26/1/16

CLARISSA PINKOLA ESTÉS



MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS


CIENTOQUINCUAGESIMOSIMOCTAVA ENTREGA


CAPÍTULO 14



La selva subterránea:
La iniciación en la selva subterránea


La doncella manca (22)


La quinta fase: El tormento del alma (9)



Por lo tanto, después de todos los falsos mensajes que se han recibido en la psique e incluso durante el exilio, nosotras también estamos protegidas por una cierta sabiduría superior, una rica y nutritiva soledad nacida de nuestra relación con la vieja Madre Salvaje. Estamos nuevamente en camino, pero protegidas de todo peligro. El hecho de llevar el velo nos señala como seres pertenecientes a la Mujer Salvaje. Somos suyas y, a pesar de no ser inalcanzables, nos mantenemos en cierto modo apartadas de la total inmersión en la vida del mundo exterior.


Las diversiones del mundo de arriba no nos deslumbran. Vamos en busca de un lugar, de la patria del inconciente. De la misma manera que se dice de los árboles frutales en flor que lucen unos preciosos velos, nosotras y la doncella somos ahora unos manzanos floridos que andan en busca del bosque al que pertenecen.


La matanza de la cierva era antiguamente un rito de revitalización que solía presidir una anciana como, por ejemplo, la madre del rey, pues esta era la "conocedora" oficial de los ciclos de la vida y la muerte. El sacrificio de la cierva era un antiguo rito destinado a liberar la dulce pero exuberante energía del animal.


Como las mujeres en proceso de descenso, este animal sagrado era un esforzado superviviente de los más fríos y crudos inviernos. Las ciervas se consideraban muy eficientes en la búsqueda de alimento, el alumbramiento y la capacidad de vivir de acuerdo con los ciclos inherentes a la naturaleza. Es probable que las participantes en dicho ritual pertenecieran a un clan y que el propósito del sacrificio fuera el de instruir a las iniciadas en las cuestiones relacionadas con la muerte, así como el de infundirles las cualidades de la criatura propiamente dicha.


Aquí tenemos una vez más un sacrificio, en realidad, una doble rubedo, un sacrificio cruento. Primero tenemos el sacrificio de la cierva, el animal sagrado para la antigua estirpe de la Mujer Salvaje. La matanza de criaturas es una tarea peligrosa, pues varias clases de entes benéficos se desplazan disfrazados de animales.


El hecho de matar a uno de ellos fuera del ciclo se consideraba perjudicial para el delicado equilibrio de la naturaleza y daba lugar a un castigo de proporciones míticas. Sin embargo, lo más importante era que la criatura sacrificada era una criatura-madre, una hembra, símbolo del cuerpo femenino de la sabiduría. Después, consumiendo la carne de aquella criatura y cubriéndose con su pellejo para abrigarse y dejar constancia de la pertenencia al clan, la mujer se convertía en aquella criatura. Se trataba de un ritual sagrado cuyos comienzos se perdían en la noche de los tiempos. Conservar los ojos, las orejas, el hocico, la cornamenta y diversas vísceras equivalía a poseer el poder simbolizado por las distintas funciones: agudeza visual, buen olfato, rapidez de movimientos, fortaleza corporal, el timbre de voz apropiado para llamar a sus congéneres, etc.


La segunda rubedo se produce cuando la doncella se separa no sólo de la buena y anciana madre sino también del rey. Es un período en el que se nos pide que recordemos, que insistamos en tomar el alimento espiritual aunque estemos separadas de las fuerzas que nos han sostenido en el pasado. No podemos permanecer para siempre en el éxtasis de la unión perfecta. En la mayoría de nosotras, no es este el camino que se debe seguir. Nuestra misión es más bien la de destetarnos de estas emocionantes fuerzas en determinado momento, pero conservar la conexión conciente con ellas y pasar a la siguiente tarea.


Está comprobado que podemos adquirir una fijación con un aspecto especialmente agradable de la unión psíquica e intentar quedarnos siempre allí, mamando de la sagrada teta. Eso no significa que el alimento sea destructivo. Muy al contrario, el alimento es absolutamente esencial para el viaje y en cantidades considerables, por cierto. De hecho, si este no es suficiente, la buscadora pierde la energía, se sume en la depresión y se convierte en un simple susurro. Pero si nos quedamos en nuestro lugar preferido de la psique, que puede ser exclusivamente el de la belleza o el del arrobamiento, el proceso de la individuación se reduce a un lento y pesado avance. La verdad es que algún día tenemos que abandonar, por lo menos provisionalmente, las sagradas fuerzas que habitan en nuestra psique para que pueda producirse la siguiente fase del proceso.



Como en el cuento en el que las dos mujeres se despiden con lágrimas en los ojos, tenemos que despedirnos de las valiosas fuerzas interiores que tan inestimable ayuda nos han prestado. Después, estrechando fuertemente contra nuestro pecho nuestro nuevo Yo-hijo, tenemos que echarnos al camino. La doncella ha reanudado la marcha y se dirige hacia el gran bosque, confiando en que algo surgirá de aquella inmensa sala de árboles, algo capaz de fortalecer el alma.

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