GASTON
BACHELARD
LAUTRÉAMONT
(traducción de Angelina Martín del Campo)
QUINCUAGÉSIMA ENTREGA
V LAUTRÉAMONT: POETA DE
LOS MÚSCULOS Y DEL GRITO
V (2)
Todo lo que es
intermedio entre el grito y la decisión, todas las palabras, todas las
confidencias deben callarse (p. 184). “Ya, desde hace mucho tiempo se acabó;
desde hace mucho tiempo no le dirijo la palabra a nadie. ¡Oh, ustedes!, quienes
quiera que sean, cuando estén a mi lado, cuando las cuerdas de su glotis no
dejen escapar ninguna entonación… no traten de ninguna manera ustedes mismos de
hacerme conocer su alma con ayuda del lenguaje.”
Tal vez no se ha dado
la suficiente importancia a la declaración de Isidore Ducasse: “Se cuenta que
nací entre los brazos de la sordera” (p. 181). No se ha hecho la psicología del
sordo de nacimiento que de repente adquiere el oído, mientras que la psicología
del ciego de nacimiento, curado por Cheselden, ha sido reimaginada sin cesar.
Si Isidore Ducasse es verdaderamente sordo de nacimiento, sería interesante
decir a qué edad pudo decirse con asombro: “El que habla soy yo mismo. Al
servirme de mi propia lengua para emitir mi pensamiento, me doy cuenta que se
mueven mis labios…” (p. 282). Entonces se le escucharía hasta la frontera de la
sensibilidad alucinatoria cuando escucha al crepúsculo desplegar sus velos de
satén gris…
Pero, al leer los Cantos de Maldoror, al sonorizarlos de
alguna manera nerviosamente, es decir, añadiendo sonidos a los puros impulsos,
se da uno cuenta de que las voces débiles son voces debilitadas. Hay que retornar
al grito y reconocer que el primer verbo es una provocación. Los fantasmas
ducassianos nacen de una rechifla, o
cuando menos la rechifla endereza al
fantasma que tropieza.
Para comprender la
jerarquía nerviosa, entonces, hay que volver siempre a la omnipotencia del
grito; a los instantes en que el ser que grita cree tener la garantía de que su
grito “es escucha hasta en las capas más lejanas del espacio” (p. 214). Tal
grito original niega las leyes físicas como el pecado original niega las leyes
morales. Tal grito es directo y asesino; lleva el odio como una flecha,
verdaderamente hasta el corazón del adversario (p. 207): “Me parecía que mi
odio y mis palabras franqueaban la distancia, aboliendo las leyes físicas del
sonido, y llegaban nítidas a sus oídos ensordecidos por los rugidos del océano
encolerizado”. Así, el grito humano cumple su parte en un universo rabioso. La “boca
categórica” ha encontrado su vocal.
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