30/11/12

JOHN DONNE (1572 – 1631)
 
DEVOCIONES
 
(versión y prólogo de Alberto Girri)
 
 
DECIMOSÉPTIMA ENTREGA
 
 
XIX
 
 
Oceano tandem emenso, aspiciencia resurgit Terra; vident, justis, medici, jam cocta mederi se posse, indiciis
 
Por fin, los médicos, después de un largo y tormentoso viaje, ven tierra; tienen tan buenos signos de la trama de la enfermedad, que pueden proceder a purgar con seguridad
 
 
Todo esto mientras los médicos mismos han sido pacientes, esperando pacientemente el momento de ver alguna tierra en este mar, algún suelo, alguna nube, algún indicio de huellas en estas aguas. Cualquier desorden de mi parte, cualquier omisión de la de ellos refuerza la enfermedad, acelera sus furores; ninguna diligencia acelera el curso, la maduración de la enfermedad; deben quedarse hasta que la estación de la enfermedad llegue y por sí misma entre en sazón, y entonces podrán poner las manos en acción para recogerla antes que caiga, pero no pueden apresurar la maduración. ¿Por qué lo buscaríamos en una enfermedad, que es el desorden, la discordia, la irregularidad, la conmoción y rebelión del cuerpo? Apenas si sería enfermedad, si pudiera dársele órdenes y hacerla obediente a nuestras edades. ¿Por qué buscaríamos aquello en un desorden, en una enfermedad, cuando no podemos tenerlo en la naturaleza, que es tan regular, y tan fértil, tan pronta a llevar su trabajo a la perfección y a la luz? Sin embargo, no podemos despertar en enero las flores de julio, ni retardar las flores de primavera hasta el otoño. No podemos pedir a los frutos que aparezcan en mayo, ni a las hojas que asomen en diciembre. Una mujer que está débil no puede diferir su noveno mes para un décimo, con el fin de parir, ni decir que esperará hasta hallarse más fuerte; ni una reina puede apresurarlo para el séptimo, con el fin de estar pronta para otros placeres. La naturaleza (si buscamos duraderos y vigorosos efectos) no admitirá sobre ella obstáculos, ni anticipaciones, ni obligaciones; porque éstas son contractuales, y ella debe ser dejada en libertad. La naturaleza no puede ser espoleada, ni forzada a enmendar su paso; ni el poder, ni el poder del hombre; la grandeza tampoco ama esta clase de violencia. Están aquellos que han de dar, los que han de hacer justicia, los que han de perdonar, pero tienen sus propias estaciones para todo esto, y quien no lo sepa morirá de hambre antes de que ese don llegue, y se arruinará antes de que la justicia llegue, y morirá antes de que el perdón lo salve; algunos árboles no dan frutos, a menos que se les dé mucho estiércol; y de algunos no viene la justicia si no están ricamente abonados; algunos árboles requieren muchas inspecciones, mucho riego, mucho trabajo; y algunos hombres no dan su fruto sino por la insistencia; algunos árboles requieren incisiones, y podas, y cortes; algunos hombres deben ser intimidados y sindicados por comisiones, antes de que entreguen los frutos de la justicia; algunos árboles requieren el temprano y frecuente acceso al sol; algunos hombres no se abren sino por los favores y las cartas de los mediadores de las cortes; algunos árboles deben ser puestos a cubierto y conservados en el interior de las casas; algunos hombres encierran no solamente su liberalidad, sino su justicia, y su compasión, hasta que el ruego de una esposa, o de un hijo, o de un amigo, o de un sirviente, da vuelta la llave. Para un hombre, la recompensa es la estación, para otro, lo es la insistencia; el temor, la estación de un hombre, y el favor la de otro; y el que no conozca sus estaciones, ni pueda estarse en ellas, deberá perder los frutos; así como la naturaleza no lo hará, tampoco el poder y la grandeza cambiarán sus estaciones; ¿y buscaremos su indulgencia en una enfermedad, o pensaremos en desembarazarnos de ella antes de que esté en sazón? En todo este tiempo, por consiguiente, estamos en una guerra defensiva, y este es un estado dudoso; especialmente donde los que están sitiados conocen lo mejor de sus defensas, y no conocen lo peor del poder de sus enemigos; cuando no pueden componer sus armas dentro, y el enemigo puede aumentar su número afuera.
 
¡Oh, cuántos, muchos más míseros, y mucho más dignos de ser más míseros que yo, están sitiados por esta enfermedad, y carecen de centinelas, de cordiales que los defiendan, y perecen antes de que la debilidad del enemigo pueda invitarlos a intentar una salida, antes que la enfermedad muestre alguna declinación, o admita alguna forma de arreglo con ella! En mí, el sitio es tan poco firme que podemos salir a pelear, y a morir así en el campo de batalla, si muero, y no en la prisión.

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