JUAN CARLOS ONETTI (1909 – 1993)
JACOB Y EL OTRO
QUINTA ENTREGA
IV. Cuenta el
narrador (3)
Al día siguiente
Orsini asistió al despertar del campeón, trajo las aspirinas y el agua
caliente, oyó satisfecho las malas palabras de van Oppen bajo la ducha, escuchó
con júbilo la transformación de los ruidos groseros en una versión casi
submarina de “Yo tenía un camarada”. Como todos los hombres, había decidido
mentir, mentirse a sí mismo y confiar. Organizó la mañana de van Oppen, la
caminata a paso lento a través de la ciudad, con el enorme torso cubierto por
la tricota de lana con la gran letra azul en el pecho, la C que significaba,
para todo idioma y alfabeto concebible: Campeón Mundial de Lucha de Todos los
Pesos. Lo acompañó a la rambla. Allí, para los pocos curiosos de las ocho de la
mañana, reiteró una de las escenas de la vieja farsa. Se detuvo para quitarse
el sombrero y enjugarse la frente, sonrió con la admirada sonrisa del buen
perdedor y manoteó la espalda de Jacob van Oppen.
-Qué hombre éste -murmuró para nadie; y su cabeza torcida, sus brazos vencidos,
su boca ansiosa de aire repitieron para toda Santa María: qué hombre
éste.
Van Oppen continuó con la misma discreta velocidad, los hombros hacia el
futuro, la mandíbula colgante, en dirección a la rambla; tomó después hacia la
fábrica de conservas, costeando el asombro de pescadores, vagos, empleados del
ferry; era demasiado grande para que alguien se atreviera a burlarse.
Tal vez las burlas, nunca dichas en voz alta, rodearon todo el día al príncipe
Orsini, a sus ropas, a sus modales, a su buena educación inadecuada. Pero él
había apostado a ser feliz y sólo le era posible enterarse de las cosas
agradables y buenas. En El Liberal, en el Berna y en el Plaza
tuvo lo que él llamaría en el recuerdo conferencias de prensa; bebió y charló
con curiosos y desocupados, contó anécdotas y atroces mentiras, exhibió una vez
más los recortes de diarios amarillentos y quebradizos. Algún día, esto era
indudable, las cosas habían sido así: van Oppen campeón del mundo, joven, con
una tuerca irresistible, con viajes que no eran exilios, asediado por ofertas
que podían ser rechazadas. Aunque pasadas de moda, desteñidas, ahí estaban las
fotografías y las palabras de los diarios, tenaces en su aproximación a la
ceniza, irrefutables. Nunca borracho, después de la cuarta o quinta copa,
Orsini creía que los testimonios del pasado garantizaban el porvenir. No
necesitaba ningún cambio personal para habitar cómodamente el imposible
paraíso. Había nacido con cincuenta años de edad, cínico, bondadoso, amigo de
la vida, partidario de que sucedieran cosas. El milagro sólo exigía la
transformación de van Oppen, su regreso a los años anteriores a la guerra, al
vientre hundido, a la piel brillante, a la esclerótica limpia en la
mañana.
Sí, la futura turca -una mujercita, con todo respeto, simpática y porfiada-
había estado en El Liberal para formalizar el desafío. El jefe
de Deportivas ya tenía fotos de Mario haciendo gimnasia; pero las fotografías
costaron un discurso sobre la libertad de prensa, la democracia y la libre
información. También sobre el patriotismo, contaba Deportivas:
-Y el turco nos
hubiera roto la cabeza, a mí y al fotógrafo, a pesar de todo, si no interviene
la novia y lo calma con dos palabras. Estuvieron cuchicheando en la trastienda
y después salió el turco, no tan grande, creo, como van Oppen, pero mucho más
bruto, más peligroso. Bueno, usted entiende de esto mejor que yo.
-Entiendo -sonrió el príncipe-. Pobre muchacho. No es el primero -paseó su
tristeza encima de las papas fritas y las aceitunas del Berna.
-El hombre estaba furioso pero se aguantó y se puso los pantalones cortos de ir
a pescar y se dedicó a hacer gimnasia al sol; toda la que Humberto, el
fotógrafo, quiso o estuvo inventando, sólo por venganza y para desquitarse del
susto que había pasado. Y todo el tiempo ella sentada en un barril, como si
fuera la madre o la maestra, fumando, sin decir una palabra pero mirándolo. Y
cuando uno piensa que ella no mide ni un metro cincuenta, ni pesa cuarenta
kilos...
-Conozco a la señorita -asintió Orsini con nostalgia-. Y he visto tantos
ejemplos... Ah, la personalidad es una cosa misteriosa; no sale de los
músculos.
-No era para publicar, claro -dijo Deportivas- ¿pero van a hacer el
depósito?
-¿El depósito? -el príncipe, piadoso, abrió las manos-. Esta tarde, mañana
de mañana. Depende del Banco. ¿Le parece bien, mañana de mañana, en El
Liberal? Será una buena propaganda, y gratis. Resistirle tres minutos a
Jacob van Oppen... Como yo digo siempre -mostró las muelas doradas y llamó al
mozo-: el deporte de un lado, el negocio del otro. Qué puede hacer uno, qué podemos
hacer nosotros, si al final de esta gira de entrenamiento aparece de golpe un
suicida. Y si además lo ayudan.
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