CLARISSA PINKOLA
ESTÉS
MUJERES QUE CORREN
CON LOS LOBOS
CIENTOQUINCUAGESIMOSIMOCTAVA ENTREGA
CAPÍTULO 14
La selva
subterránea:
La iniciación en la
selva subterránea
La doncella manca
(22)
La quinta fase: El
tormento del alma (9)
Por lo tanto, después de todos los falsos mensajes que se han recibido
en la psique e incluso durante el exilio, nosotras también estamos protegidas
por una cierta sabiduría superior, una rica y nutritiva soledad nacida de
nuestra relación con la vieja Madre Salvaje. Estamos nuevamente en camino, pero
protegidas de todo peligro. El hecho de llevar el velo nos señala como seres
pertenecientes a la Mujer Salvaje. Somos suyas y, a pesar de no ser
inalcanzables, nos mantenemos en cierto modo apartadas de la total inmersión en
la vida del mundo exterior.
Las diversiones del mundo de arriba no nos deslumbran. Vamos en busca de
un lugar, de la patria del inconciente. De la misma manera que se dice de los árboles
frutales en flor que lucen unos preciosos velos, nosotras y la doncella somos
ahora unos manzanos floridos que andan en busca del bosque al que pertenecen.
La matanza de la cierva era antiguamente un rito de revitalización que
solía presidir una anciana como, por ejemplo, la madre del rey, pues esta era
la "conocedora" oficial de los ciclos de la vida y la muerte. El
sacrificio de la cierva era un antiguo rito destinado a liberar la dulce pero
exuberante energía del animal.
Como las mujeres en proceso de descenso, este animal sagrado era un
esforzado superviviente de los más fríos y crudos inviernos. Las ciervas se
consideraban muy eficientes en la búsqueda de alimento, el alumbramiento y la
capacidad de vivir de acuerdo con los ciclos inherentes a la naturaleza. Es
probable que las participantes en dicho ritual pertenecieran a un clan y que el
propósito del sacrificio fuera el de instruir a las iniciadas en las cuestiones
relacionadas con la muerte, así como el de infundirles las cualidades de la
criatura propiamente dicha.
Aquí tenemos una vez más un sacrificio, en realidad, una doble rubedo,
un sacrificio cruento. Primero tenemos el sacrificio de la cierva, el animal
sagrado para la antigua estirpe de la Mujer Salvaje. La matanza de criaturas es
una tarea peligrosa, pues varias clases de entes benéficos se desplazan
disfrazados de animales.
El hecho de matar a uno de ellos fuera del ciclo se consideraba perjudicial
para el delicado equilibrio de la naturaleza y daba lugar a un castigo de
proporciones míticas. Sin embargo, lo más importante era que la criatura
sacrificada era una criatura-madre, una hembra, símbolo del cuerpo femenino de
la sabiduría. Después, consumiendo la carne de aquella criatura y cubriéndose
con su pellejo para abrigarse y dejar constancia de la pertenencia al clan, la
mujer se convertía en aquella criatura. Se trataba de un ritual sagrado
cuyos comienzos se perdían en la noche de los tiempos. Conservar los ojos, las
orejas, el hocico, la cornamenta y diversas vísceras equivalía a poseer el
poder simbolizado por las distintas funciones: agudeza visual, buen olfato,
rapidez de movimientos, fortaleza corporal, el timbre de voz apropiado para
llamar a sus congéneres, etc.
La segunda rubedo se produce cuando la doncella se separa no sólo
de la buena y anciana madre sino también del rey. Es un período en el que se
nos pide que recordemos, que insistamos en tomar el alimento espiritual aunque
estemos separadas de las fuerzas que nos han sostenido en el pasado. No podemos
permanecer para siempre en el éxtasis de la unión perfecta. En la mayoría de
nosotras, no es este el camino que se debe seguir. Nuestra misión es más bien
la de destetarnos de estas emocionantes fuerzas en determinado momento, pero
conservar la conexión conciente con ellas y pasar a la siguiente tarea.
Está comprobado que podemos adquirir una fijación con un aspecto
especialmente agradable de la unión psíquica e intentar quedarnos siempre allí,
mamando de la sagrada teta. Eso no significa que el alimento sea destructivo.
Muy al contrario, el alimento es absolutamente esencial para el viaje y en
cantidades considerables, por cierto. De hecho, si este no es suficiente, la
buscadora pierde la energía, se sume en la depresión y se convierte en un
simple susurro. Pero si nos quedamos en nuestro lugar preferido de la psique,
que puede ser exclusivamente el de la belleza o el del arrobamiento, el proceso
de la individuación se reduce a un lento y pesado avance. La verdad es que
algún día tenemos que abandonar, por lo menos provisionalmente, las sagradas
fuerzas que habitan en nuestra psique para que pueda producirse la siguiente
fase del proceso.
Como en el cuento en el que las dos mujeres se despiden con lágrimas en los
ojos, tenemos que despedirnos de las valiosas fuerzas interiores que tan
inestimable ayuda nos han prestado. Después, estrechando fuertemente contra
nuestro pecho nuestro nuevo Yo-hijo, tenemos que echarnos al camino. La
doncella ha reanudado la marcha y se dirige hacia el gran bosque, confiando en
que algo surgirá de aquella inmensa sala de árboles, algo capaz de fortalecer el
alma.
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