LUIS FERNANDO IGLESIAS
“LA VIDA SIN MÚSICA, SERÍA UN
ERROR”
El narrador uruguayo Luis Fernando Iglesias es también abogado Abogado, docente en
informática jurídica, colaborador del Suplemento
Cultural de El País y del Semanario
El Pueblo de Santa Lucía, y
director del Suplemento Cultural de El
Derecho Digital (www.elderechodigital.com).
Ha publicado dos cuentarios, Historias Infieles (Estuario Editorial / 2010, premiado por el MEC) y Canciones de otoño (2005, Gran
Premio Narradores de la Banda Oriental, Medalla de Oro Morosoli y Mención de
Honor del MEC), una biografía, Federico (2007,
historia de vida del Maestro Federico García Vigil, escrita con la colaboración
de la periodista Alejandra Volpi) y Puglia
Invita - 20 años (2011).
Obtuvo premios en concursos convocados por
Editorial Santillana, Fundación Bank Boston, Editorial Génesis, Fundación
Argentina del Conocimiento, Colegio de Abogados del Uruguay,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Intendencia
de Montevideo, Intendencia de Durazno, Intendencia de Lavalleja y Ministerio de Educación y Cultura.
En 2011 fue finalista del Premio Juan Rulfo con el cuento Todas las cosas deben suceder, relato que
también obtuvo el 1er Premio
Nacional de Literatura del MEC y que le da nombre al libro que será publicado por
Estuario Editorial en 2012.
¿Cómo conviven tu trabajo jurídico con tu
trabajo literario?
Conviven como dos profesiones que intento ejercer con el mismo cuidado pero
sin respetar demasiado los estereotipos de cada una. Siempre pensé que las
profesiones tienen su sustancia y sus ritos. Los segundos no son lo importante.
Quizás sea menos formal y acartonado que muchos abogados y tampoco soy tan
bohemio como algunos escritores. Desde que me dediqué a escribir con
intenciones de hacer llegar mis trabajos a los demás lo encaré con la misma
seriedad y profesionalidad que el ejercicio de la abogacía o la docencia.
En forma silenciosa, es inevitable, algunas cosas de cada profesión se
meten en la otra. Cuando escribo trabajos jurídicos quiero -porque lo exijo
cuando soy lector- que los mismos además de ser serios, sean amenos y estén bien
escritos.
No estoy tan seguro qué cosas recibe el escritor del abogado y tampoco
tengo idea las razones por las cuales en muy pocos de mis cuentos aparecen abogados.
Dejemos ese tema para algún sicólogo.
Un personaje de uno de tus
cuentos recuerda a un locutor sentenciando: “La vida sin música, sería un
error”. ¿A qué edad escuchaste esa definición que, evidentemente, parecés
compartir?
Esa frase la utilizaban en Radiomundo
allá por la segunda parte de los setenta. Escuchaba esa radio muchas horas al
día porque pasaban la música que aun hoy me gusta. Recuerdo que una mañana de domingo,
luego de haber salido a bailar, la encendí y escuché por primera vez el solo a
dos guitarras de Hotel California.
Cada vez que escucho esa canción, aquella mañana de sueño y domingo, vuelve.
Y por supuesto que comparto la definición. La música es mi gran pasión y
me hubiera encantado tener las condiciones como para hacerla mi profesión. Las
pocas veces que subí a un escenario con amigos comprobé que el goce que se
obtiene cuando una canción sale perfecta, no puede compararse con nada. Al
menos tuve la pequeña revancha de transformarme en periodista y escribir para
el suplemento cultural de El País sobre el rock de los sesenta-setenta, que es
mi música. El mundo a veces regala pequeños remedios para mitigar lo que no
pudo ser.
¿Cuánta influencia literaria te
aportaron las letras de las incontables canciones que consumís adictivamente?
No tengo dudas que mucha. El cuento que cierra mi segundo libro, Historias Infieles, se llama Te veré en mis sueños por la canción que
concluye el concierto de homenaje a George Harrison. En la letra de la misma un
amante se despide de su mujer contándole que aunque se vaya con otro, él la
tendrá en sus sueños. Toda la trama del relato me nació al escuchar la letra de
esa canción. Dos cuentos del próximo libro también refieren a ese tema: Majikat, que habla sobre la gira de Cat
Stevens del ’76 -que pude ver, dado que estaba en USA, aunque desconozco las
razones por las cuales no fui, siendo ese músico uno de mis preferidos- y Todas las cosas deben suceder, que da
título al libro y refiere, en forma explícita, a George Harrison. Este último
cuento es uno de los que me ha dado más satisfacciones personales porque fue
finalista del Premio Rulfo. Por lo
expresado y por caminos que muchas veces la conciencia desconoce, esas letras y
esa música, dos elementos que no puedo disociar, se meten en todo lo que hago.
Y por suerte.
¿Cuáles fueron los principales
escritores que te guiaron hacia lo que Hemingway definió como la técnica
estructural de “hacerle ver al lector nada más que una décima parte del
iceberg”?
El primer escritor que ejerció una gran influencia en mi escritura fue
Cortázar. Luego, a través de varios amigos escritores (Claudia Amengual, Hugo
Fontana, Guillermo Álvarez Castro, Álvaro Ojeda entre varios) comencé a conocer
a los escritores yanquis de la corriente llamada “realismo sucio”. Maestros que
utilizaban ese darle poco al lector para que éste termine completando la
historia: Raymond Carver, Richard Ford y Tobías Wolff son mis preferido, sin
olvidar al padre de dicha teoría, Hemingway, al que llegué más tarde. Luego
conocí otras escritoras que también me impactaron como la irlandesa Claire
Keegan o la canadiense Alice Munro. Sería injusto si no volviera a nombrar a
Hugo Fontana y Guillermo Álvarez Castro porque en nuestro país también son unos
maestros por la forma en que escriben lo mínimo para crear un excelente relato.
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