JORGE BOCCANERA
(reportaje recuperado de La Tecl@
Eñe / 9 - 10 - 2010)
La
primera vez que entré en contacto con el universo Boccanera (universo
desconocido para mí hasta entonces) fue a través de un disco de Alejandro del
Prado, Dejo Constancia, -disco, sí- que aún conservo.
Allí hay una hermosa canción, Qué cazador, cantada por Silvio Rodríguez
y Alejandro del Prado. La melodía y la letra me hechizaron de inmediato, y
sucedió lo que ocurre con esas bellas y misteriosas canciones: No pude dejar de
escucharla nunca más. Uno de sus versos: mejor es que se vayan aves negras /
mejor me dejan solo / que estoy enamorado / de otra muerte.
Intenso
y conmovedor. Luego quise saber de quién era la letra, y leí entonces:
"Todos los temas, Boccanera / del Prado"!! Surgió allí mismo la
necesidad de leer más de Boccanera y entonces hallé una hermosa antología, Marimba.
Ya nada fue igual: Jorge Boccanera se transformó en uno de mis poetas de
cabecera junto a Juan Gelman. Muchos años después, más de quince años, obtuve
por casualidad el correo electrónico del poeta ( no se lo dije a él: alguien me
envió un email sin utilizar la opción “con copia oculta” y allí la maravilla,
el tesoro encontrado! No se enoje maestro: Fue el destino, nomás) y le propuse,
con ansiedad y esperanzas de que aceptara, hacer una entrevista. Y aceptó! para
mi felicidad.
Va
entonces, en el último número del año de La Tecl@ Eñe, la entrevista al poeta,
ensayista, dramaturgo y periodista, Jorge Boccanera. Según sus palabras: “La
entrevista más larga que me hicieron en la vida”. Ojalá la disfruten.
Para comenzar, usted nació en Ingeniero White, un
puerto cerca de Bahía Blanca. ¿Cómo era la atmósfera que circulaba en torno al
puerto y qué influencia tuvo -si la tuvo- en su inclinación hacia la poesía?
La
influencia de ese puerto fue, creo yo, determinante. Con sus marineros, sus
lenguas diferentes, los piringundines, los pescadores, sus nostalgias y sus
anhelos, pero también un sentido profundo de la solidaridad que venía del
espíritu del inmigrante y la necesidad mancomunada de pelearle a las inclemencias.
Ese puerto peleador, rebelde, fue uno de los puntos fuertes del anarquismo a
nivel nacional. En 1907 los remachadores del puerto se enfrentaron a la empresa
inglesa que los contrataba y fueron reprimidos; el hecho que dejó varias
víctimas, movilizó a todo el pueblo. Es una fecha histórica de las luchas
sociales del país. Al lugar le debo el aire que se respiraba, hecho de
aventuras, de enigmas, de plenitud, de anhelos, de historias intensas. Todo
aquello debe haber despertado mis primeras preguntas, esas que me llevaron de
chico a la poesía.
Además de poeta es periodista. ¿Cómo se vinculó al
oficio de la escritura periodística y que representó dentro de esa actividad
ser parte de la revista Crisis?
Creo que
poesía y periodismo son dos modos de consultar la realidad, y cuando digo
realidad, digo también enigmas y sueños. La cosa empezó con una revista que
sacamos unos jóvenes a inicios de los 70 sin mucha idea de lo que estábamos
haciendo. Se supone que todo grupo saca su publicación. Ahí escribí alguna
reseña, algún comentario, pero más que nada recababa los materiales. Luego,
exiliado en Perú, un escritor de allá me sugirió que hiciera algunas notas, que
aunque aún no manejaba la herramienta iba a expresar mi punto de vista. No sé
si él estaba en lo cierto, pero me animó y empecé a trabajar algunos
reportajes; creo que el primero fue a un director de teatro indígena que ponía
sus obras en castellano y quechua, en galpones de cardar lana ubicados lejos de
Lima. En el trayecto de Perú a México, que duró unos 5 meses, fui garabateando
poesía y entrevistando gente; algunas de esas notas las publiqué luego en
medios mexicanos. En ese país que me abrió las puertas, me formé trabajando en
agencias noticiosas, diarios y revistas.
Haber sido parte de dos de las etapas de Crisis tiene que ver con una forma de ver la cultura, una mirada antropológica hecha de cruces entre quehaceres que van del arte a la política; la gente que armó la revista la hizo sobre la base de la investigación a fondo con un interés especial en América Latina, algo que no es usual en nuestro país. Esto mismo, con una visión más aggiornada fue lo que intenté hacer desde la dirección de la revista Nómada.
Sé que le interesa viajar, y en ese sentido, esa inquietud se puede rastrear en el clima de aquel puerto de Ingeniero White?
Más que
viajar -algo que en nuestra sociedad pudiera aludir a un empeño meramente
turístico- yo hablaría del viaje y todo lo que conlleva ese tránsito: lo
desconocido, el descubrimiento, el azar, los imprevistos, el dejarse formar por
lo diferente y, sobre todo, la vida de la gente; precisamente ese tránsito fue
la usina de muchos de mis reportajes e historias de vida. Me tocó desplazarme
por distintas razones -políticas, de trabajo, familiares- y me he descubierto a
mí mismo en esa encrucijada de caminos. Algunos críticos dicen que lo que
escribo tiene el jadeo del viaje. Puede ser. El que nace en un puerto tiene el
viaje puesto. Ya de niño me asomaba al mar y observaba a los pescadores,
intuyendo en aquellos rostros curtidos alguna historia. A ellos, los
inmigrantes de White les dediqué una antología editada hace poco en México: Libro
del errante; quizá fueron quienes me transmitieron este asunto de la
errancia.
Juan Gelman dijo alguna vez, no es textual, que la
poesía es como una señora caprichosa que nunca se deja alcanzar. ¿Qué le
sugiere esta opinión?
Bueno,
en el caso de Juan pareciera no solamente que le dio alcance sino que la tiene
encerrada en su casa. ¡Qué producción la del troesma! Sostenida siempre en una búsqueda
a fondo. Habría que decirle que la suelte un poco, a ver si nos visita a los
demás.
¿Qué fue lo que lo motivo para escribir un libro
cuyo tema es la selva (Palma Real), teniendo en cuenta que el registro
de su poesía es más bien urbano?
La naturaleza
centroamericana, la exhuberancia del follaje y el paisaje humano, su historia.
Algo que empieza en el tránsito de 1976 y se profundiza en sucesivos viajes. Y
se plasma en libro a mediados de los 90, recogiendo apuntes de varias zonas
-México, Guatemala, Nicaragua-, pero sobre el bosque húmedo en Costa Rica donde
viví de 1989 a 1997. Me conmovió ese universo enmarañado que contenía todos los
sabores y los olores y las texturas; todas las formas posibles de la vida y la
muerte que “cantan a dúo”, como escribió un poeta. Con datos sobre pájaros,
reptiles, plantas, situaciones, imaginerías, fui llenando cuadernos, y terminé
10 años después filtrando todo eso en un libro exiguo. Allí alojaron esas
imágenes más algunos datos de la realidad que me parecieron llamativos; desde
la invención a los carteles en altas montañas tupidas de verde que indicaban:
“deja sólo tus huellas” y otro “escucha, huele, mira”. Parecen versos, son
versos, pero en realidad advierten; uno: no arrojar basura; el otro: prestar mucha
atención al entorno que tiene muchas maravillas camufladas.
Soy un
tipo urbano, es verdad, pero en esa espesura encontraron un lugar mis
obsesiones: el exilio, los viajes, el anhelo, el pesar; como si el follaje me
diera migas de su gran libertad y yo pudiese hablar por el parloteo de sus
animales y se sumaran las voces de personajes -Rimbaud, Frida Kalho, Pablo de
Rokha, Ana Frank, otros- en un viaje hacia lo que desconozco -como todo viaje
exploratorio- con la palmera en el centro; hay una selva que en lugar de
crecer, imagina. Esa su manera de multiplicarse: imaginar. Y allí la
sensualidad, el silbido de la memoria, los árboles talados de mi generación y
los insectos que al tiempo que devoran con sus mandíbulas las hojas
crepitantes, construyen montañas de silencio.
¿Existe una línea de continuidad entre Los espantapájaros suicidas y Palma
Real? Quiero decir, a través de
los años y los libros, el poeta va creciendo, buscando nuevas formas de decir,
temas, pero ¿queda la huella del tono primero en la construcción de una
poética?
Quisiera
creer que hay un fraseo, una mirada, una manera de decir, pero eso le
corresponde a los críticos. Lo que subsiste es la misma pasión, las mismas
ganas, la misma entrega, la misma curiosidad, las mismas convicciones…
En la revista Comunicación de Costa Rica, se publicó el ensayo Jorge Boccanera y la poesía de la imposibilidad. Imposibilidad de asir vivencialmente el fenómeno poético, acto de incertidumbre o misterio poético con el que convive el poeta. En ese sentido se plantea como hipótesis que, partiendo del libro Polvo para morder, la poesía es la pérdida y se asocia el ejercicio de la escritura con el hecho de morder el polvo. ¿Está de acuerdo con esta hipótesis que parte del análisis de su poema?
Tanto Polvo
para morder como Sordomuda son metáforas con las que intento
acercarme al hecho creativo, que siempre plantea una lucha entre las ideas, las
imágenes y la expresión final, de ahí lo de “morder el polvo”, la media lengua,
los silencios. Acuerdo sí, con ese crítico que analiza el tema desde ese
ángulo; quizá el poema sea el resultado de esa lucha. Un poeta maestro, el guatemalteco
Luis Cardoza y Aragón, decía que quería “calcar a la imaginación”…
Pareciera, por algunas declaraciones de narradores,
que contrariamente a lo que yo pensaba, los poetas hoy han encontrado una
manera de circulación a través de blogs, lecturas conjuntas; mediante
espectáculos multidisciplinarios que combinan arte, música y poesía; y a través
de grupos o espacios como Ezquizodelia,
Poeticazo, etc.; mientras que los narradores parecen no encontrar caminos
alternativos de circulación y difusión. ¿Está de acuerdo con este planteo?
Acuerdo,
sí. Hay una red donde circula todo lo que mencionás con una dinámica fuerte y
me parece muy bien, porque los saca del universo del libro, visto a veces como
el único camino de difundir los textos. La poesía fabrica siempre nuevos
caminos.
Este panorama se podría completar con la reflexión
sobre el desarrollo actual de la poesía y su vinculación con el mercado o la
mercadotecnia. ¿Cuál es su parecer sobre la relación entre poesía y mercado?
La
relación entre poesía y mercado siempre ha sido conflictiva, vista desde la
óptica comercial. La disyuntiva se puede profundizar más en una época de
discurso único que produce individuos en serie; y el tema se prolonga al del
debate de ideas y la educación. Pero en lo sustancial, el desarrollo de la
poesía corre por carriles independientes del mercado y la mercadotecnia; tiene
que ver con aspectos que sólo hacen a una intensidad y a la búsqueda que son
consubstanciales.
¿Existe algo así como una poesía argentina, digo
una poesía con un corpus y un sustrato identitario que la constituye en Argentina?
A ratos
hay miradas y expresiones que se van homogeneizando alrededor de aquello que en
general llaman identidad y que a ratos se parece mucho a cierto aislamiento.
Aún la globalización -dirigida a mostrar y ocultar a la vez- va formando y
estructurando un modo de pensar más ligado al turismo que al conocimiento.
Aunque está marcado indefectiblemente por su entorno (el paisaje humano y
geográfico) el poeta siempre está más allá de las fórmulas, de las dictaduras
del consenso, de las escuelas en boga.
Usted
en los ’70 se exilió. ¿Por qué se exilió? ¿Debido a la militancia política?
Por esos
años me movía entre la militancia, el trabajo gremial y el activismo cultural;
fundamos con otros escritores el grupo literario “El Ladrillo”, que realizó
distintos actos profundizando el debate cultural. Un mes antes del golpe recibí
el Premio Casa de las Américas de Cuba. Como en la mayoría de los desterrados
la militancia se continuó con una labor de denuncia sostenida, constante, en
todos los espacios posibles. Ahí estaban escritores como Pedro Orgambide,
Humberto Costantini, Alberto Adellach, David Viñas -con quienes fundamos en
México la editorial “Tierra del Fuego” para difundir materiales del exilio- y
cineastas como Jorge Denti y Nerio Barberis, entre muchos. Creo que dentro de
esa militancia se puede ubicar el periodismo escrito en ese tiempo dedicado a
las luchas sociales en América Latina.
¿Qué cambios produjo en su escritura la experiencia
del exilio?
Se
ahondó el registro del extrañamiento, que quizá arrastro desde niño; una
extranjería que viene de mi infancia en el puerto. Y seguramente se enriqueció
al contacto con otras culturas, otros decires, otras sonoridades del idioma, el
conocimiento de otras realidades, otras historias, otras experiencias y aún
otros exilios que conocí en México, desde el republicano español, al de los
salvadoreños, nicaragüenses, chilenos, uruguayos, etc.
Además, me gustaría saber si tiene elaborada alguna
reflexión en torno al exilio, a la condición de exiliado y sus consecuencias.
El debate alguna vez se planteó pero en un tono de enfrentamiento entre los que
se habían exiliado y los que habían decidido quedarse, y terminó en una suerte
de discusión que no arrojó ninguna reflexión sobre el tema.
Tengo,
desde ya, algunas ideas respecto al exilio y hace unos años publiqué el libro Tierra
que anda / los escritores en el exilio. Es un debate pendiente. No voy a
explicar aquí que significaba el destierro para los griegos ni qué significó en
los años 70, como desterradero de identidades. Justamente ahora estoy releyendo
un relato de Humberto Costantini titulado “En la noche”, que pinta como pocos
esa situación. Creo que de la narrativa que trata los años de plomo, sobradamente
destaca Costantini por varios textos, especialmente este relato, dando cuenta
de la entretela existencial de esos años: valentías y temores, convicciones y
contradicciones en un desmenuzamiento de conductas humanas más allá de dogmas y
esquematismos para mostrar, decía, “el aspecto ético y humano de una
generación”. “En la noche” (que integra el tomo reeditado de sus Cuentos Completos) nombra al exilio como
vacío, oquedad que es circunstancia política y deviene en boquete metafísico,
sueño, pesadilla, atmósfera de desvarío. La metáfora es clara: un exiliado
atraviesa un mercado para llegar a su casa, de pronto los miles de kilómetros
que lo separaban de los suyos se convierten en metros.
El protagonista es un ser fragmentado que avanza a tientas, tropezando sobre un suelo barroso, charcos pestilentes con verduras podridas, cartones, plumas, botellas de plástico. Con los ojos acostumbrados a la oscuridad. Es un cuento intenso que también responde tu pregunta sobre la polémica entre los desterrados y el exilio interior, ya que la voz que atraviesa la oscuridad, dice querer atravesar una puerta de hierro: “Para verlos a ellos –dice- abrazarlos a ellos, protegerlos a ellos, estar otra vez junto a ellos”, preguntándose una y otra vez: “dónde estarán ellos? ¿cómo estarán ellos?”. La polémica entre los desterrados y el exilio interior fue algo bastante fabricado en términos de planteo más o menos generalizado; lo que sí existió es intercambio de opiniones entre intelectuales desterrados -entre ellos Osvaldo Bayer- y de adentro. Personalmente coincido con Osvaldo en muchos de sus planteos. También debo decir que nunca escuché en los casi 8 años que viví afuera -y recorrí colonias de exiliados no sólo de México, sino de Centroamérica y algunos países de Europa- palabras de agravio sobre la gente que estaba adentro, donde por otro lado, y quizá en calidad de rehenes, estaban nuestras familias. Cuando trascendía para afuera algún gesto de resistencia, se lo festejaba.
¿Le interesa el hecho de que se haya reavivado la discusión
sobre los ’70?
Me
interesa mucho, porque es un modo de colocar contenidos en los agujeros de la
historia. Cuando regresé del exilio en enero del ’84 esperaba eso, pero la cosa
aún no estaba preparada, como que los temas quemaban, la sociedad salía de un
cuarto en sombras con los ojos apretados: no digo que se hayan disipado los
traumas y los miedos que una dictadura tan cruenta deja como saldo, pero recién
a partir del gobierno de Néstor Kirchner veo un debate abierto, sin tabúes, sin
tantas mediaciones. En esa misma reactivación, me llama la atención la
aparición de muchos libros, de reflexión y de ficción, que satanizan a la
militancia de los ’70, confundiendo convicciones con arrebato juvenil y
voluntarismo.
En estos días hemos escuchado y leído que algunas
personas que siempre estuvieron vinculadas a las causas de los derechos humanos
hoy dicen estar algo cansados de seguir discutiendo el pasado vinculado a la
última dictadura, algo así como la frase del diálogo final del protagonista de Solos
en la madrugada con relación al franquismo. ¿A qué cree que responde este
viraje?
Me parece una cosa un tanto inflada por los medios. Y como siempre pasa en los
medios, muy farandulizados: gente mediática habla de gente mediática, como si
todo se dirimiera entre un grupete de personas y el resto del país estuviera
instalado en la pasividad. Yo no veo deserciones en la intelectualidad de peso,
en la gente que uno respeta, que tiene atrás una tradición de lucha. Ahora,
depositar esas tradiciones de lucha, de solidaridad, de convicciones en los
Lanata y los Caparrós… es estar muy pendiente de lo mediático oportunista. El
travestismo político -de Jorge Asís a Cobos- es insustancial frente a la
coherencia y profundidad de mucha de nuestra intelectualidad.
¿Cree usted que existe una suerte de banalización
de la vida en general? Quiero decir, se banalizan los discursos cotidianos, los
políticos, los televisivos sin reflexionar sobre si esta banalización implica
un vaciamiento de contenido digamos del modo de pensar y proceder en la vida.
Cuando
yo era chico leí una frase que me impactó, decía que nos alimentan con basura y
que la televisión usaba la cuchara más grande; ya más crecidito, en el bar San
Quintín tomando una copa con Roberto Goyeneche, el Polaco me dijo: “¿Cómo hacía
la gente de antes para aburrirse, cuando no había televisión?”. La televisión
pretende institucionalizar el cachivache social, la frivolidad, el boludeo, el
individualismo exacerbado; hay muchos programas basados en peleas callejeras de
vecinos, de pibes, de marginales, de pobres contra pobres. Espero que esto
cambie con la ley de medios y la apertura de espacios como el Canal
Encuentro.
¿Le parece que desde cierta crítica académica se ha
declarado la caducidad de ciertos escritores? ¿Y por qué motivos?
La
caducidad o vigencia de algunos escritores pareciera que se ajustan al canon
académico, como si algunas obras existieran recién a partir de que ese ámbito
las percibe. En ese repartir bendiciones se parece a la iglesia; siempre me
sentí un poco lejos de su dinámica burocrática y muchos trabajos homologados en
formatos de tesis. Aunque no se puede generalizar. En lo personal me he sentido
a distancia de esa especie de panteón, de una crítica académica que deja por
fuera a muchos de nuestros mejores escritores. Quizá pasa en muchos lugares. Yo
ahora estoy leyendo textos del narrador chileno Juan Emar, muy ninguneado en
los años en que publicó sus novelas, la década del ’30. Tanto que se retiró del
ámbito literario -no de la escritura- y ahora es rescatado como uno de los
iniciadores de la nueva novela latinoamericana.
¿Existe lo que en los ’90 se definió como la nueva narrativa y poesía argentina?
Hablando de los ’90 ¿cómo los vivió usted? Lo
pregunto a nivel de qué opinión tiene sobre esos años pero también a nivel de
lo emocional, de la vivencia interna del trastocamiento de una sociedad, quizás
de un mapa de referencias de vida.
Yo viví
del 89 al 97 en Centroamérica, pero claro que si te referís al menemismo, me
golpeó el nivel de aturdimiento al que llevó el menemismo a la sociedad, a tal
punto que más que designar una época, eso de “menemizarse” se abre a
significados diversos para designar a decadencia, en todos los sentidos. Ese es
su legado.
¿Y cómo vive este momento político del país?
Con
tristeza porque acaba de fallecer el ex presidente Néstor Kirchner, quien
encabezó un proceso de transformación y reactivación económica, enfrentándose a
los mandamás de siempre. Aunque yo vengo de una izquierda no peronista, sería
estar ciego negar los cambios en el país desde su gobierno y ahora el de
Cristina Fernández, el tema de juicio y castigo a los culpables, la inserción
en una América Latina que busca su dignidad por fuera de los tutelajes del
imperio. Deja una mística que estaba ausente antes de su gobierno, eso se ve en
la juventud que fue a despedir sus restos. Cuando tenía mucho por delante, se
da su deceso, que se inscribe en el mapa de vidas truncadas que es una marca
fuerte en la historia argentina. Habrá que estar atentos a los manotazos de la
derecha, que trabajan en la sombra y ver de qué modo se puede profundizar este
proyecto de soberanía, y que sus aciertos vayan por encima de sus deficiencias.
¿Cómo observa el panorama de la creación y difusión
literaria en la Argentina de hoy?
La
creación es siempre profusa, tumultuosa, diversa, algo que ha sido una
característica de nuestra sociedad. La difusión en cambio es pobre, faltan
medios, espacios que den cuenta de toda esa producción.
¿Tiene alguna opinión formada sobre el fenómeno de
Internet y su relación con la literatura?
No.
A lo largo de una serie de entrevistas a escritores
me ha interesado plantear la siguiente inquietud: Se ha preguntado y escrito
mucho sobre los acontecimientos ocurridos en el 2001 en Argentina, pero poco se
ha buscado la voz de los escritores. Es por eso que me interesaría saber cómo
vivió Usted ese momento histórico y si elaboró alguna reflexión o sentimiento
en torno a lo vivido.
En lo
personal, hechos como los del 2001, me retrotraen a los 70 y al accionar del
aparato represivo, que en la Argentina siempre estuvo al servicio de quienes
detentaron el poder. No hay que subestimar tampoco a una mano de obra para nada
desocupada, siempre presta a golpear al campo popular desde las sombras, ahí
está de muestra la desaparición de Julio López. Muchas líneas integran ese
entramado fascista.
¿Qué opinión le merece el tratamiento actual de la
realidad por parte de los grandes medios masivos de comunicación?
Los
grandes medios han reemplazado a las facciones políticas a quienes solían
representar. La parcialidad en el tratamiento de la información, en esos
monopolios que abarcan prensa, radio y televisión, es pasmosa y obscena. Sobre
todo en los últimos años, cuando han visto amenazados sus intereses. Da pena
que haya periodistas sin otra vocación que servir al amo, un periodismo de
agachada, lameculista. Tampoco laburan, porque esa servidumbre los libera de
investigar a fondo, de buscar la noticia por fuera de la chicana. El colmo, en
un país de numerosos periodistas y escritores secuestrados, torturados,
desaparecidos, dicen sentirse amenazados, perseguidos. Son hipócritas, se
victimizan…
Para finalizar, ¿cuál es a su entender la función de la poesía?
Vuelvo a
Cardoza y Aragón, quien dijo: “la poesía no le hace los mandados a nadie”; por
ello mismo no creo que tenga ninguna tarea asignada, ni misión, ni función.
Aunque es cierto que acerca preguntas, un modo de interpelar nuestros desvelos;
y por fuera de planteos de optimismo o pesimismo, de lo explícito y lo oculto,
de la coyuntura más o menos social, más o menos íntima, da una hondura, o
mejor: como decía ese gran poeta cubano que fue Eliseo Diego: da el peso de la
intensidad.
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