12/2/16

GASTON BACHELARD

LAUTRÉAMONT

(traducción de Angelina Martín del Campo)


QUINCUAGÉSIMA ENTREGA


V LAUTRÉAMONT: POETA DE LOS MÚSCULOS Y DEL GRITO


V (2)


Todo lo que es intermedio entre el grito y la decisión, todas las palabras, todas las confidencias deben callarse (p. 184). “Ya, desde hace mucho tiempo se acabó; desde hace mucho tiempo no le dirijo la palabra a nadie. ¡Oh, ustedes!, quienes quiera que sean, cuando estén a mi lado, cuando las cuerdas de su glotis no dejen escapar ninguna entonación… no traten de ninguna manera ustedes mismos de hacerme conocer su alma con ayuda del lenguaje.”


Tal vez no se ha dado la suficiente importancia a la declaración de Isidore Ducasse: “Se cuenta que nací entre los brazos de la sordera” (p. 181). No se ha hecho la psicología del sordo de nacimiento que de repente adquiere el oído, mientras que la psicología del ciego de nacimiento, curado por Cheselden, ha sido reimaginada sin cesar. Si Isidore Ducasse es verdaderamente sordo de nacimiento, sería interesante decir a qué edad pudo decirse con asombro: “El que habla soy yo mismo. Al servirme de mi propia lengua para emitir mi pensamiento, me doy cuenta que se mueven mis labios…” (p. 282). Entonces se le escucharía hasta la frontera de la sensibilidad alucinatoria cuando escucha al crepúsculo desplegar sus velos de satén gris…


Pero, al leer los Cantos de Maldoror, al sonorizarlos de alguna manera nerviosamente, es decir, añadiendo sonidos a los puros impulsos, se da uno cuenta de que las voces débiles son voces debilitadas. Hay que retornar al grito y reconocer que el primer verbo es una provocación. Los fantasmas ducassianos nacen de una rechifla, o cuando menos la rechifla endereza al fantasma que tropieza.



Para comprender la jerarquía nerviosa, entonces, hay que volver siempre a la omnipotencia del grito; a los instantes en que el ser que grita cree tener la garantía de que su grito “es escucha hasta en las capas más lejanas del espacio” (p. 214). Tal grito original niega las leyes físicas como el pecado original niega las leyes morales. Tal grito es directo y asesino; lleva el odio como una flecha, verdaderamente hasta el corazón del adversario (p. 207): “Me parecía que mi odio y mis palabras franqueaban la distancia, aboliendo las leyes físicas del sonido, y llegaban nítidas a sus oídos ensordecidos por los rugidos del océano encolerizado”. Así, el grito humano cumple su parte en un universo rabioso. La “boca categórica” ha encontrado su vocal.

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