MIRCEA ELIADE
EL MITO DEL ETERNO RETORNO:
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
QUINTA ENTREGA
1. Arquetipos y repetición (5)
Los mitos y la historia (1)
Cada uno de los ejemplos citados en el presente capítulo nos revela la
misma concepción ontológica “primitiva”: un objeto o un acto no es real más que
en la medida en que imita o repite un arquetipo. Así la realidad se adquiere exclusivamente por repetición o participación; todo lo que no tiene un modelo ejemplar está
“desprovisto de sentido”, es decir, carece de realidad. Los hombres, pues,
tendrían la tendencia a hacerse arquetípicos y paradigmáticos. Esta tendencia
puede parecer paradójica, en el sentido de que el hombre de las culturas
tradicionales no se reconoce como real sino en la medida en que deja de ser él
mismo (para un observador moderno) y se contenta con imitar y repetir los
actos de otro. En otros términos, no
se reconoce como real, es decir, como
“verdaderamente él mismo” sino en la medida en que deja precisamente de serlo.
Sería, pues, posible decir que esa ontología “primitiva” tiene una estructura
platónica, y Platón podría ser considerado en este caso como el filósofo por
excelencia de la “mentalidad primitiva”, o sea como el pensador que consiguió
valorar filosóficamente los modos de existencia y de comportamiento de la
humanidad arcaica. Evidentemente, la “originalidad” de su genio filosófico no
desmerece por ello; pues el gran mérito de Platón sigue siendo su esfuerzo por
justificar teóricamente esa visión de la humanidad arcaica empleando los medios
dialécticos que la espiritualidad de su tiempo ponía a su disposición.
Pero nuestro interés no se dirige a ese aspecto de la filosofía platónica;
apunta a la ontología arcaica. Reconocer la estructura platónica de esa
ontología no nos llevaría muy lejos. Mucho más importante es la segunda
conclusión que se desprende del análisis de los hechos citados en las páginas
precedentes, a saber, la abolición del tiempo por la imitación de los
arquetipos y por la repetición de los gestos paradigmáticos. Un sacrificio, por
ejemplo, no sólo reproduce exactamente el sacrificio inicial por un dios ab ignore, al principio, sino que sucede en ese mismo momento mítico
primordial; en otras palabras: todo sacrificio repite el sacrificio inicial y coincide con él. Todos los
sacrificios se cumplen en el mismo instante mítico del comienzo; por la
paradoja del rito, el tiempo profano y la duración quedan suspendidos. Y lo
mismo ocurre con todas las repeticiones,
es decir, con todas las imitaciones de los arquetipos; por esa imitación el
hombre es proyectado a la época mítica en que los arquetipos fueron revelados
por vez primera. Percibimos, pues, un segundo aspecto de la ontología
primitiva; en la medida en que un acto (o un objeto) adquiere cierta realidad por la repetición de los gestos
paradigmáticos, y solamente por eso hay abolición implícita del tiempo profano,
de la duración, de la “historia”, y el que reproduce el hecho ejemplar se ve
así transportado a la época mítica en que sobrevino la revelación de esa acción
ejemplar.
La abolición del tiempo profano y la proyección del hombre en el tiempo
mítico no es reproducción, naturalmente, sino en los intervalos esenciales, es
decir, aquellos en que el hombre es verdaderamente
él mismo en el momento de los rituales o de los actos importantes
(alimentación, generación, ceremonias, caza, pesca, trabajo, guerra, etc.). El
resto de su vida se pasa en el tiempo profano y desprovisto de significación:
en el “devenir”. Los textos brahamánicos ponen muy claramente de manifiesto la
heterogeneidad de los dos tiempos, el sagrado y el profano, de la modalidad de
los dioses ligada a la “inmortalidad” y de la del hombre ligada a la “muerte”.
En la medida en que repite el sacrificio arquetípico, el sacrificio en plena
operación ceremonial abandona el mundo profano de los mortales y se incorpora
al mundo divino de los inmortales. Por lo demás, lo declara en estos términos:
“He alcanzado el cielo, los dioses; me he hecho inmortal!”.
Si entonces bajara sin cierta preparación al mundo profano, que abandonó
durante el rito, moriría de golpe; por eso son indispensables ciertos ritos de
desacralización para reintegrar al sacrificante al tiempo profano. Lo mismo
sucede durante la unión sexual ceremonial; el hombre deja de vivir en el tiempo
profano y desprovisto de sentido, puesto que imita a un arquetipo divino. El
pescador melanesio, cuando sale del mar, se
convierte en el héroe Aori y se encuentra proyectado en el tiempo mítico,
en el momento en que acontece el viaje paradigmático. Así como el espacio
profano es abolido por el simbolismo del Centro que proyecta cualquier templo,
palacio o edificio en el mismo punto central del espacio mítico, del mismo modo
cualquier acción dotada de sentido llevada a cabo por el hombre arcaico, una
acción real cualquiera, es decir, una
repetición cualquiera de un gesto arquetípico, suspende la duración, excluye el
tiempo profano y participa del tiempo mítico.
En el capítulo venidero, cuando examinemos una serie de concepciones
paralelas en relación con la generación del tiempo y el simbolismo del Año
Nuevo, tendremos ocasión de comprobar que esa suspensión del tiempo profano
corresponde a una necesidad profunda del hombre arcaico. Comprenderemos
entonces la significación de esta necesidad, y veremos en primer término que el
hombre de las culturas arcaicas soporta difícilmente la “historia” y que se
esfuerza por anularla en forma periódica. Los hechos que hemos examinado en el
presente capítulo adquirirán entonces otras significaciones. Pero antes de
abordar el tema de la regeneración del tiempo conviene considerar desde un
punto de vista diferente el mecanismo de la transformación
del hombre en arquetipo mediante la repetición. Examinaremos un caso
preciso; ¿en qué medida la memoria colectiva conserva el recuerdo de un
acontecimiento “histórico”? Hemos visto que el guerrero, sea cual fuere, imita
a un “héroe” y trata de acercarse lo más posible a ese modelo arquetípico.
Veamos ahora lo que el pueblo recuerda de un personaje histórico, cuyos actos
están bien atestiguados por documentos. Atacando el problema desde este ángulo
damos un paso adelante. Puesto que ahora se trata de una sociedad a la que,
pese a ser “popular”, no se la puede calificar de “primitiva”.
Refirámonos, para dar un solo ejemplo, al conocido mito paradigmático
del combate entre el héroe y una serpiente gigantesca, a menudo tricéfala, que
a veces es reemplazada por un monstruo marino (Indra, Heracles, etcétera;
Marduk). Allí donde la tradición goza todavía de cierta actualidad, los grandes
soberanos se consideran como los imitadores del héroe primordial: Darío se
juzgaba como un nuevo Thraetaona, héroe mítico iranio quien se decía que había
dado muerte a un monstruo tricéfalo; para
él -y por él- la historia era regenerada, pues, de hecho, la historia se
convertía en la reactualización de un mito heroico primordial. Los adversarios
del faraón eran considerados como “hijos de la ruina, de los lobos, de los
perros”, etc. En el texto llamado Libro
de Apofis, los enemigos a quienes combate el faraón son identificados con
el dragón Apofis, mientras que el faraón era asimilado al dios Ra, vencedor del
dragón. La misma transfiguración de la historia en mito, pero por otro medio,
se halla en las visiones de los poetas hebreos. Para poder “soportar la
historia”, es decir, las derrotas militares y las humillaciones políticas, los
hebreos interpretaban los acontecimientos contemporáneos por medio del antiquísimo
mito cosmogónico-heroico que implicaba, evidentemente, la victoria provisional
del dragón, pero sobre todo su muerte final a manos de un Rey-Mesías. Por tal
causa da a los reyes paganos los rasgos del dragón, tal es el Pompeo descrito
en los Salmos de Salomón (IX, 29), el Nabucodonosor presentado por Jeremías
(51, 34). Y en el Testamento de Ashen (VII, 3) el Mesías mata al dragón bajo el
agua.
En los casos de Darío y del faraón, como en el de la tradición mesiánica
de los hebreos, nos hallamos frente a la concepción de una “élite” que
interpreta la historia contemporánea por medio de un mito. Se trata, pues, de
una serie de acontecimientos contemporáneos que están articulados e
interpretados conforme al modelo atemporal del mito heroico. Para un moderno
hipercrítico, la pretensión de Darío podía significar jactancia o propaganda
política, y la transformación mítica de los reyes paganos en dragones
consistiría en la laboriosa invención de una minoría hebrea incapaz de soportar
la “realidad histórica” y deseosa de consolarse a toda costa refugiándose en el
mito y el wishful-thinking. Lo
erróneo de una interpretación tal -puesto que para nada tiene en cuenta la
estructura de la mentalidad arcaica- se relaciona, entre otras cosas, con el
hecho de que la memoria popular aplica una articulación y una interpretación
completamente análogas a los acontecimientos y a los personajes históricos. Si
bien se puede sospechar que la transformación en mito de la biografía de
Alejandro Magno tiene un origen literario, y por consiguiente se la puede
acusar de ser artificial, esa objeción carece de todo valor en cuanto a los
documentos que más adelante mencionaremos.
Dieudonné de Gozon, tercer Gran Maestre de los caballeros de San Juan de
Rodas, se hizo célebre por haber dado muerte al dragón de Malpasso. Como era
natural, en la leyenda el príncipe de Gozon ha sido dotado de los atributos de
San Jorge, conocido por su lucha victoriosa contra el monstruo. Es inútil
precisar que el combate del príncipe de Gozon no se menciona en los documentos
de su tiempo y que sólo comienza a hablarse de él unos dos siglos después del nacimiento del héroe. En otros términos: por
el simple hecho de haber sido considerado como un héroe, el príncipe de Gozon fue elevado a una categoría, a la de
arquetipo, en la cual ya no se han tenido en cuenta sus hazañas auténtica, históricas, sino que se ha conferido una
biografía mítica en la que era imposible omitir
el combate con el monstruo reptil.
M. P. Caraman, en un estudio muy documentado sobre la génesis de la
balada histórica, nos dice que de un acontecimiento histórico bien determinado
(un invierno particularmente riguroso, mencionado en la crónica de Leunclavio,
así como en otras fuentes polacas, durante el cual todo un ejército halló la
muerte en Moldavia) no ha quedado casi nada en la balada rumana que relata esa
expedición catatrófica de los turcos, pues el acontecimiento histórico ha sido
transformado en un hecho mítico (Malkosch
Bajá combatiendo al rey Invierno, etcétera).
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