CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
CUADRAGESIMOPRIMERA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
4 (2)
Solamente un joven, sumido
en sueños en medio de esos personajes de piedra, parecía conmoverse con el
infortunio. No se atreve a elevar la voz en favor del niño, que cree poder
alcanzarlos con sus piernecillas doloridas, pues los otros hombres le lanzan
miradas despectivas y autoritarias, y sabe que nada puede hacer contra todos.
Con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos, se pregunta
desconcertado si es realmente eso lo que llaman caridad humana. Reconoce entonces que es sólo una palabra vacua,
que ya ni siquiera figura en el diccionario de la poesía, y confiesa
sinceramente su error. Se dice a sí mismo: “En realidad, ¿por qué preocuparse
por un chicuelo? No le hagamos caso.” Con todo, una lágrima ardorosa rueda por
la mejilla del adolescente que acaba de blasfemar. Se pasa con pena la mano por
la frente como para apartar una nube cuya opacidad oscurece su inteligencia. Se
debate, aunque en vano, en ese siglo en el que ha sido arrojado; tiene la
sensación de que no está en el lugar que le corresponde, y, sin embargo, no
puede salir de él. ¡Prisión terrible! ¡Fatalidad espantosa! Lombano, desde ese
día estoy satisfecho de ti. No dejaba de observarte, en tanto que mi rostro
reflejaba la misma indiferencia que el de los otros viajeros. El adolescente se
levanta, movido por la indignación, y quiere retirarse para no participar, ni
siquiera involuntariamente, en una mala acción. Le hago señas y vuelve a mi
lado… ¡Se aleja!... ¡Se aleja!... Pero, una masa informe ya no lo persigue
encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del polvo. Los gritos cesan de
súbito, porque el niño ha tropezado con un adoquín saliente, y se ha producido
una herida en la cabeza al caer. El ómnibus desaparece en el horizonte, y ya no
se ve más que la calle silenciosa… ¡Se aleja!... ¡Se aleja!... Pero, una masa
informe ya no lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del
polvo. Ved ese trapero que pasa encorvado sobre su linterna mortecina; hay en
él más corazón que en todos sus congéneres del ómnibus. Acaba de levantar al
niño; tened la seguridad de que lo curará y no lo abandonará como hicieron sus
padres. ¡Se aleja!... ¡Se aleja!... Pero desde el lugar en que se encuentra, la
mirada penetrante del trapero lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus
huellas en medio del polvo… ¡Raza estúpida e idiota! Te arrepentirás, ¡claro
que sí!, te arrepentirás. Mi poesía tendrá por objeto atacar por todos los
medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber
engendrado semejante carroña. Los volúmenes se amontonarán sobre los volúmenes
hasta el fin de mis días, y en todos ellos no se verá más que esta única idea,
siempre presente en mi conciencia.
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