UMBERTO ECO (1932 – 2016)
“INTERNET PUEDE TOMAR EL PUESTO DEL
PERIODISMO MALO”
por Juan Cruz
(El
País Semanal 30 / 3 2015)
Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes
de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le
pedimos fotos de su juventud se fue a un ordenador, que es el centro borgiano
de su aleph particular, su despacho, y encontró las fotos que
lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo
hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con
el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehúye
nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como
si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los
pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros.
Ya tiene 83 años; ha
adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces
almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una
gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos
del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso
demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un
éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía
asombraron al mundo.
Paseamos junto al
escritor. Física y metafóricamente. Recorremos junto a él la imponente librería
de su casa en Milán, donde también reposan algunos de sus libros más exitosos,
como El
péndulo de Foucault y Apocalípticos e integrados. En las
mismas baldas también está su nueva novela, Número Cero, que Lumen publica el 9 de abril, una ficción sobre
el periodismo inspirada en la realidad. Una mirada a la información en el siglo
XXI y a Internet, campo de batalla de las ideas, las noticias y las falsedades.
Controlar la veracidad de lo que aparece en la Red es, para Eco,
imprescindible. Una tarea a la que deberían dedicarse los periódicos
tradicionales, para que estos sigan siendo, en el futuro, garantes de la
democracia, la libertad y la pluralidad.
Desde ese éxito que
hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filólogo y como
novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora
aparece (en numerosos países del mundo, y en este momento en España) con una
nueva novela que le nace desde el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él
se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado durante décadas a
hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero (traducción de Helena Lozano) pinta a un editor que
monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para
intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que
en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el gran magnate de los medios en
Italia?, le pregunté a Eco. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un
Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.
Alessandria, 1932. Nació en el
Piamonte, en Italia, donde fue educado por los salesianos. En 1954 se doctoró
en Filosofía y Letras en la Universidad de Turín, centro en el que también fue
profesor, además de en las Universidades de Florencia, Milán y Bolonia. Rozando
los 50 años, Umberto Eco obtuvo uno de sus mayores éxitos literarios con su
novela El nombre de la rosa,
traducida a numerosos idiomas y llevada al cine. A lo largo de su trayectoria
ha logrado numerosos reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades en el año 2000. Es también caballero de la Gran Cruz
de la Orden del Mérito de la República Italiana y caballero de la Legión de
Honor francesa.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?
Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de
tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen
debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre
cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde
siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco
de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la
gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado.
Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa,
¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo
llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en
que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de
Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora,
y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que
se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me
gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a
usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio [un periodista clave
en la trama de Número Cero] sobre qué coche comprar, lo que escribo es
un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil
quería…
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en
marcha un periódico para extorsionar…
Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de
Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que
jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un
ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue
asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti, o de otros… Era un
periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba
con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los
intereses de otro… Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió
siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste?
En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de
matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha
sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió
en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica
directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de
colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través
de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la
crea”.
Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el
periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen
hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla
del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de
otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han
hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista en concreto está retratado también como un paranoico en
busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla…
Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he
dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más
novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a
un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es
muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de
Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta
máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes
hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los
que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material
para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún
narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una
historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio,
periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su
crónica sobre la conspiración que se inventó.
Y usted no la inventó, claro.
Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje
tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la
autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde
pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he
intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que
albergan realidades que parecerían fantasías…
Ahora la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, Internet, que
ha cambiado por completo el periodismo.
Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que
estás leyendo un periódico como EL PAÍS, La Repubblica, Il
Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la
noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la
tarde, sensacionalistas, no te fías. Con Internet ocurre al contrario: te fías
de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada.
Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que
hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble
seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en
serio.
En este momento ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que
protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli…
¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y
sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran!
Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso
muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le
Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la
invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya
sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?
Dígalo usted.
Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son
siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves
que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado
en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a
la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual
tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo,
no puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi
cincuenta años y es un problema muy grave e importante.
¿Por qué es tan grave?
Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es
la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de
la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso,
porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi
todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un
artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí
no se sale!
¿De veras cree que no?
El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga
una crítica cotidiana de Internet, y es algo que ocurre poquísimo. Un
periodismo que me diga: “Mira qué hay en Internet, mira qué cosas falsas se
están diciendo, reacciona ante ello, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer
tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo
lean unos señores viejos –ya que los jóvenes no leen—que además no usan
Internet. Habría que hacer, pues, un periódico que se convierta no solo en la
crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad
virtual. Este es un posible futuro para un buen periodismo.
En su novela un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar
miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?
Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica
del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación,
un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta:
cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una
multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de
un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como
la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el
secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el
niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una
cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y
por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo
son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a
la policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que
sabíamos todos menos los servicios secretos.
Número Cero es una novela de ficción, pero todo se puede
verificar en la realidad…
Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la
máquina del fango existen. No todos los diarios usan esta máquina, pero existen
los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los
nombres…
¿Y cómo se sale del fango?
Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango?
Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre
cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un
presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así
decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra… En cambio, con
Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones
privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su
estudio… Esta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió
en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del
fango hubiera utilizado eso… A aquel juez de Rímini de mi libro (que existió
realmente, en otra ciudad) le pusieron encima la máquina del fango: llevaba
calcetines estrafalarios, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una
sentencia que por aquel entonces no le había gustado a Berlusconi. Y lo que
hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través
de episodios menores. Puedes deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con
Palestina. Pero si lo acusas, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no
estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina
del fango.
Frente a la máquina del fango…
Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es
suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo
menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas
contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han
dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo.
Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una
menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a
Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada
más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es
responsable.
Cita usted en su libro la Operación Gladio en relación con sucesos que
ocurrieron tras la Guerra Mundial… Entran ahí hasta las sospechas sobre la
autoría de la matanza de los abogados de Atocha… Aquella sombra de la extrema
derecha ahora vuelve al mundo con los atentados islamistas. Un mundo sombrío
otra vez. ¿Qué opina de este momento otra vez sangriento, protagonizado esta
vez por los terroristas yihadistas?
Es como el nazismo: pensaba restablecer la dignidad del pueblo alemán
matando a todos los judíos. ¿De dónde nace el nazismo? De una profunda
frustración. Habían perdido una guerra y es en los momentos de grandes crisis
cuando el cacique del pueblo puede congregar a la opinión pública alrededor del
odio hacia un enemigo. Ocurre ahora con el mundo musulmán: tres siglos de
frustración, tras el imperio otomano, tras el imperialismo, surge esa
frustración en forma de odio y de fanatismo…
¿Y cómo se lucha contra eso?
No lo sé. Estaba muy claro cómo se podía luchar contra el fanatismo nazi
porque los nacionalsocialistas se encontraban en un territorio identificable.
Aquí la cosa es más compleja.
¿Tiene miedo?
No por mí: por mis nietos.
Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas
sucias sin salir a la calle… ¿Concibe que un día no haya periódicos?
Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo
sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de
democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios
ejerce una función de control. Pero para no morir el periódico tiene que saber
cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto
que de ello ya habla la televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más
del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en
Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica
jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es
verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la
Red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o
dos noticias que hablan de la Red. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan
nunca de su mayor adversario!
¿Es su adversario?
Sí. Porque lo puede matar.
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