16/2/16

SAÚL IBARGOYEN

PORCA MISERIA (9)


ERA TEMPORADA de elecciones generales, la ciudad y el país estaban en medio de grandes estremecimientos. Se presentaba por vez primera en la política nacional un frente democrático y popular, de fuerte tendencia a la izquierda, para tratar de romper el desgastado esquema bipartidista (burgués, conservador y hasta de neta derecha) que gobernaba desde hacía décadas.


Mi participación en el frente era la de un militante de base, ya no joven, sin cargos de excesiva responsabilidad, que además no me interesaban. El interés mío estaba en compartir tareas vinculadas con la organización de las actividades y las cuestiones ideológicas en la baja clase media. Siempre he mantenido un rechazo, aunque variable, con respecto a las dimensiones del poder en todas sus formas, incluso del poder “suave”. Esto no me acerca a posturas anárquicas o estrictamente individualistas, sino que me permite diseñar una distancia crítica, una autonomía de pensamiento que, a su vez, se apoya tanto en la experiencia de vida como en el estudio de las realidades sociales y culturas, fuera de todo marco temporal.


Sería complicado relatar en este espacio la complejidad de los procesos políticos de esa época. En el país había guerrilla, cuya derrota anticiparía el golpe de Estado en el siguiente año, golpe contra el pueblo y sus organizaciones democráticas. De ahí el origen de la dictadura cívico-militar, con apoyos imperiales, que duraría cerca de doce años; de ahí la salvaje represión, la tortura, las desapariciones, las cárceles, la sociedad despedazada, el exilio. Y el regreso de una democracia todavía lastimada hasta hoy, pese a los esfuerzos de gobiernos progresistas.


Dejemos eso para los politólogos. Decía que mis tareas militantes iban dirigidas a segmentos de la clase media baja, llevaba yo buena cifra de libros, folletos, hasta hojas sueltas, con resúmenes de los autores clásicos en teoría política e historia. Llegaba a una casa de construcción precaria o no acabada, en una zona casi al pie de nuestro cerro emblemático reflejado en la bahía. Si salía alguien a la puerta, porque era común que nadie apareciera, había que adoptar un discurso amable, nada agresivo, sencillo, adecuado a las personas del barrio y a lo que suponíamos era su nivel educativo, su modo de sobrevivencia.


Si nadie atendía, dejaba folletos por debajo de la puerta y una tarjeta a colores en que se anunciaba nueva visita para otra ocasión. Un muchacho de unos dieciocho años me acompañaba por razones de seguridad. Era común que nos agredieran a distancia, arrojándonos piedras y, más cerca, basura que recogían de la calle de tierra, puro polvo en verano, puro barro en invierno.     


Solamente en cuatro casas de varias manzanas logramos dialogar con sus habitantes, obreros con escaso trabajo los hombres, modistas baratas o sirvientas las mujeres. Hijos de edades variadas completaban cada grupo familiar. Nuestra misión laica, que eso era, consistía en conformar núcleos de lectura para analfabetas o quasi analfabetas; para los mayores resultaba impensable asistir a escuelas nocturnas: sobrevivir es lo primero; para los menores se presentaba la ocasión de mejorar los cursos del colegio, si es que lo frecuentaban.


¿Por qué caminaba yo por tales rumbos? Pues, porque los conocí justamente cuando las elecciones antes comentadas, en las que el frente democrático fue vencido por la lógica del momento, que no excluyó la violencia.


Bien recuerdo con cierta periodicidad la imagen del local político donde habíamos vivido tres días con varios jóvenes militantes, sin siquiera ir a la casa a bañarnos, comiendo sándwiches de pan y jamón o mortadela de relativa calidad. Nuestro trabajo era ensobrar las listas de votación, indicar los sitios para votar a los vecinos, conseguir vehículos para transportar a los votantes del frente, instruirlos para que también buscaran adhesiones. La transportación, muy escasa, incluía bicicletas cuyos dueños trasladaron a no pocos ciudadanos en el asiento trasero.


Una mujer de la barriada nos trajo botellas con agua de la llave:


“Perdón, compañeritos. Pero no tenemos para pagarles refrescos… Les puse limón exprimido y algo de azúcar.” Mínimos eventos que no suelen aparecer en los libros de Historia con mayúscula, pero que los antropólogos suelen apreciar.


El conteo de la votación señaló la victoria de las fuerzas de derecha y sus aliados. Nos reunimos para terminar lo que restaba de comida y bebida, ya en la noche. Debíamos regresar al día siguiente a limpiar y dar orden al local. En las calles solo circulaban personas en grupos pequeños, discutiendo y aun gritando, reflejos ideológicos y emocionales del mayor acontecimiento político cada cinco años.


Volví a la otra mañana, con el sol primaveral en su altura azul. La entrada de aquel local de un par de piezas y un estrecho cuarto de aseo, estaba entreabierta. Sobre la mesa de tabla de pino y sobre los largos bancos adonde habíamos desplegado nuestra modesta militancia, pude ver en la semi claridad de un ámbito maloliente a cigarro, a sudores humanos, a calcetines rancios, a los cuatro muchachitos que habían sido mis ayudantes-compañeros durante setenta y dos horas. Ellos dormían vestidos y descalzos, en un extraordinario estado de quietud, como respirando de a gotas para que el sueño no terminara. Todavía me tiemblan los párpados cuando pongo otra vez la mirada sobre aquella imagen de lucha democrática y libertaria, que iba mucho más lejos que un simple conteo de votos. Perdimos esa vez, ganaríamos varias elecciones más tarde, pero en definitiva, uno hasta se pregunta; ¿quién pierde y quién gana? Además, sentí que aquel paisaje de pobrezas materiales se había instalado secretamente en nuestra Historia


Esperé un rato no breve, uno de ellos levantó lentamente la cabeza de la dura tabla, y ya sedente, preguntó como si hablara con una sombra:   


-¿Trajistes comida?


 -Si, fuimos a eso. Conseguí a crédito cuatro sándwiches y una botella grande de refresco. Espero que alcance pa’ todos…


-No va alcanzar, seguro…


-Puedo cambiar mi reloj por más comida… lo dejo en garantía…


-Ta bien, pongo también el mío… Después podemos arreglar con los directivos del frente…  Y los vecinos podrían echar una mano, ¿no?


-Bueno, ahí voy, ustedes descansen.


-Voy al baño y duermo unos minutos más… Ah, ¿sabés? En esta semana todo lo que comí fue aquí… Venía con hambre atrasada cuando llegué al local…



En fin, ya no me ocupo de formar núcleos de lectores como factor relevante de una política cultural, tampoco he regresado a aquella sección de la ciudad. Solo contemplo, en mis viajes de eterno retorno, las luces del emblemático cerro que navegan en la bahía, mezclándose con los rojos fotones del crepúsculo.

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