ALBERTO METHOL FERRÉ
LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL
MERCOSUR
DECIMOSÉPTIMA
ENTREGA
CAPÍTULO 2
¿Inactualidad del Estado-Nación? (1)
Es bueno comenzar en estos años noventa por tomar el pulso al
clima actual que envuelve la problemática del Estado-Nación. A las
contradicciones que saltan a la vista, y a las que es necesario ir
respondiendo. Tomemos dos extremos opuestos, no de políticos ni teóricos
políticos, sino más bien de grandes consultores empresariales o de hombres de
prestigio en el ámbito empresarial. Nos referimos al japonés Kenichi Ohmae y al
austro-norteamericano Peter Drucker.
Ohmae representaría el extremo negativo del Estado-Nación y
Drucker otro extremo, el que no ve modo de prescindir del Estado-Nación, aunque
sí la necesidad de introducirle grandes modificaciones y reformulaciones.
Las fuerzas que están operando en la
actualidad han planteado problemáticas preguntas acerca de la relevancia —y
eficacia— de los Estados-Nación como formas de agrupación significativas para
recapacitar sobre la actividad económica, y mucho menos conducirla (p. 12).
Muchos de los valores esenciales que servían de fundamento a un orden mundial
de Estados-Nación independientes y soberanos —la democracia liberal, según su
aplicación en Occidente, por ejemplo, e incluso la propia noción de soberanía
política— han mostrado síntomas de que necesitan una profunda redefinición o,
tal vez, una sustitución (p. 13).
Estamos en un mundo sin fronteras, cuando las fronteras se
vienen abajo, y es indispensable liberarse de la “ilusión cartográfica”. “El
Estado-Nación se vuelve cada vez más una ficción nostálgica” (p. 28).
¿Y cuál es la característica de un mundo sin fronteras? Se trata
del mundo sin fronteras de la economía globalizada. Cuatro “íes” definen los
flujos de esta economía globalizada: Inversión, Industria, Información,
Individuos. Su movilidad planetaria rompe todos los límites.
En conjunto, la movilidad de las cuatro “íes”
hace posible que las unidades económicas viables de cualquier lugar del mundo
reúnan todo lo que necesitan para trabajar. Ya no tienen que limitarse a
recurrir a los conjuntos cercanos a su país de origen. Tampoco tienen que limitarse
a depender de los esfuerzos de los gobiernos para atraer recursos de otros
lugares del mundo y canalizarlos hacia los usuarios finales. Esto hace que la
función tradicional de “intermediación” de los Estados-nación y sus gobiernos
sea innecesaria en buena medida. Como los mercados mundiales de las “íes”
funcionan estupendamente por su cuenta, los Estados-nación ya no tienen que
desempeñar el papel de creadores del mercado. De hecho, y teniendo en cuenta
sus propios problemas, que son considerables, lo que suelen hacer más
frecuentemente es estorbar. Si se permitiese, las soluciones mundiales irían a
los lugares en los que son necesarias sin la intervención de los
Estados-nación. De acuerdo con la experiencia actual, además fluyen mejor
precisamente porque no se da esa intervención (p. 19). […] En una economía sin
fronteras, el funcionamiento de la “mano invisible” del mercado tiene un
alcance y una fortaleza que supera todo lo que Adam Smith podría haber
imaginado. En la época de Smith, la actividad económica tenía lugar en un
escenario definido —y limitado— principalmente por las fronteras políticas de
los Estados-nación [...] En la actualidad, por el contrario, es la actividad
económica la que define todas las demás instituciones, incluido el aparato de
la soberanía (p. 63).
El defecto mayor del Estado-Nación para Ohmae es tener que ser
democrático. Esto no lo enuncia nunca con claridad rotunda, pero impregna todo
su enfoque. Dice: “A medida que la irreversible lógica de la política electoral
estrecha su mortal abrazo sobre las economías de los Estados-Nación, éstos se
han ido convirtiendo en unos destacablemente ineficaces motores de distribución
de riqueza” (p. 27). La heterogeneidad regional de cada Estado-Nación, el tener
sectores avanzados y atrasados, hace que ese equilibrio de intereses diversos
ya no genere “una visión reflexionada y sintetizada del bien común a largo
plazo, sino que, al centrar la discusión en intereses tan separados, inmediatos
e inconexos, hace imposible llegar a acordar —y mucho menos aplicar— una visión
coherente del bien común” (p. 108).
Notas
[1]Kenichi
Ohmae, El fin del Estado-nación, Santiago de Chile, Andrés Bello,
1997. Las siguientes citas de Ohmae corresponden a esta edición y solo llevan
entre paréntesis el número de página.
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