15/8/12

DANIEL KERBER

EL ALMA QUE ANDA EN AMOR NI CANSA NI SE CANSA


H.G.V.


Daniel Kerber (Uruguay, 1962) fue ordenado cura en 1998.

Es doctor en Teología, párroco en San Alejandro y San Pedro Claver, y consultor de Traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas (para la traducción de la Biblia en lenguas indígenas.


¿Cómo se desarrolló el proceso interior que desembocó en tu vocación sacerdotal?

Largo proceso. Cuando tenía doce años, leí un libro de un muchacho que estaba por entrar en universidad, y entre sus planteos, se cuestionaba la vocación sacerdotal. A mí me vino la pregunta, ¿y conmigo qué pasa? A partir de allí empecé a darle vueltas a la cosa, había un cura en la parroquia y pensé que podía hablar con él… después me vino tal susto, que fue como “cerrar el libro y guardarlo en un cajón” y olvidarme del asunto. Ese cajón quedó cerrado por años…

Sin embargo seguía mi proceso de fe, mi encuentro con el Señor en la oración, con grupos en la parroquia, con búsquedas.

A los veinte, me invitaron a un retiro espiritual en el que fue como volver a abrir aquel libro, y dejarme cuestionar, y más que cuestionar, sentir que el Señor me llamaba a ser sólo suyo, a vivir sólo para él, y esto siendo cura.

Así fue que después de algunas idas y venidas decidí comenzar a estudiar para ser sacerdote. Otro largo proceso que me llevó trece años hasta ser cura.

¿En qué momento se entrecruzaron tus actividades de docente teológico y biblista con tu actual rol de párroco? ¿Sentís que hubo retroalimentación entre los dos quehaceres?

Comencé a enseñar antes de ser cura. La dimensión docente la tengo muy marcada, me siento bien y me gusta, y la gente dice que enseño bien. Sin duda que hay una retroalimentación, porque ser párroco quiere decir ser pastor, y el pastor también enseña. Parte de la alimentación que el pastor da es la enseñanza. Que no es la enseñanza propia sino que es partir el pan de la Palabra.

Nunca entendí el estudio de la Biblia como una dimensión exclusivamente académica, de escritorio. La Biblia es palabra de Dios para el pueblo, y si la estudio y la leo, es para poder vivirla y comunicarla mejor. Entonces, los estudios, las clases, los congresos, las traducciones, revierten en poder comunicar mejor la palabra que es alimento y fuente de vida para la gente que está hambrienta de Dios.

C. G. Jung recomendaba: Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana. Y J. D. Salinger comparaba el touch de dos almas con el chante de dos radiantes bolitas infantiles. En tus misas da la impresión de que vivís pendiente de que se produzcan esos milagros de interpenetración espiritual como cosa de vida o muerte y con una autoexigencia casi feroz. ¿Es así?

Hay un dicho de la tradición judía que dice “llegan al alma las palabras que salen del alma”.

En la manera como formulás la pregunta se trasluce un “esfuerzo”, decís “vivís pendiente”… “cosa de vida o muerte”… “autoexigencia”… no es así como lo vivo. Lo vivo como un don, un regalo. Dios se nos da, y se nos da concretamente en su Palabra predicada, en su Cuerpo entregado y Sangre derramada, en su pueblo que se reúne por su llamada y allí está. Y en esa presencia que se regala, allí estoy yo, llamado gratuitamente por iniciativa exclusiva de Él a servirlo y a ser testigo de ese Don y ese Encuentro.  ¡Cómo no vivir en ascuas! ¡Cómo no emocionarme ante tamaño Misterio!  El Dios todopoderoso se hace palabra pronunciada, pan partido, sangre derramada, y allí estoy yo para ser servidor de esa entrega.

Una de mis alegrías más grandes es ver a Dios “tocar” a las personas, conmoverlas, consolarlas, abrirles los ojos y decirles “aquí estoy”…

Poder ser testigo de eso es un don que no me canso de agradecer, y me siento desbordado de tanta gracia. Y particularmente en la celebración de la Misa, en la eucaristía, siento que es donde soy más yo, dónde más me acerco a ser lo que soy.

Disfruto tremendamente celebrar, porque allí me encuentro con Aquel que nos ama, y en su amor salva, y salva al mundo, de modo misterioso pero real. 

Tal vez eso es parte de lo que vos captás cuando venís, y por eso hacés esta pregunta, formulada desde tus experiencias y marcos conceptuales.

En la década de los 40 Joaquín Torres García dibujó una profecía que coincide plenamente con la visión de los últimos Papas: una América invertida, como si la fecundidad mestiza del Sur nos prospectivizara hacia una nueva altura. ¿Qué pensás al respecto?

En la Iglesia, América Latina representa el continente “católico”, pero todavía estamos muy lejos que esta “representatividad” se vea reflejada en otros ámbitos.  La Iglesia, con su estructura bimilenaria toma tiempos muy largos para hacer procesos. A veces esos procesos nos sorprenden, como la vuelta y el florecimiento que fue el Concilio Vaticano II. Hay veces que esos procesos que parecen que se revierten… que duelen…  Pero detrás de todos estos procesos, detrás de todos los florecimientos y también de las crisis, hay Alguien, que es el que sostiene con su entrega de cruz, el camino de la Iglesia. Creo que la Iglesia todavía tiene que abrirse mucho más a la riqueza no sólo latinoamericana sino también de otras latitudes y culturas.  Hay un equilibrio inestable entre evangelio y cultura porque se influyen recíprocamente. El evangelio nace en Palestina en el siglo primero. La iglesia primera es judía, luego se abre a la cultura griega, después llega también a Roma. Nosotros somos herederos no sólo del evangelio sino también de la cultura que se le fue pegando al evangelio.

La imagen de Torres García me gusta mucho, porque creo que lo que hoy podemos llamar “el sur”,  lo periférico (en polaridad con lo central o centralista), lo “sin poder”, “los históricamente dominados” (en polaridad con los dominantes), esas dimensiones creo que le hacen mucho bien a la Iglesia, y cuanto más se integren, no sólo en la vivencia de fe, sino también en sus dimensiones estructurales, puede ayudar a que esta Iglesia refleje cada vez más el evangelio que Jesús anunció.

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