ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
NONAGESIMOSEXTA
ENTREGA
SÉPTIMA PARTE
25. LOSPROBLEMAS DE LA INOCENCIA
(2)
Rollo May
Pero
a lo largo de toda esta evolución nos hemos olvidado de que el hecho de amar a
nuestros enemigos es una cuestión de gracia. Se trata, en palabras de Reinhold
Neibhur, de una “posible imposibilidad” que sólo puede llevarse a cabo mediante
un acto de gracia. El hecho de amar a Hitler, por ejemplo, requeriría de mi
parte un acto de gracia que en este momento no estoy en condiciones de llevar a
cabo. Si prescindimos de la gracia, el mandamiento de amar a nuestros enemigos
se convierte en un mero principio moral que sólo puede lograrse mediante el
esfuerzo moral de trabajar sobre nuestro propio carácter. Pero, de este modo
llegamos, en ocasiones, a algo completamente diferente: una forma
supersimplificada e hipócrita de aspiración ética, una especie de gimnasia
moral basada en bloquear ciertos aspectos de nuestra conciencia que impiden
finalmente que realicemos las acciones realmente válidas para el verdadero
progreso social. En este sentido, la persona inocente, la persona que carece de
“la sabiduría de las serpientes”, puede causar mucho daño sin saberlo.
Si
observamos la evolución cultural también podremos advertir que en los últimos
cinco siglos la ética del Cristianismo se ha aliado con el individualismo
renacentista que enfatiza la certeza en las propias creencias y ha terminado
originando una ética del individuo encerrado en sí mismo y celoso de su
soledad. Esta ética resulta particularmente evidente en las sectas protestantes
americanas fomentadas por el individualismo propio de la vida de la frontera.
De aquí el gran hincapié que se ha hecho en Estados Unidos en vivir sinceramente de acuerdo a las propias
convicciones. Por ello idealizamos a quienes suponemos que vivieron de ese
modo, como Thoreau, por ejemplo. De ahí deriva también el énfasis en el
desarrollo del carácter, que en Estados Unidos parece ir siempre acompañado de
ciertas connotaciones fomentando una actitud a la que Woodrow Wilson denominaba
“el carácter que le hace a uno intolerable ante los ojos de los demás”. Luego,
la ética y la religión terminaron convirtiéndose en un asunto dominical y el
resto de la semana fue relegado a hacer dinero. De este modo llegamos a la
curiosa paradoja que nos brinda el hombre de carácter impecable que dirige una
empresa que explota a miles de trabajadores. Es interesante constatar que el
fundamentalismo, esa forma de protestantismo que subraya los rasgos más
individuales del carácter, tiende a ser también la secta más nacionalista y
belicosa y más fanáticamente contraria a cualquier forma de entendimiento
internacional con China o Rusia.
No
podemos -en realidad, no debemos- abandonar nuestra preocupación por la integridad
y por la valoración de lo individual. En mi opinión, sin embargo, los logros
alcanzados por el individualismo que surgió en el Renacimiento deben
armonizarse con el desarrollo de una nueva solidaridad, un compromiso
deliberadamente asumido de corresponsabilidad con el resto de los seres
humanos. En estos días de comunicación de masas no podemos seguir desoyendo las
necesidades de nuestros semejantes ya que ignorarlas sería suicida. A
diferencia de lo que ocurre con el amor ideal, la comprensión -comprender a
nuestro enemigos del mismo modo que nos comprendemos a nosotros mismos- cae
dentro de nuestras posibilidades. En la comprensión se asienta el origen de la
compasión, de la piedad y de la caridad.
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