PAULO
FREIRE
CAPÍTULO 1 (9)
PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO
DECIMOSÉPTIMA ENTREGA
En
el primer momento, el de la pedagogía del oprimido, objeto de análisis de este
capítulo, nos enfrentamos al problema de la conciencia oprimida como al de la
conciencia opresora -el de los hombres opresores y de los hombres oprimidos en
una situación concreta de opresión. Frente al problema de su comportamiento, de
su visión del mundo, de su ética. Frente a la dualidad de los oprimidos. Y
debemos encararlos así, como seres duales, contradictorios, divididos. La
situación de opresión, de violencia en que estos se “conforman”, en la cual “realiza”,
su existencia, los constituye en esta dualidad.
Toda
situación en que, en las relaciones objetivas entre A y B, A explote a B, A
obstaculice a B en su búsqueda de afirmación como persona, como sujeto, es opresora.
Tal situación, al implicar la obstrucción de esta búsqueda es, en sí misma,
violenta. Es una violencia al margen de que muchas veces aparece azucarada por
la falsa generosidad a la que nos referimos con anterioridad, ya que hiere la
vocación ontológica e histórica de los hombres: la de ser más.
Una
vez establecida la relación opresora, está instaurada la violencia. De ahí que
esta, en la historia, jamás haya sido iniciada por los oprimidos. ¿Cómo podrían
los oprimidos iniciar la violencia, si ellos son el resultado de una violencia?
¿Cómo podrían ser los promotores de algo que al instaurarse objetivamente los constituye?
No
existirían oprimidos si no existiera una relación de violencia que los conforme
como violentados, en una situación objetiva de opresión.
Son
los que oprimen, quienes instauran la violencia; aquellos que explotan, los que
no reconocen en los otros y no los oprimidos, los explotados, los que no son
reconocidos como otro por quienes los
oprimen.
Quienes
instauran el terror no son los débiles, no son aquellos que a él se encuentran
sometidos sino los violentos, quienes, con su poder, crean la situación
concreta en la que se generan los “abandonados de la vida”, los desharrapados
del mundo.
Quienes
instauran la tiranía no son los tiranizados, sino los tiranos.
Quienes
instauran el odio no son los odiados, sino los que odian primero.
Quienes
instauran la negación de los hombres no son aquellos que fueron despojados de
su humanidad sino aquellos que se la negaron, negando también la suya.
Quienes
instauran la fuerza no son los que enflaquecieron bajo la robustez de los
fuertes sino los fuertes que los debilitaron.
Sin
embargo, para los opresores, en la hipocresía de su falsa “generosidad”, son
siempre los oprimidos -a los que, obviamente, jamás dominan como tales sino, conforme
se sitúen, interna o externamente, denominan “esa gente” o “esa masa ciega y
envidiosa”, o “salvajes”, o “nativos” o “subversivos”-, son siempre los
oprimidos, los que desaman. Son siempre ellos los “violentos”, los “bárbaros”,
los “malvados”, los “feroces”, cuando reaccionan contra la violencia de los
opresores.
En
verdad, por paradójico que pueda parecer, es en la respuesta de los oprimidos a
la violencia de los opresores donde encontraremos el gesto de amor.
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