ZARPES
DESDE CATALUNYA / LUIS SILVA SCHULTZE
CARTA DE UN URUGUAYO A
CATALUNYA ¿INDEPENDIENTE?
Es justo reconocer que a partir de 1714, Catalunya tiene un
renacimiento comercial y económico por la supresión de aranceles, al no haber
ya fronteras en toda la península y la posibilidad que se abría con el nuevo
mercado americano, lo que permitió una acumulación de capitales en la burguesía
catalana que llevó luego a un gran y moderno proceso de industrialización, en
contraste muy notorio, con el resto agrario peninsular aun anclado en la Edad Media.
Este renacer de tus cenizas, en el siglo XIX, (período conocido como la renaixença), provoca un nuevo clamor
independentista, pero en lugar de estar solamente basado románticamente en
hechos históricos, el clamor es una necesidad económica para consolidar un
dinámico desarrollo económico propio de un país (al revés que en estos días). Porque lo curioso
es que los catalanes de sa época no reclamaban una vuelta a los orígenes, sino
que querían organizar el estado español a su imagen y semejanza. Pero la
burguesía catalana no encontró aliados en otras burguesías peninsulares y el
antiguo régimen resistió al liberalismo. Pero creo que es interesante remarcar
que Catalunya siempre aparece, cualquiera sea el siglo y tanto en las buenas
como en las malas, con un sello propio y siempre diferenciada del resto de
España. Hasta Napoleón comprendió este fenómeno, cuando incorporaron el
Principado de Catalunya a Francia dividiéndolo en cuatro departamentos y
sometiéndole a la administración civil del Imperio, cosa que no hicieron con el
resto peninsular. El mismo movimiento obrero del siglo XIX, fue durante décadas
en España exclusivamente catalán y desenmascaró a la clase industrial catalana
que ante su presencia, no dudó en aliarse con las fuerzas más retrógradas de
España en defensa de los Borbones y la derrota entonces de una revolución
burguesa en España.
Con las dictadura en España del catalán Primo de Rivera, (1923-1930), y
sobre todo con la de Franco, (1939-1975) que prohibió el uso del catalán en los
organismos oficiales, que prohibió bailar sardanas en las plazas públicas, que
prohibió que funcionaran tus instituciones, que fusiló en 1939 a tu presidente
Lluis Companys, que exportó al mundo la idea de que toda España era pandereta,
toros, castañuelas y abanicos y que por ello muchos hoy de verdad no te conocen,
pasasteis tus años más amargos, Catalunya. Recién en 1978, con el Estatuto de Autonomía, con un parlamento y presidente
propios, con las manos libres en sanidad, educación, asuntos sociales, turismo,
vivienda, policía y con un gran respecto a tu idioma y a tu cultura, recobrasteis
mucho tu identidad propia, pero no del todo. En el año 2006, como aquel
estatuto resultaba ya insuficiente y necesitabas más autonomía, sobre todo
financiera, hicisteis un nuevo estatuto, que lo votaron los parlamentos catalán
y las Cortes Generales del estado español, lo corroboró con una amplia mayoría
el pueblo catalán en las urnas, pero los seis viejos conservadores del Tribunal
Constitucional lo rechazaron por anticonstitucional en su mayor parte y te
empujan hoy, por la lógica frustración, junto con la terrible crisis económica,
a pedir la independencia, como fue el grito de un millón de personas el último
once de setiembre.
Pero Catalunya, por sobre todo, te empecé a querer cuando nos
ayudasteis a denunciar la situación que se vivía en nuestro país y enviar
dinero a los que allá en el paisito resistían. Jamás olvidaré a los obreros
catalanes u obreros emigrantes de otras provincias, cuando ponían, luego de
rascarse los bolsillos, unas monedas sobre una bandera uruguaya al final de alguna
de sus asambleas. Aquello no era nacionalismo para andar por casa, sino solidaridad
internacionalista, expresión más hermosa porque implicaba una generosidad
infinita y una conciencia de clase que es por donde pasa la frontera real entre
los hombres. Muchas veces no sabías muy bien ubicarlo en el mapa a Uruguay pero
sabías muy bien lo que significaba una libertad perdida. Escribe Serrat: “Me
gustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más tarde cuando me
enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a mi casa con lo puesto.
Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnes torturadas; ahí te conocí,
Montevideo; ahí te sentí como algo mío y ahí nos juramos amor eterno.” Serrat, María del Mar Bonet, Marina Rosell,
Raimon, Pi de la Serra y tantos más, cantando por Uruguay no solo sin cobrar
sino poniendo de su dinero para pagar a sus músicos, y siempre en su dulce
catalán, (“un idioma cristalino, lleno de un sonido que es a la vez marino y
montañoso, montaraz y poético, bellísimo...” según Juan Cruz), al igual que
otros artistas como el extraordinario Tapies que una vez pintó frente a mí, en
cinco minutos, en negro la U de Uruguay y rojas las gotas de sangre que emanaban
de la letra, o escritores o periodistas catalanes como Vázquez Montalbán, por
citar a uno entre muchos, más los miles de anónimos catalanes que levantaron
escenarios, pegaron carteles, cedieron para lo que hiciera falta sus casas y
sus oficinas.
Un hijo y una compañera catalana luego hicieron el resto para tener hoy
un corazoncito catalán, aunque nunca me he podido integrar plenamente, aunque
siempre mis primeros veintinueve años allá en el Uruguay serán mucho más en la
aritmética afectiva que los cuarenta o los setenta de aquí. Pero Catalunya, ya
para siempre, como antes Serrat con Montevideo, “nos juramos amor eterno”, no
se lo cuentes a nadie. Por todo ello, me siento en el deber y en el derecho de
escribirte hoy sobre tu independencia, o sobre la posibilidad que seas un nuevo
estado en el mundo, como les gusta decir a tus políticos propulsores de la
iniciativa, es decir, otra frontera más para remarcar hasta donde va lo mío que
no es tuyo, y ostentar entonces la triste y desgraciada autoridad de exigir
pasaportes y permisos de trabajo, es decir, tener la triste y desgraciada
necesidad de construir nuevas vallas para que las intenten saltar todos
aquellos desesperados que vienen de sitios con crisis aun peores por la que tú
pasas hoy, Catalunya.
Considero que aunque en esta carta reivindico la nacionalidad catalana
por su historia milenaria, los derechos históricos no lo son todo. Primero
siempre están los pueblos, la gente, sus necesidades, sus alegrías y sus
lágrimas. Y hoy al pueblo catalán no le es oportuno independizarse, porque
aunque el presente es muy duro, el mañana puede ser aun peor. La frontera no
solo será en los límites de Catalunya, sino que irá también por dentro por la
grave fractura social que causará y esto es mortal de necesidad: no todos los
que hoy piden la independencia están a la misma distancia afectiva de España ya
que la gran mayoría se siente catalanes y españoles a la vez luego de trescientos
años de movimiento migratorio interior, y donde solo una minoría se consideran
antiespañoles, mientras que aquellos que no están de acuerdo con la separación,
y que no tienen forzosamente que ser de derechas, se sentirán marginados en el
nuevo país, pese haber nacido y trabajado toda su vida aquí. Pero además,
seremos todos independientes pero seguiremos pendientes de un gobierno
conservador de corte empresarial, autor de los primeros grandes recortes en
sanidad y educación que ha habido en España, socio en el parlamento español del
pérfido Madrid hasta hace pocas semanas, y donde el partido político catalán gobernante ha sido condenado judicialmente en varios
asuntos de gravísima corrupción. Vivirán mejor, como siempre, los que más
tienen, porque la política será la misma. No toda la culpa de la situación
actual de desigualdad social y económica en Catalunya la tiene la racanería de
Madrid, sino que mucha responsabilidad la tienen los que hasta hoy la han
gobernado. Y las fundamentales razones económicas internacionales: no está nada
asegurado, todo lo contrario, que Catalunya pueda seguir perteneciendo a la
Comunidad Europea y que no haya que inventar otra moneda para sustituir al
euro. Además los principales bancos catalanes y la gran mayoría de empresas
tienen su negocio en un 80% con el resto de España y si es una ruptura y no un
acuerdo, todo se perdería. En un mundo cada vez más globalizado, donde el
mercado y los grandes capitales son los amos del cotarro, donde hasta las
grandes potencias tienen cada vez más tendencia a agruparse, aislarse no tiene
ningún sentido. Últimamente hemos visto gobiernos nacionales que pierden
soberanía por culpa de sus deudas y deben aceptar lo que mandan sus acreedores.
No es seguro ni el reconocimiento de las Naciones Unidas que solo admite nuevas
independencias para cuando se salen de situaciones de coloniaje. El actual
presidente catalán y convertido súbitamente en líder de la revuelta, admite que
“entramos en un terreno desconocido”, algo no muy conveniente cuando Catalunya
tiene 2.200.000 pobres según encuesta de la Diputación de Barcelona, (29,5% de
la población), 22 % de la población activa desocupada, tiene una soberana deuda que va a más y
ninguna moneda en caja: imposible salir de aventuras muy enfermo salvo que sea
para suicidarse. No son extrapolables, por múltiples razones, otros casos de
independencia que se están planteando en el mundo estos años, porque no hay dos
casos iguales, cada país tiene sus particularidades y sus historias, pero
además, si se buscan argumentos para apoyar la tesitura independentista en
otras latitudes, sería el cuento de nunca acabar, porque podríamos llegar hasta la Isla de Pascua, la
isla de las extraordinarias estatuas moáisis, donde los polinesios rapanui, los
primeros aborígenes, quieren echar hoy a los chilenos que desde 1888 colonizan
la isla que está a 3000 kilómetros de Chile.
Para España sería una catástrofe sumida como está en una gran recesión,
con cinco millones de desocupados, sin crecimiento, con una deuda cada día más
grande y con ocho millones de personas comiendo todos los días de caridad.
Catalunya es su líder industrial desde el siglo XIX, y representa el 20% de su PIB,
más el peligro latente de otras rupturas en el futuro. Pero en lugar de que
todos los partidos y todas las comunidades autonómicas se sienten a negociar
una nueva constitución de una verdadera España plural, y además establecer un
nuevo reparto económico más equitativo junto con otro sistema político como por
ejemplo puede ser un federalismo, solo existen hoy las amenazas del gobierno de
España de reprimir con otro Felipe V, que lejos de asustar, avivan aun más las
llamas prendidas hace mil años. Sin diálogo, sin reflexión, y sin la necesaria
comprensión del sentir de los otros, es seguro que todos perderemos. Además el
gobierno español debería permitir un referéndum y no acallar el clamor de un
pueblo como el catalán, porque la Constitución no lo permita: primero la voz del
pueblo en democracia y previamente cambiar lo que se tenga que cambiar para
escucharla. Otro cantar es que los partidarios de evitar la ruptura convenzan a
la población con un discurso racional, sereno y frío, argumentando las enormes
desventajas que ocurrirían con el cambio y que exijan que los líderes
independentistas expliquen claramente, como no lo han hecho hasta ahora, cómo
sería su proyecto económico, si es que lo tienen. En definitiva, intentar que
luego los electores no se dejen llevar solo por la pasión de los sentimientos.
No olvidemos que para ser nacionalista no se necesita leer ni un solo libro.
Terminando mi carta, Catalunya, te cuento que me gustaría escucharte a
ti en este tema tan polémico, en la voz de Serrat, que creo aun no ha hablado,
y donde seguramente se aburrirá cuando su Barcelona juegue todos los domingos
contra el otro equipo de la ciudad, el Español, que probablemente deberá
cambiar el nombre. Me gustaría escucharte en la voz de mis antiguos profesores
y oír a todos los que en su momento ayudaron a mi pueblo.
Ya no podemos escucharte con Margarita Xirgú, la creadora del teatro
montevideano, ni con Enriqueta Compte i Riqué, la primera maestra del Uruguay y
la primera en crear una escuela para niños pequeños en Sudamérica, ni a Rosell i Figueras, que fundó hace decenas
de años en el Uruguay el partido político independentista catalán Avant y su
revista Nueva Cataluña, pero como catalanes universales que ellos fueron,
podríamos hacer el bello ejercicio de ponernos en su lugar y pensar qué harían
ellos. Seguro, que por lo menos, ellos no caerían hoy en la facilona demagogia
de agitar los queridos y sagrados símbolos nacionales como lo hace un bebé
catalán con su sonajero.
Te deseo lo mejor para ti, Catalunya, y muchos besos.
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