando
mis huesos rotos
brazo
podrido y borracho.
Ya
no quiero este brillo
con
el amor atado.
XXI
Cómo
olvidar el goteo de mi agua santa
cómo
olvidar el lengüeteo de la criatura alada
que
nos separa del crepúsculo.
Cómo
olvidar el calor de tu sien
que
empapa con magia este invierno.
XXIII
Se
levanta el inmortal para verme remontar.
Se
levanta el inmortal desde su risa.
Se
levanta desde su llanto para ayudarme a acostar.
XIV
Se
encorva tu postura de oro al atardecer.
Corrés
del vitró atado que te sigue sin parar
y
allá donde aumenta el silencio del hachazo
y
el ruido sordo del nudo en el cuello
la
mujer me acaricia a través del tumulto de oro.
XXV
Uno
debe separarse del incrustado sol en el pecho
del
camino que alquitrana
y
de la dulce moharra ensartadora de penas.
XXVI
Hombre
muerto caminando
con
la señal de Dios en la mano.
Iluminando
mi odio.
Hombre
bueno caminando
fraguado
en polvos humanos
por
el valle de la lágrima.
Con
el rosario en la boca.
Hombre
muerto y su señal
fraguada
en humos de plata
besando
el rostro del cielo.
XXVII
Paso
a paso
quebrando
el toro de plata de la opresión
el
grillete salió volando por la ventana
y
mis piernas se alzan al cielo
el
sombrero regalado vuelve a mi mano
cubierto
de sangre de paloma blanca
los
cuervos no prestan la sangre
el
anillo de juguete que regalé
vuelve
a mi mano en forma de oro
en
forma de libertad
y
aunque este acto no diga nada
las
palabras ya están escritas
con
la tinta de sangre caída del cielo.
XXVIII
Voy
por los caminos del silencio
hasta
que me doy cuenta
de
que un rayo quebró mi pensar.
Entonces
doy fe ciega a lo que está por venir
entibio
y friego mis manos
me
encorvo
y
escribo
a
Dios.
XIX
La
casa de metal me lleva hasta el fin
la
ultra violencia del diablo palpita en mi frente
el
piso esclavo de todo un poder que ejerce la voz
la
voz de Dios.
Hay
fluidez de aire estancado
que
presta su atención al núcleo final
de
la destrucción.
XXX
Entra
el gélido gemido del viento por los caños.
¿Quién
quiere entrar a mi corazón?
Porque
quiero que sepan
que
duermo con mi oro al costado.
¿Vienen
a robarme mis poemas?
Porque
quiero que sepan el lector o el viento endemoniado
que
los parí
en
el cuartel artiguista de la calle Lepanto.
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