ERNESTO CHE GUEVARA Y LEÓN FELIPE: UNA AMISTAD ENTRAÑABLE
por Daily Pérez Guillén
(digital@juventudrebelde.cu)
Ernesto Che
Guevara y León Felipe: una relación de admiración y amistad que el intercambio
epistolar nos revela. Breves notas llevadas y traídas de México a La
Habana y viceversa, hablan del trato íntimo que los unió. Dicen que se
conocieron en un café adonde acudían los republicanos españoles exiliados en la
capital mexicana. ¿Qué motivó el primer saludo, la presentación?; quién sabe.
Según
decían, el poeta había encarnado la aventura, desandar caminos como el Quijote
era una de sus más íntimas pasiones. Allá en España le había sido imposible
resignarse a la vida de farmacéutico y lo abandonaría todo para convertirse en
actor de una compañía de teatro ambulante con la que recorrió Barcelona, Madrid
y otros tantos lugares del Levante, hasta que fue alcanzado por sus acreedores.
La cárcel devino su castigo, pero la estancia tras las rejas durante tres años
le sirvió para asirse de una visión en extremo realista de las miserias humanas
y de otra, muy profunda, de la novela de Cervantes. Después sobrevendrían en
torrentes los versos, vocación revelada al público en enero de 1919, cuando los
«ismos» se apoderaban de las definiciones de academia y los entendidos no
llegaban a comprender qué tipo de poesía presentaba este poeta que se bautizaba
a sí mismo como León Felipe.
Felipe
Camino Galicia de la Rosa, que era ese su verdadero nombre, continuó
escribiendo versos, pero sería el largo exilio desde los primeros años de la
década del 30 el que marcaría con cicatrices los trazos de su pluma. La guerra
civil en España le impelió el regreso a su patria, pero apenas en 1938 hubo de
retornar a México y aquí se estableció definitivamente cuando el triunfo de la
dictadura franquista no le dejó otra alternativa. Aun cuando supo interpretar
como pocos el sentimiento español y llevarlo a sus versos, escasamente se le ha
reconocido el valor de su poesía de «dolorido acento castellano».
Para el
momento del encuentro entre Ernesto Guevara y León Felipe, acaecido algún día
entre los años 1954 y 1956, ya el joven argentino había desandado los caminos
de América y acumulaba un vastísimo catálogo de lecturas. Títulos que iban
desde la filosofía hasta la propia poesía y que se empeñaba en precisar,
primero en un Índice de Lecturas y después en las páginas posteriores de su
diario de viajes, revelan su amplio registro literario. Tal vez por eso no
resulte extraño el diálogo prolongado, en el tiempo y la distancia, entre el
viejo poeta y este joven que debió impresionarlo en la primera conversación. Un
joven que también se refugiaba en la poesía para mitigar el dolor, la nostalgia
o cantar a la belleza que encontraba en los caminos de América.
¿Le
mostraría Ernesto a León Felipe alguno de sus versos? ¿Le confesaría que en lo
más íntimo de su ser anhelaba la gracia de los poetas? Cualquiera suposición
ahora corre el riesgo de la especulación. Pero no faltarían los temas para el
diálogo fluido. Desde los rincones de América Latina que ambos habían visitado,
la poesía de Antonio Machado, las obras de Unamuno o las andanzas de Don
Quijote, hasta la filosofía que aturdía y paralizaba al poeta y al otro le
abría los caminos de la lógica y el método, podrían haber enlazado las palabras
en aquellas jornadas bajo el cielo de Ciudad México.
Pero las
evidencias concretas de la admiración que cimentó esta relación más allá de la
distancia y el tiempo yacen sobre el papel. Apenas en 1959, León Felipe le
envía al Comandante de la Sierra Maestra su libro El ciervo. «Al
Dr. Che Guevara, gran soldado defensor de la libertad de Cuba con un saludo de
hermano», reza en su dedicatoria.
Cinco años
después, en una misiva, el Che le confiesa que lo guarda entre sus dos o tres
libros de cabecera. Es una carta breve, pero llena de emoción que el entonces
Ministro de Industrias de Cuba desea reciba como homenaje. Hacía apenas unos
días le había «empujado» a unos obreros unos versos de aquel libro. El 15 de
agosto de 1964, cuando entregaba a un grupo de trabajadores reconocimientos por
su actitud de vanguardia en el trabajo, aclaraba que el poema no era de su
autoría, sino «de un hombre desesperado (…) un viejo poeta que está llegando al
final de su vida», y recitaba de memoria: «Pero el hombre es un niño laborioso
y estúpido/ que ha convertido el trabajo en una sudorosa jornada,/ convirtió el
palo del tambor en una azada/ y en vez de tocar sobre la tierra una canción de
júbilo,/ se puso a cavar./ Quiero decir que nadie ha podido cavar al ritmo del
sol,/ y que nadie todavía ha cortado una espiga con amor y/ con gracia».
Siete meses
después es León Felipe el remitente. Le escribe ya muy viejo y muy torpón, pero
le debe un abrazo y no quiere irse sin dárselo. Le envío como recuerdo el autógrafo del último poema que escribí hace
unos días. Salud y alegría. Le quiere su viejo amigo, le expresa el poeta.
Y en la primera línea de la cuartilla donde deja escurrirse los versos precisa:
Para el Che Guevara y a continuación
el título Palomas.
Las palomas de la Plaza de San
Marcos
que el municipio de Venecia cebaba para los turistas
se han muerto todas
de repente…
Las palomas de Picasso que yo guardaba
como una reliquia
en un viejo cartapacio,
han desaparecido…
En el Concilio Ecuménico nadie sabe
por dónde anda
la paloma de
la enunciación…
Y el Vaticano está consternado
porque se halla enferma, la paloma
del Espíritu Santo.
Se dice que en el mundo hay ahora
una mortífera epidemia de palomas…
Y el Consejo de la Paz no encuentra
Por ninguna parte una paloma.
Para entonces
ya el Che preparaba su partida secreta de Cuba rumbo al Congo al frente de un
grupo de combatientes que apoyaría la lucha armada en ese país. Después de
frustrarse esa misión internacionalista, el Comandante Guevara permanece oculto
en Tanzania y luego en Praga. Con absoluta discreción mantiene intercambio con
su esposa Aleida March y sus compañeros más cercanos. En una de esas
oportunidades solicita le envíen algunos libros entre los que se
encuentra El Ciervo. Para evitar cualquier indicio que revele su
presencia en Checoslovaquia, Aleida guarda en La Habana la dedicatoria que
escribiera León Felipe. Por eso el Che le reclama en una misiva: «Me
capaste El Ciervo; no te lo perdono…».
El poeta del
éxodo y del llanto murió en México el 18 de septiembre de 1968, casi un año
después del asesinato del Che en La Higuera. Debió conocer el suceso a través
de los medios de comunicación que replicaron la noticia en todo el orbe. Sin
embargo, con seguridad ignoró que entre los poemas que el Che recordaba y escribía
de memoria en una de sus libretas de campaña en Bolivia, revivía los versos de
su poema El Nacimiento.
Cristo, te
amo
no porque
bajaste de una estrella
sino porque
me descubriste
que el
hombre tiene sangre
lágrimas
congojas
llaves y
herramientas
para abrir las puertas cargadas de luz
¡Sí!
tú nos
enseñaste que el hombre es Dios…
un pobre
Dios Crucificado como tú
Y aquel que
está a tu izquierda en el Gólgota
el Mal
Ladrón
¡también es Dios!
Che
Versos
cargados de humanismo, sin dudas, arcilla de esta relación de admiración y amistad.
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