UNA BREVE HISTORIA DEL AMOR (Y DE LA COSIFICACIÓN DE LA MUJER) DESDE LA
LITERATURA
por Mónica Acebedo
(Arcadia / 2-11-2018)
Entender la razón
por la cual la mujer, supuestamente amada, es reiteradamente objeto de maltrato
es una de las grandes incógnitas seculares. La literatura ha representado el
amor, el enamoramiento, los usos amorosos e inclusive el matrimonio a partir de
variopintos idearios colectivos construidos y complementados con elementos
sociales, culturales, políticos, jurídicos y religiosos de cada momento. Sin
embargo, el amor romántico que se expresa en la literatura a partir del
Renacimiento es diferente al ideal de la antigüedad y al de la Edad Media. Dice
Catherine Soriano en un artículo llamado “Tópico y modernidad en La
industria vence desdenes de Mariana de Carvajal”: “Recordemos que para
los griegos y los romanos, el amor es una enfermedad (Menandro), en la medida
que trasciende la voluptuosidad, que es su fin natural; para Plutarco, es un
frenesí; otros pensaron que era una rabia, y que a los enamorados había que
perdonarles como si estuviesen enfermos. En la Edad Media, todos los libros
médicos medievales consideran el enamoramiento como un tipo de locura; al
parecer, la causa de tal enfermedad es una inflamación del cerebro debida al
deseo insatisfecho. El Liber de parte operativa de Arnaut de
Vilanova gozó de enorme difusión durante el siglo XVI (con más de cien
ediciones impresas) y allí se incluye también al amor como la cuarta
manifestación de la locura. En cuanto a la curación de tan desesperada
dolencia, todos los médicos coinciden en recetar, como primera medicina, el
matrimonio con la mujer amada” (1543).
Así, en la
antigüedad la literatura da cuenta de premios de guerra que se tornan en la
mujer amada, como es el caso de Briseida con Aquiles o inclusive el amor de
Paris y Elena, que constituye el andamiaje de guerra más importante de la
historia de la literatura antigua. Pero es que La
Iliada es una obra que realza la gloria militar por encima de todo
concepto; el amor es un mero resultante de una guerra encarnizada por una mujer
que no es más que un símbolo estancado entre una lucha por el poder entre
hombres y dioses que se yuxtaponen caprichosamente a lo largo de todo el poema.
En La Odisea, en cambio, se presenta la astucia por encima de la
fuerza, unas mujeres enérgicas, seductoras e importantes. Y el amor es más una
imposición social que lleva a Penélope a ser paciente y consistente con la
ayuda de dioses disfrazados que propenden por la familia por encima de la
guerra. Virgilio, más tarde, demarca los usos amorosos de la mano de los
dioses, como ocurre en La Eneida, ya que, por un ardid de Venus y
Cupido, Dido se enamora perdidamente de Eneas.
En la Edad Media la
cosa es bien diferente. Aurelio González atribuye a investigadores como
Jeanroy la definición del concepto del amor como un invento de la sociedad
medieval. Obviamente, no es que antes no hubiera la expresión de sentimientos
que se entiende en términos modernos como “amor”, lo que ocurre es que el amor
cortés de la Edad Media da cuenta de la idealización de la mujer. En ese
sentido escribe el profesor González en “El amor en la literatura medieval: la
dama y el caballero” (Amor e Historia: La Expresión De Los Afectos En
El Mundo De Ayer): “El amor, en cuanto expresión de sentimientos
elevados, tratamiento de privilegio, maneras corteses y atentas, la mujer
como foco de la atención en la reunión social o en la relación hombre-mujer en
síntesis: las relaciones sentimentales como resultado de la idealización de la
mujer, son términos de conducta que, en formas diluidas, siguen teniendo
vigencia en nuestros días, pero que a un ciudadano serio y formal de la Roma
imperial le hubieran parecido absurdos, y a un hombre formado en la cultura
oriental tradicional poco menos que incomprensibles”. En ese orden de ideas,
esa idealización femenina que se hereda del amor cortés determina unos
estrictos códigos de cortejo que se convierten, al mismo tiempo, en armas
para el desengaño. Es decir: los hombres al tener una mujer idealizada se
enfrentan a situaciones que para que sean aceptadas socialmente requieren de
tretas y maniobras para lograr a la mujer amada.
Claro está que no
toda la literatura medieval –entre otras por la carga axiológica que se
desprende de bautizar una época tan larga como una sola– se enmarca dentro la
objetivación y adoración femenina; justamente, en el corpus literario que hace
referencia al concepto del amor, juega un papel esencial El libro del
buen amor escrito por Juan Ruíz, Arcipreste de Hita (1284 – 1351). Se
trata de un poema cuyo hilo conductor es la biografía ficticia del autor. En el
texto se describen sus amores con mujeres de diversas condiciones sociales
(monjas, moras, dueñas, serranas) en las cuales se da cuenta de varias
experiencias que posiblemente se definirían más como sexuales que amorosas, a
la luz de las aproximaciones de la sicología moderna sobre el concepto de amor
como expresión de los sentimientos. De hecho, resultan peculiares los episodios
que describen a las mujeres (dueñas chicas y serranas) como la parte dominante
de la relación sexual. Esa visión es tal vez a la que se van a oponer
radicalmente los moralistas unos años después. Es decir, la mujer es un ser
malvado que lo único que hace es pervertir a los “buenos de los hombres” (por
ejemplo, Santo Tomás de Aquino).
En esa evolución,
es indispensable destacar dentro de los usos amorosos en papel de la alcahueta
(Urraca o Trotaconventos en El libro del buen amor), figura
que luego se materializa en la Celestina (1499) de
Fernando de Rojas y posteriormente en gran parte de la literatura
barroca. Ahora bien, los usos amorosos de la sociedad barroca
juegan un papel fundamental dentro de la institución del matrimonio.
Indiscutiblemente, el matrimonio entre nobles es mayormente arreglado y debe
ser aprobado por los padres de las damas. Estas se tienen necesariamente que
casar con varones que las igualen en nobleza, belleza y hacienda. Sin embargo,
el matrimonio arreglado no descarta las técnicas del galanteo que en ocasiones
el hombre utiliza para obtener el favor de la mujer amada con la que se quiere
casar o simplemente por un mero capricho sexual. Y es que el matrimonio se
había convertido en un sacramento solemne a partir del Concilio de Trento
(1545-1563). El Concilio lo que pretendió fue ratificar el acto como un rito católico
y como parte inherente a la vida cristiana. Antes del Concilio se presentaban
muchas uniones que simplemente habían tenido testigos o partían de una promesa
mutua entre los contrayentes. Es decir, bastaba que los contrayentes afirmaran
que se habían desposado para que el acto tuviera las consecuencias desde la
perspectiva del derecho canónico. No es que no hubiera matrimonios por el rito
cristiano ante un sacerdote, pero la práctica se había ignorado
reiterativamente y por eso la Contrarreforma responde a esa laxitud.
Roberto González
Echevarría en Amor y ley en Cervantes afirma que “En la
literatura del Siglo de Oro español, todo lo que sucede antes del matrimonio se
convierte en tema de comedia y todo lo que sucede después del matrimonio, en
tema de tragedia”. El matrimonio es una institución reconocida por el Estado y
por el derecho, mientras que la promesa de matrimonio no tiene necesariamente
ningún fundamento legal. Se trata simplemente de una cuestión de honor. Por
eso, tal vez el teórico en su interesante análisis jurídico-literario concluye
que mientras no haya coerción jurídica, todo se vuelve materia de comedia.
Claro está, que dentro de esa “comedia” está el drama que siente la dama
burlada, porque independientemente del análisis legal, lo que le ocurre a la
mujer a la que se le ha incumplido una promesa de matrimonio y se le ha
deshonrado. Este sentimiento es expresado de manera constante en la literatura,
por ejemplo: Dorotea en El Quijote.
Ahora, dentro del
contexto del amor que proviene del Medioevo, toma especial relevancia el tema
de la pasión. Afirma Denis de Rougemont en Amor y Occidente: “Pasión
quiere decir sufrimiento, cosa preponderancia del destino sobre la persona
libre y responsable. Amar más al amor que al objeto del amor, amar a la pasión
por sí misma […] es buscar sufrimiento”. Esto es, el hombre idealiza no
solamente a una mujer perfecta sino el concepto de amor perfecto y apasionado.
Esta idealización implica sufrimiento, de lo contrario no es verdadera.  
Es entonces a
partir de la idealización femenina, que proviene del amor medieval, que se
tiende a cosificar a la mujer, por lo menos en la literatura. Se trata de un
objeto idealizado y perfecto, como por ejemplo Oriana en Amadís de
Gaula (Garci Rodríguez de Montalvo, 1508), o la misma
Beatriz de la Comedia (1321) de Dante. Pero, una
vez alcanzada la posesión, el dueño del nuevo objeto lo defenderá por encima de
todo, siempre y cuando el “objeto” no actúe en contra de los deseos del
dueño. Al mismo tiempo la Edad Media presenta expresiones literarias de
mujeres totalmente contrarias a la cosificación, y es a partir de la
Contrarreforma y de las estrictas aseveraciones de los moralistas como Baltazar
Gracián o el mismo Fray Luis de León que se reafirma a la mujer como un objeto
de perfección que no puede fallar a las expectativas masculinas.
 
 
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