JULIO CORTÁZAR (1914 – 1984)
EL
PERSEGUIDOR
NOVENA ENTREGA
Tica
se había vuelto a Nueva York, Johnny se había vuelto a Nueva York (sin Dédée,
muy bien instalada ahora en casa de Louis Perron, que promete como
trombonista). Baby Lennox se había vuelto a Nueva York. La temporada no era
gran cosa en París y yo extrañaba a mis amigos. Mi libro sobre Johnny se vendía
muy bien en todas partes, y naturalmente Sammy Pretzal hablaba ya de una
posible adaptación en Hollywood, cosa siempre interesante cuando se calcula la
relación franco-dólar. Mi mujer seguía furiosa por mi historia con Baby Lennox,
nada demasiado grave por lo demás, al fin y al cabo Baby es acentuadamente
promiscua y cualquier mujer inteligente debería comprender que esas cosas no
comprometen el equilibrio conyugal, aparte de que Baby ya se había vuelto a Nueva
York con Johnny, finalmente se había dado el gusto de irse con Johnny en el
mismo barco. Ya estaría fumando marihuana con Johnny, perdida como él, pobre
muchacha. Y Amorous acababa de salir
en París, justo cuando la segunda edición de mi libro entraba en prensa y se
hablaba de traducirlo al alemán. Yo había pensado mucho en las posibles
modificaciones de la segunda edición. Honrado en la medida en que la profesión
lo permite, me preguntaba si no hubiera sido necesario mostrar bajo otra luz la
personalidad de mi biografiado. Discutimos varias veces con Delaunay y con
Hodeir, ellos no sabían realmente qué aconsejarme porque encontraban que el
libro era estupendo y que a la gente le gustaba así. Me pareció advertir que
los dos temían un contagio literario, que yo acabara tiñendo la obra con
matices que poco o nada tengan que ver con la música de Johnny, al menos según
la entendíamos todos nosotros. Me pareció que la opinión de gentes autorizadas
(y mi decisión personal, sería tonto negarlo a esta altura de las cosas)
justificaba dejar tal cual la segunda edición. La lectura minuciosa de las
revistas especializadas de los Estados Unidos (cuatro reportajes a Johnny,
noticias sobre una nueva tentativa de suicidio, esta vez con tintura de yodo,
sonda gástrica y tres semanas de hospital, de nuevo tocando en Baltimore como
si nada) me tranquilizó bastante, aparte de la pena que me producían estas
recaídas lamentables. Johnny no había dicho ni una palabra comprometedora sobre
el libro. Ejemplo (en Stomping Around,
una revista musical de Chicago, entrevista de Teddy Rogers a Johnny):
"¿Has leído lo que ha escrito Bruno V... sobre ti en París?" "Sí.
Está muy bien." "¿Nada que decir sobre ese libro?" "Nada,
fuera de que está muy bien. Bruno es un gran muchacho." Quedaba por saber
lo que pudiera decir Johnny cuando anduviera borracho o drogado, pero por lo
menos no había rumores de ningún desmentido de su parte. Decidí no tocar la
segunda edición del libro, seguir presentando a Johnny como lo que era en el
fondo: un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto
músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin
tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte)
de las dimensiones de su obra. Todo me inducía a conservar tal cual ese retrato
de Johnny; no era cosa de crearse complicaciones con un público que quiere
mucho jazz pero nada de análisis musicales o psicológicos, nada que no sea la
satisfacción momentánea y bien recortada, las manos que marcan el ritmo, las
caras que se aflojan beatíficamente, la música que se pasea por la piel, se
incorpora a la sangre y a la respiración, y después basta, nada de razones
profundas.
Primero
llegaron los telegramas (a Delaunay, a mí, por la tarde ya salían en los
diarios con comentarios idiotas); veinte días después tuve carta de Baby
Lennox, que no se había olvidado de mí. "En Bellevue lo trataron
espléndidamente y yo lo fui a buscar cuando salió. Vivíamos en el departamento
de Mike Russolo, que anda en gira por Noruega. Johnny estaba muy bien, y aunque
no quería tocar en público aceptó grabar discos con los chicos del Club 28. A
ti te lo puedo decir, en realidad estaba muy débil (ya me imagino lo que quería
dar a entender Baby con esto, después de nuestra aventura en París) y de noche
me daba miedo la forma en que respiraba y se quejaba. Lo único que me consuela
-agregaba deliciosamente Baby- es que murió contento y sin saberlo. Estaba
mirando la televisión y de golpe se cayó al suelo. Me dijeron que fue instantáneo."
De donde se deducía que Baby no había estado presente, y así era porque luego
supimos que Johnny vivía en casa de Tica y que había pasado cinco días con
ella, preocupado y abatido, hablando de abandonar el jazz, irse a vivir a
México y trabajar en el campo (a todos les da por ahí en algún momento de su
vida, es casi aburrido), y que Tica lo vigilaba y hacía lo posible por
tranquilizarlo y obligarlo a pensar en el futuro (esto lo dijo luego Tica, como
si ella o Johnny hubieran tenido jamás la menor idea del futuro). A mitad de un
programa de televisión que le hacía mucha gracia a Johnny, empezó a toser, de
golpe se dobló bruscamente, etc. No estoy tan seguro de que la muerte fuese
instantánea como lo declaró Tica a la policía (tratando de salir del lío
descomunal en que la había metido la muerte de Johnny en su departamento, la
marihuana que había al alcance de la mano, algunos líos anteriores de la pobre
Tica, y los resultados no del todo convincentes de la autopsia. Ya se imagina
uno todo lo que un médico podía encontrar en el hígado y en los pulmones de
Johnny). "No quieras saber lo que me dolió su muerte, aunque podría
contarte otras cosas -agregaba dulcemente esta querida Baby- pero alguna vez
cuando tenga más ánimos te escribiré o te contaré (parece que Rogers quiere
contratarme para París y Berlín) todo lo que es necesario que sepas, tú que
eras el mejor amigo de Johnny." Y después de una carilla entera dedicada a
insultar a Tica, que de creerle no sólo sería causante de la muerte de Johnny
sino del ataque a Pearl Harbor y de la Peste Negra, esta pobrecita Baby
terminaba: "Antes de que se me olvide, un día en Bellevue preguntó mucho
por ti, se le me daban las ideas y pensaba que estabas en Nueva York y que no
querías ir a verlo, hablaba siempre de unos campos llenos de cosas, y después
te llamaba y hasta te decía palabrotas, pobre. Ya sabes lo que es la fiebre.
Tica le dijo a Bob Carey que las últimas palabras de Johnny habían sido algo
así como: "Oh, hazme una máscara", pero ya te imaginas que en ese
momento..." Vaya si me lo imaginaba. "Se había puesto muy
gordo", agregaba Baby al final de su carta, "y jadeaba al
caminar". Eran los detalles que cabía esperar de una persona tan delicada
como Baby Lennox.
Todo
esto coincidió con la aparición de la segunda edición de mi libro, pero por
suerte tuve tiempo de incorporar una nota necrológica redactada a toda máquina,
y una fotografía del entierro donde se veía a muchos jazzmen famosos. En esa forma
la biografía quedó, por decirlo así, completa. Quizá no esté bien que yo diga
esto, pero como es natural me sitúo en un plano meramente estético. Ya hablan
de una nueva traducción, creo que al sueco o al noruego. Mi mujer está
encantada con la noticia.
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