GUILLERMO
ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
CUADRAGESIMOCTAVA ENTREGA
XIII
/ ¡VIVA SANTA COLOMA! (3)
Al poco rato volvieron
todos los hombres a la cocina. Entonces Alday, su rostro alterado por la
emoción, se arrojó en medio de la turba.
-¡Muchachos! -exclamó-,
¿se han güelto locos? ¿Que no ven que hay un extraño aquí entre nosotros? ¿Qué significa
todo este alboroto si no ha ocurrido nada de nuevo?
Los recién llegados
recibieron este arrebato con una carcajada, prorrumpiendo en otro ¡Viva Santa Coloma!
Alday se puso furioso:
-¡Hablen, locos! -gritó-; ¡díganme, por Dios, qué es lo que ha sucedido! ¿O
quieren ustedes echarlo todo a perder con su imprudencia?
-¡Oí, Alday! -repuso
uno de los hombres-, pa que sepás lo poco que hay que temer la presencia de un
estraño, Santa Coloma, la esperanza de la Banda Oriental, el salvador de
nuestro país que pronto nos librará del poder de los asesinos y piratas Coloraos, digo: ¡Santa Coloma ha llegao!
¡Está aquí en nuestro medio; se ha apoderado del Molino del Yí y ha encabezao
una revolución en contra del infame gobierno de Montevideo! ¡Viva Santa Coloma!
Alday tiró al suelo su
sombrero, y cayendo de rodillas, permaneció orando para sí algunos segundos,
con las manos entrelazadas por delante. Todos los demás también se
descubrieron, y quedaron agrupados en silencio a su alrededor. Entonces él, se
puso de pie, y todos juntos prorrumpieron en un estrepitoso viva que en poder ensordecedor descolló
sobre todos los otros.
El dueño de casa
parecía estar casi fuera de sí de agitación. -¡Qué! -gritó-. ¿Ha llegao mi
general? ¿Quieren ustedes decirme que Santa Coloma está aquí? ¡Oh, amigos, por
fin el güen Dios se ha acordao de nuestro desdichado país! Se ha cansao de ver
las injusticias de los hombres, las persecuciones, la sangre derramada, las
crueldades que casi nos han güelto locos. ¡No puedo creer que es verdá! Déjenme
ir ande mi general, que estos ojos que han esperao tanto tiempo su llegada,
puedan verlo y se alegren. No puedo esperar ni que amanezca… esta misma noche
iré a El Molino pa verlo y tocarlo con mis propias manos, y asigurarme de esa
manera que no es todo un sueño.
Sus palabras fueron
recibidas con una salva de aplausos y los otros hombres luego anunciaron su
intención de acompañarle a El Molino, una pequeña población a pocas leguas de
distancia, en las márgenes del Yí.
Algunos de los hombres
fueron ahora a buscar y enlazar nuevos caballos, mientras que Alday se ocupaba
en sacar de su escondite, en otra parte de la casa, su acopio de sables y
carabinas. Los hombres, conversando animadamente, fregaban y afilaban las
mohosas armas, mientras que las mujeres asaban más carne para los recién
llegados; y, en el entretanto, yo me quedé sentado fumando tranquilamente al
lado del fogón, sin que nadie hiciera caso de mí.
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