JOHN
SANFORD
LO QUE
SABE LA SOMBRA
Por
Patrick Miller
Entrevista realizada para The Sun a John Sanford, escritor de
temas psicológicos y espirituales que reside en Encinitas, California. Trabaja
como escritor y editor en el Yoga Journal
y también ha escrito para The Sun, Nre Age Journal, Free Spirit of New
York City y The Columbia Journalism
Review.
PRIMERA ENTREGA
La
afirmación de Jung de que prefería ser “un individuo completo antes que una
persona buena” puede resultar inquietante y confusa para muchas personas. ¿Por
qué cree usted que hay tantas personas que parecen desconocer la estrecha
relación existente entre la maldad y la “bondad excesiva”?
La relación existente entre la
sombra y el ego constituye un verdadero
problema, un problema que resulta especialmente relevante en la
tradición cristiana. Para la Biblia las diferencias existentes entre el bien y
el mal son muy claras: en una parte está Dios, que es el bien y en la otra el
Diablo, que es el mal. El Nuevo Testamento sostiene la opinión de que si un
individuo cede al mal y lleva a cabo malas acciones su alma inicia un proceso
psicológico negativo que termina conduciéndole a la degradación y la
destrucción. De acuerdo a ello el Cristianismo ha promovido el modelo ideal de “ser
una buena persona”.
Pero la tradición cristiana
original reconocía que el mal se halla dentro de cada uno de nosotros, que la
oposición y la discordia forma parte integral de cada uno de nosotros. San
Pablo, por ejemplo, como buen psicólogo profundo, se daba cuenta de que la
sombra se hallaba en su interior, sabía que
esa era su condición, una condición de la que sólo Dios podía salvarle. Por
ello dijo: “Porque el bien que quisiera hacer no lo hago pero el mal que no
quisiera hacer lo hago”.
Más tarde, sin embargo, esa
comprensión profunda se ensombreció y los cristianos terminaron identificándose
exclusivamente con el bien y se dedicaron simplemente a tratar de ser
exclusivamente buenos. Pero de ese modo lo único que lograron fue perder
rápidamente el contacto con la sombra. Más tarde -como lamentablemente
evidencia la historia de la Edad Media- la Iglesia cometió otro error fatal. A
partir de entonces no sólo eran malas las acciones sino que también lo eran las
fantasías y una persona podía ser
considerada mala tan sólo por pensar en malas acciones. A partir de ese momento
no sólo era pecado el adulterio sino que también lo era pensar en él. Ambos,
por tanto, debían ser confesados y perdonados.
Como resultado de todo ello la
gente comenzó a negar y a reprimir su vida imaginaria y la sombra fue
relegándose cada vez más al mundo subterráneo. De este modo, poco a poco fue
abriéndose un verdadero abismo entre el bien y el mal-
¿Este
proceso corre paralelo a la desaparición del elemento femenino?
Efectivamente. Eso es
precisamente lo que iba a decir. El elemento masculino ve las cosas bajo la
brillante luz del sol, esto es una cosa y aquello es otra completamente
diferente. Pero desde el punto de vista femenino, sin embargo, las cosas, que
parecen iluminadas por la luz de la luna, se hallan mucho más entremezcladas y
no son tan nítidas, de modo que no resulta tan fácil establecer una diferencia
rotunda entre ellas. El tema de la sombra, pues, no es, en realidad, tan
sencillo como parece a simple vista. No se trata simplemente de diferenciar
entre el bien y el mal sino que es algo mucho más sutil y complejo.
El elemento femenino podría
habernos ayudado a franquear el abismo que parece existir entre la sombra y el
ego. La Iglesia Cristiana -que en sus comienzos pareció abanderar una especie
de movimiento feminista- muy pronto terminó convirtiéndose en un adalid del
patriarcado. De esta manera, poco a poco el ego y la sombra fueron separándose
progresivamente y prepararon el terreno para la aparición del fenómeno que tan
bien nos ilustra el relato del D. Jekyll y Mr. Hyde. La historia del
Cristianismo es paradigmática a este respecto. Recordemos, si no, cómo los
líderes de la Inquisición afirmaban estar haciendo correctamente lo que debían.
Obviamente, este tipo de actitud
se halla muy difundido en nuestro mundo y los cristianos no son los únicos
detentadores aunque lo cierto, sin embargo, es que la tradición cristiana se ha
mostrado especialmente recalcitrante a la hora de aumentar la división entre el
bien y el mal. No obstante, aunque la Iglesia intentara proscribir el mundo de
la fantasía, era agudamente consciente de la vida interior del ser humano y
siempre ha valorado positivamente la introspección fomentando, de ese modo, el
surgimiento de la psicología profunda.
Yo me
eduqué entre fundamentalistas religiosos y siempre he visto en ellos una cierta
rigidez, como si realmente estuvieran intentando que ciertas cosas no
penetraran en su mente, mucho menos todavía expresarlas abiertamente. Pero para
mantener esta división interna es necesario invertir una gran cantidad de
energía.
Así es, y ello no significa
necesariamente que uno termine convirtiéndose realmente en una buena persona.
Luchar por ser bueno no es más que una pose, una forma de engañarse uno mismo.
De este modo se desarrolla la persona, la máscara de bondad tras la que
intentamos encubrir a nuestro ego. El Dr. Jekyll, por ejemplo, tenía una
personalidad muy amable y creía en ella a pie juntillas pero, en realidad,
jamás fue una buena persona. Jekyll anhelaba en secreto ser Hyde pero nunca
quiso desprenderse de la máscara social con la que se había ocultado de la
sociedad y de sí mismo. Cuando el brebaje le transformó en su sombra y permitió
que esta saliera a la superficie creyó haber encontrado la respuesta perfecta a
su problema pero entonces era tarde porque su deseo de ser Hyde era ya más
fuerte que él.
Es importante comprender la
diferencia crucial existente entre la sombra y la verdadera maldad. Como dijo
en cierta ocasión Fritz Kunkel, el secreto es que el mal no hay que buscarlo en la sombra sino en el ego. Para la
mayor parte de las personas el mal no radica en alguna instancia arquetípica
ubicada más allá del ego sino que precisamente se asienta en él.
Edward C. Whitmont, un analista
neoyorquino, ha descrito claramente a la sombra en términos junguianos diciendo
que se trata de “todo lo que hemos ido rechazando en el curso del desarrollo de
nuestra personalidad por no ajustarse al ego
ideal”. Si usted ha sido educado en un entorno cristiano en el que modelo
ideal era ser amable, correcto y generoso ha debido reprimir todas aquellas
cualidades que se oponían a la imagen como la cólera, el egoísmo, las fantasías
sexuales, etcétera. Y finalmente todas esas cualidades de las que se ha
despojado el individuo se aglutinan en torno a una especie de personalidad
secundaria -denominada sombra- que, en el caso de aislarse suficientemente,
pueden terminar originando la patología conocida como personalidad múltiple.
Detrás de cualquier caso de
personalidad múltiple siempre se halla la sombra. La sombra no siempre es el
mal, la sombra es únicamente lo opuesto al ego. Jung dijo que la sombra
contiene un noventa por ciento de oro puro. Lo que sea reprimido encierra una
tremenda cantidad de energía y contiene, consecuentemente. Un gran potencial
positivo. Así pues, por más perturbadora que pueda parecer, la sombra no es
intrínsecamente mala. Es más, podríamos decir que la negativa del ego a
comprender y aceptar la totalidad de nuestra personalidad es más responsable
que la misma sombra de la etiología del mal.
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