EXCLUSIVO DESDE MÉXICO
ALEJANDRA AMATTO
JUAN CARLOS ONETTI
Cartas de un joven escritor.
Correspondencia con Julio E. Payró
Ed. crítica, preliminar y notas de Hugo J.
Verani
Era-Lom-Trilce / México / 2009 / 170 pp.
El centenario del nacimiento del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti
(1909-1994) trajo consigo una prolífica serie de coloquios, homenajes y
publicaciones que giraron en torno a su extenso y magistral ejercicio
narrativo. Los encuentros literarios para conmemorar su vida y su obra se
produjeron en diversos y distantes puntos como Alemania, Argentina, España,
México, Uruguay, entre otros.
Como es evidente, los estudios críticos sobre su literatura abundaron.
Más allá de las nuevas revisiones académicas de los ya clásicos textos
onettianos, destacan los verdaderos hallazgos que, a cien años de su
nacimiento, la obra de Onetti continúa deparando a sus lectores. Una prueba de
ello es la aparición de la correspondencia entre el autor uruguayo y su
fraternal amigo argentino, el crítico de arte moderno y artista plástico Julio
Payró (1899-1971), que magistralmente compila, reseña y prologa en Cartas de un joven escritor. Correspondencia
con Julio E. Payró.
Pionero en varios estudios críticos sobre la obra del escritor, Verani
inaugura el libro con un prólogo en que detalla en forma exhaustiva el cómo y
el por qué del vínculo epistolar entre estos dos rioplatenses. Además, subraya
con acierto las implicaciones que posee la edición y el estudio de esta
correspondencia inédita, reveladora de un joven Onetti prácticamente
desconocido en el ambiente literario local de la época.
Las sesenta y nueve cartas que el crítico rescata, con riguroso y
metódico apego a los originales, se conservan en dos prestigiosas instituciones
estadounidenses: la Research Library del Getty Research Institute (Los Angeles,
California) y la Hesburgh de la University of Notre Dame (South Bend, Indiana)
y se complementan con el invaluable aporte testimonial de la familia Payró. Las
misivas de Onetti a su amigo argentino fueron escritas durante veinte largos
años, entre 1937 y 1957, y enseñan al lector un perfil del escritor uruguayo
muy distinto al que habitualmente se conoce.
Como señala Verani en su estudio preliminar, Onetti comparte con Payró
mucho más que disertaciones sobre literatura y arte. Gracias a las cartas que
enviaban al otro lado del Río de la Plata, los lectores pueden percibir otra
faceta del autor montevideano y conocer muchos de los aspectos extraliterarios
que rodearon la composición de sus primeros textos. La correspondencia no sólo
revela el interés sagaz del escritor por la literatura de su tiempo -y no
únicamente por géneros como el policial, creencia ya arraigada en la crítica-,
sino que lo evidencia como conocedor y amante de otras manifestaciones
artísticas en apariencia ajenas a él, como la pintura o el teatro.
Así lo explica Verani, pues desde su perspectiva esta correspondencia
muestra “una pasión compartida por la cultura moderna” y no se recoge por un
simple afán arqueológico, sino porque
revela vertientes poco conocidas del autor: “las cartas muestran a un joven
escritor anhelante de amistad y afecto, sorprendentemente entusiasta, confiado
y expansivo… Son carta pobladas de referencias culturales, de juicios valorativos
sobre muchos libros y películas, recomendaciones de lecturas (que hacía en
francés y en inglés” (p. 17). Este aspecto que resalta el crítico es muy
significativo. Las cartas abarcan dos grandes asuntos en la vida del escritor,
ya que no sólo exponen las distintas influencias estéticas, literarias y
artísticas que rodean a Onetti, sino que muestran al lector las constantes
penurias económicas y amorosas por las que tuvo que transitar en aquellos días.
Por ejemplo, los muchos empleos desvinculados de la literatura que
aceptó para poder sobrevivir y al mismo tiempo escribir. Uno de estos trabajos
fue el de vendedor de autos en una agencia, ocupación que finalizó en abril de
1938 cuando en una misiva del 29 de ese mes le comunica a Payró su actual
condición de desempleado y no duda en pedirle, como en otras ocasiones, ayuda
al respecto: “Por muerte de uno de los socios la automovilería se liquida. Yo creo
que no será difícil acomodarme por acá en algo semejante. Pero ya que se
presenta la posibilidad de cambiar, me permito
recordarle (éstas son las palabras que empleo cuando redacto avisos de
vencimientos) que usted me habló de ciertas, vagas, débiles posibilidades de
conseguir trabajo en Pregón (periódico
argentino). Si puede tantear algo en ese sentido, hágalo” (p. 69).
Por lo demás, y de forma casi excepcional en lo que a la totalidad de la
correspondencia se refiere, se recoge una carta del 11 de noviembre de
noviembre de 1941 en donde un Juan Carlos Onetti desconsolado y desconocido hace
referencia a la ruptura amorosa con su segunda esposa, María Julia, quien es
siempre nombrada como Mlle. Vibert, y que al parecer también conocía y mantenía
una relación amistosa con Payró: “Unas pocas líneas, justamente ahora, después
de tanto silencio, para cumplir con el deber de amistad de comunicarle que
Mlle. Vibert, Mlle. Miracle, ha decidido cambiar su escritor de cuentos por un
homérico narrador de viva voz… acabó por irse para siempre jamás en el ómnibus
de las 8:30 de la mañana de hoy, lunes 10 de noviembre del enigmático año de
1941. No puedo decirle qué fue para mí esta semana. Tenerla a mi lado y verla
ardiendo y en silencio, como una bestia enferma, de amor por otro…” (p. 130).
Con respecto a lo literario, y más allá de las alusiones a su particular
e intensa vida personal, las cartas son un testimonio de gran utilidad para
entender mejor la incipiente poética narrativa del autor a lo largo de las
décadas de los años treinta y cuarenta principalmente, en las que se producen
textos muy significativos en su obra, como en el caso de El pozo (1939), libro emblemático que se menciona en la carta
número 30, escrita en diciembre de 1939, en la que Onetti parece tener muy poca
vconvicción acerca del valor de su literatura: “Aquí tiene el primer libro de
su amigo que sale al mundo. Usted lo conoce y no tiene, pues, obligación de
releerlo. Sobre todo cuando me han dicho tantos horrores de estas humildes cien
paginitas. Amoral y degenerado fueron los adjetivos más reproducibles
cosechados hasta ahora. Sin embargo, a Torres (García) creo que le gustó mucho
y de verdad… En cuanto a mí, yo frente al libro, una desilusión” (p. 102).
Gracias a este abierto testimonio que en dos líneas Onetti ofrece a Payró, se
retrata con claridad y sin rodeos, cuáles fueron algunos de los más
controvertidos comentarios en la temprana recepción de El pozo, libro que ahora se sabe fue catalogado como “amoral y
degenerado” y que significó para el propio autor “una desilusión”.
A pesar de las duras críticas que recibieron esas “cien paginitas” -descalificadas
aun más con el empleo del diminutivo-, Onetti lanza una breve frase que es por
demás significativa: “A Torres creo que le gustó mucho y de verdad”. Esta mención
del pintor uruguayo-catalán Joaquín Torres-García (1874-1949), no es menor.
Amigo en común tanto de Payró como de Onetti, la figura del artista plástico
pionero del Constructivismo resulta emblemática por aquellos años en la vida
del autor. Como reseña Verani en su estudio: “su magisterio contribuye a que
Onetti refine su entendimiento de la pintura. Y algo más importante: su
concepto del arte, de pintura sin tema, sin anécdota, la pintura “sin
literatura”, que el pintor defiende en sus ensayos, enriquece el pensamiento
literario onettiano. El asiduo trato entre ellos impone en Onetti modos de ver
y de sentir las artes, a tal punto que es posible distinguir una relación
natural entre sus obras…” (p. 30).
Cartas de un joven escritor también confirma una muy conocida pasión
onettiana: la lectura de William Faulkner. Dos libros del escritor y premio
nobel estadounidense “le abren un nuevo y definitivo camino: lee Santuario en 1938, en francés; y Las palmeras salvajes, en 1940, en
español, en la traducción de Borges” (p. 35). En su carta del 25 de agosto de
1938, Onetti alude a la lectura de la primera obra: “Tengo Santuario, en francés, de Faulkner. Recién empecé a leerlo, muy
interesante y difícil” (p. 80), y cierra la carta con una divertida frase que
expresa sus ansias de seguir con la misma: “Me voy a leer a Faulkner y a tomar
mate” (p. 81). A medida que las páginas de la novela avanzan, y las cartas
también, el lector puede intuir la polémica que se ha establecido sobre la
misma. Por ejemplo, en la extensa carta número 20, del 30 de agosto de 1938,
Onetti deja una graciosa postdata en el aire a Payró: “¿Por qué dice que
Faulkner abusa del choclo? (p. 84).
Lamentablemente las cartas de Payró a Onetti se perdieron. Una de las
razones principales fue, como señala Verani, porque el autor uruguayo “no
guardaba la correspondencia e incluso solía destruir sus propios manuscritos”
(p. 15). En este caso, como sucede con muchos de los debates y temas que se
plantean en las cartas, las impresiones de Payró sobre la novela de Faulkner
quedan truncas y apenas visibles por posdatas como la antes mencionada.
Si bien Onetti comienza la lectura de Las palmeras salvajes a finales de 1940, será hasta el 15 de enero
de 1941, en la carta número 36, que le comente algunos detalles a Payró sobre
la misma: “Mañana pasaré el día en Carrasco y por la noche leeré Las palmeras salvajes. Envídieme; por lo
menos la playa (Carrasco); no olvido que Faulkner no es santo de su devoción,
aunque yo vea en él a mi enemigo” (p. 115). Como en casi toda la producción
epistolar contenida en el libro, una breve frase de Onetti aclara al menos dos
ideas fundamentales. La primera: Payró no era un gran seguidor de Faulkner. La
segunda, y la más significativa: Onetti ve en el escritor estadounidense a la
figura ejemplar del enemigo literario que, sin adular, admira profundamente.
Un hecho curioso que se registra en la correspondencia con respecto a la
relación de Onetti con otros escritores que le son contemporáneos, es la
aceptación un poco a disgusto por parte del autor de La vida breve, de la aparente comparación que Payró hace de su
trabajo, con la de otro gran escritor uruguayo fallecido en 1937: Horacio Quiroga.
En la carta número 31, del 16 de abril de 1940, Onetti comenta lo siguiente: “Lo
que usted me dice de Horacio Quiroga me chocó en el primer momento; porque, en
realidad, yo no había pensado en él ni lo había imitado. Pero hoy creo encontrar
una similitud. Me parece posible que Quiroga escribiera en un estado de
espíritu parecido al que yo disfruté cuando hice el librito” (pp. 105-106).
Como indica Hugo Verani, el escritor se refiere nuevamente a El pozo, y establece un sentimiento de
empatía literaria, poco conocido, con el autor salteño.
Se podría abundar en ejemplos que exponen al lector no sólo gustos y aficiones
culturales del autor -una simple muestra son sus primeros y legendarios pasos
como secretario de redacción del histórico semanario Marcha o un poema inédito del autor que se registra íntegro en la
carta número 54- sino también muchos detalles de su cotidianidad. Como cuando
un inimaginable señor Juan Carlos Onetti, sentado en una mesa de restaurante,
envía botellas de sidra inglesa a una pareja adolescente que se encontraba “con
todo el feliz aire de la primera cita y la noche alegre” (p. 132).
No he hecho más que destacar algunos de los temas y fragmentos
significativos del texto, que también está acompañado de una breve pero impecable
muestra fotográfica de algunas de las cartas compiladas y de sus protagonistas.
A más de cinco décadas de interrumpida la correspondencia entre los dos
intelectuales, la recuperación, edición y estudio de las cartas que hace Hugo J.
Verani en su libro, resulta ser un fresco descubrimiento del valor literario
que el género epistolar posee para una más acertada comprensión de la obra del
escritor.
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