LEON CHESTOV
KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL
(Vox clamantis in deserto)
traducción
de José Ferrater Mora
DECIMONOVENA ENTREGA
VIII
EL GENIO Y EL DESTINO (3)
Por extraño que ello parezca, se observa continuamente en el pensamiento
de Kierkegaard, aun en el más impetuoso, una tendencia hacia esa concepción del
pecado que formulaba la filosofía especulativa. Esto es lo que le hacía decir
que Adán ignoraba, en su estado de inocencia, la diferencia entre el bien y el
mal. Pero entonces tenemos que preguntar una vez más: ¿para qué los clamores de
Job, y el espantoso sacrificio de Abraham, y la afirmación de que todo lo que
no procede de la fe es pecado? ¿Y qué se ha hecho de la Paradoja y de lo
Absurdo? Pues lo Absurdo es lo Absurdo por cuanto quiere desembarazarse de toda
clase de “leyes”, por cuanto lucha contra ellas. El propio Kierkegaard nos lo
dice: “La fe comienza allí donde el pensamiento acaba”. O también: “La paradoja
de la fe hace que el individuo, en tanto que individuo, sea superior a lo
general… y que el individuo, que todo individuo, se halle en una relación
absoluta con lo Absoluto.” Y no se trata de pensamientos arrojados al azar: la
fe es para Kierkegaard la conditio sine
que non de la filosofía existencial. Pero si así es, ¿podemos todavía
hablar de “leyes” cuando penetramos en la región en donde la fe lucha contra el
pecado? ¿Y consiste el pecado en infringir las leyes? Dicho de otro modo: ¿es
el pecado una falta? Hay que repetirlo continuamente: Kierkegaard está siempre
dispuesto a sustituir el concepto del pecado por el concepto de falta. Ahora
bien, si queremos darnos cuenta de la diferencia que existe entre la idea
bíblica y la idea pagana del pecado, hay que declarar ante todo que si para el
paganismo el concepto de la falta agotaba el concepto del pecado, para la
Biblia estos dos conceptos ni siquiera se oponen entre sí: son totalmente
diferentes y nada tienen en común.
Al revés de lo que afirmaba Kierkegaard, el pecado suponía siempre en el
paganismo la mala voluntad. Por eso la catarsis, la purificación, constituye,
según Platón, la esencia de la filosofía. “El que no ha filosofado y no ha
abandonado la tierra purificada no podrá unirse a la familia de los dioses”,
dice Sócrates en el Fedón. De este
modo expresaba su más cara idea. Por otro lado, leemos en la República: “Dios no abandona jamás al
hombre que intenta ser justo, que practica la virtud, etcétera.” De ahí que el
capítulo 53 del profeta Isaías sobre el adolescente que asumirá todos los
pecados, capítulo que los cristianos consideran como una profecía del
advenimiento de Jesús, debiera constituir para los paganos el mayor de los
escándalos, una provocación lanzada contra la razón y la conciencia pagana.
Descargarse en otra persona de sus propios pecados es no sólo imposible, sino
también altamente vituperable. No menos escandalosas y provocadoras eran las
palabras de Isaías que San Pablo cita en su Epístola a los Romanos como algo de
una audacia admirable: “He atendido los ruegos de los que no pedían y me he
hecho encontrar por quienes no me buscaban”. La razón humana percibe claramente
y reconoce como evidente que es perfectamente imposible descargar sobre otro el
propio pecado. Y la conciencia moral, la que sigue siempre los dictados de la
razón, declara categóricamente que rebatir el propio pecado (la propia falta)
sobre otro es inmoral. Pero aquí es más útil que nunca recordar el Absurdo
kierkegaardiano o, mejor aun, las palabras auténticas de Tertuliano que
llegaron a oídas de Kierkegaard bajo una forma abreviada -credo quia absurdum. En la obra De carne Christi, de
Tertuliano, leemos: crucifixus este Dei
filius, non pudet quia pudendum est, et mortus est Dei filius, prorsus
credibile quia ineptum est, et sepultus ressurexit, certum est quia
impossibile. (El hijo de Dios fue crucificado : no es
vergonzoso, porque es vergonzoso; y el hijo de Dios ha muerto: esto es aun más
creíble, porque es inepto; ha sido enterrado y ha resucitado: es cierto, porque
es imposible.) Tertuliano
aprendió de los profetas y los apóstoles que todos los pudenda de nuestra moral y todos los impossibilia de nuestra razón nos han sido inspirados por una
fuerza enemiga que encadenó la voluntad del hombre, y presintió en esta fuerza
misteriosa, como luego lo hizo Lutero, bellua
que non occisa homo non potest vivere. Para Dios lo imposible no existe;
para Dios nada es vergonzoso. La vergüenza que, según su propia confesión,
Alcibíades aprendió de Sócrates, fue transmitida a Sócrates por Adán caído.
Todo esto no es más que paradoja y absurdo. Pero la profecía del cap. 53
de Isaías no puede penetrar en nuestra conciencia sino es bajo la forma de lo
Absurdo y de la Paradoja. Es imposible “comprender” que el inocente se haga
cargo de nuestros pecados. Y es todavía menos comprensible que de este modo se
pueda aniquilar el pecado, desarraigarlo del ser. Pues esto significa hacer que
lo que ha sido no fuera. Es natural que aun los hombres profundamente piadosos
hayan intentado por todos los medios atraer la razón y la moral al lado de la
verdad revelada. Leemos en San Buenaventura lo siguiente: “Non est pejoris conditionis veritas fidei quam aliae veritates; sed in
allis veritatibus ita est, ut omnis (veritas) qua potest per rationem
impugnari, potest et debet per rationem defendi; ergo, pari ratione, et veritas
fidei nostrae”. (La verdad de nuestra religión no se halla en una más
desventajosa posición que las demás verdades; todas las otras verdades pueden
ser defendidas con los mismos medios de la razón con los que pueden ser
atacadas; por lo tanto, lo mismo debe suceder para la verdad de nuestra fe.) Como
todos los filósofos medievales, San Buenaventura estaba absolutamente
convencido de que si no se podía defender la verdad de la fe mediante
argumentos racionales parecidos a los que se utlizaban para atacarla, la verdad
de la fe se hallaría en posición desventajosa frente a las demás verdades. ¿De
dónde extrajo esta convicción y en qué se basaba?
Volveremos sobre esto. Por el momento, me limitaré a decir que en ningún
caso se puede defender el poder y la posibilidad de perdonar los pecados con
argumentos análogos a los que se emplearían para negar este poder y esta
posibilidad. San Buenaventura habría podido fácilmente convencerse de ello
releyendo el Evangelio según San Mateo (IX, 5-7), o los pasajes
correspondientes de los otros Evangelios sinópticos. Cuando Jesús hubo
penetrado en los pensamientos de los escribas, que lo acusaban dentro de sí
mismos por haber dicho al paralítico: “tus pecados te son perdonados”, no discutió
con ellos, no se defendió con los mismos medios de que ellos se habían valido
para atacarle, sino que eligió otro muy distinto camino: sanó al paralítico con
su propia palabra: “…¿qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o
decir: Levántate y anda? Mas para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene en la
tierra en la autoridad para perdonar los pecados: Levántate, le dijo entonces
al paralítico, y vete a tu casa. Y se levantó y se fue a su casa”. Liberar al
hombre del pecado, aniquilar el pecado no es un poder que se halle en manos de
quien cuente con el apoyo de la razón y de la moral, sino sólo en manos de
Aquel cuya palabra hace recobrar sus fuerzas al paralítico, es decir, de Aquel
para quien todo es posible.
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