LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
SEPTUAGESIMOTERCERA ENTREGA
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Sebastián hizo también mucho por un
amigo de los tiempos de Leipzig, Cristián Henrici que, con el seudónimo de
“Picander”, escribió la letra de una serie de cantatas y salmos. Los escritos
profanos de ese Picander no gozaban de muy buena fama cuando Sebastián lo
conoció; pero este comprendió que el joven tenía talento. Picander contaba
quince años menos que Sebastián, y, como este necesitaba de un libretista para
su música, aceptó su cooperación. Picander demostró que servía, a pesar de
cierta rudeza y vulgaridad de su espíritu, pero supo comprender los deseos de
Sebastián, se hizo su admirador y amigo, y escribió la poesía religiosa que mi
marido necesitaba. Una vez dijo a Sebastián que muchos de sus amigos se reían
al verle ocuparse del arte místico, pero que no por eso había que creerle
indiferente a la religión. Consideraba justo ofrecer al Creador los frutos
juveniles del espíritu, y no reservarle solamente los restos que quedasen en la
vejez, si es que se llegaba a ella. Escribió un libro de cantatas, y decía en
el prólogo que las había hecho “para gloria de Dios y para satisfacer el deseo
de buenos amigos”. “He emprendido esta tarea”, seguía diciendo en dicho
prólogo, “con la esperanza de que su falta de encanto poético será corregida
por la deliciosa música del incomparable maestro de Capilla Bach, y de que será
ejecutado en las iglesias de la piadosa Leipzig”.
Picander era asimismo un buen músico,
lo que hacía más fácil su colaboración con Sebastián, y también fue nombrado
miembro de la Asociación Musical, cuando esta se hallaba bajo la dirección de
mi marido.
Siempre presentí que la influencia
inconsciente de Sebastián, su rectitud y su amor por todo lo bello y justo,
ejercía un efecto extraordinario en el modo de ser de Cristián Henrici. Quien
conocía a Sebastián, se transformaba de una manera extraordinaria; al oír su
música sentía el impulso de ser bueno. Ya he dicho que las lisonjas no le
producían a Sebastián gran alegría, pero una vez se alegró de todo corazón cuando,
después de la ejecución de una cantata, se le acercó un estudiante y le dijo:
-Después de oír esta música siento
que, por lo menos durante una semana no podría hacer nada malo.
Yo tuve la sensación de que esas
palabras llegaron a lo más profundo del corazón de mi marido, y le afectaron
más que el elogio del músico más inteligente.
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