JULIO
CÉSAR CASTRO (JUCECA)
LA
VUELTA DE DON VERÍDICO
OCTAVA ENTREGA
TERRONAZO
VERSUS APERIÁ
Un hombre que supo
jugar al fobal, aura que dice, el rengo Sotelo Cartucho.
Se enrengueció de
chico, porque el padre le decía siempre que no arrastrara las patas para
caminar, y la madre, que era media sargenta, pa darle la contra al viejo le
decía que arrastrara lo que quisiera. Tonces, pa hacerle el gusto a los dos y
que no anduvieran discutiendo, el muchacho arrastraba una sí y una no. Se le
gastó la zurda.
Una güelta llegaron al
boliche El Resorte unos forasteros del Atlético Aperiá, pa un desafío al
Terronazo Fobal Clú. Lo mejor que tenía el Terronazo era el pardo Santiago.
Patiaba como cable pelau. Golero que le metía las manos las sacaba chamuscadas.
Sin embargo áhi tiene;
el tape Olmedo, mamau, cada vez que patiaba abría un surco con el dedo y le
pelaba la canilla al contrario. Cuando jugaba e golero había que pincharlo de
afuera con una picana, pa que no se quedara dormido contra un poste. ¡Lindo cuadro pa hacer dulce!
El partido entre el
Terronazo y el Aperiá se arregló por una olla podrida con matambre y todo.
Pal clásico llegó un
bruto genterío de gente de otros pagos. Era obligatorio andar armado. El
comesario dijo siempre que gente armada discute menos.
Como el partido era
bravo, el Terronazo contrató por un litro e vino al rengo Sotelo. Como le
gustaba ser rengo usaba muleta. Le había agarrau la mano, que era una luz el
tal Sotelo. Dentraba al área gritando “¡Ave María Purísima!” y no había quién
lo parara.
Partido muy peliau,
taba por terminar cero a cero cuando la agarró el pardo Santiago y se la dio a
Sotelo. El rengo salió pal arco a los gritos y los contrarios se apelotonaron
pa esperarlo. ¡Se armó una!
Levantaron una
polvareda que no se veía quién era cual. Tanto, que el golero salía dos por
tres a respirar un poco y volvía a clavarse en el tierrerío.
Fue cuando se escuchó
la voz del rengo Sotelo que gritaba:
-¡Penal! ¡Penal
sotretas y no me discutan! ¡Penal!
Cuando se abajó la
polvareda, taba Sotelo a los gritos y mostrando la muleta quebrada en dos. Lo
habían barrido y no era cuento.
Lo tiró el pardo
Santiago. El golero no la vio, pero sintió un calor al pasarle la pelota al
lado, que se tuvo que sacar la camiseta.
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