BEATRIZ
BAYCE
CUANDO
YA NO IMPORTE (*)
(Primera edición: revista Fundación Nº 1, 1994)
CUARTA ENTREGA
4
/ TOPOGRAFÍA DE SANTAMARÍA NUEVA
“Y
aquí estaba en un lugar que sólo existe para geógrafos enviciados…” (pág.
26)
Este lugar tan difícil
o imposible para los geógrafos, podría ser ubicado con facilidad por algún
mitólogo, porque Carr llega a Santamaría Nueva después de atravesar el río
barroso que viene a ser la primera parte del viaje y en cuyas señas reconocemos
el Aqueronte, uno de cuyos afluentes conduciría a Carr a la segunda parte de la
travesía:
“…luego
de remontar otro río, más estrecho y cuya tradición está hecha de amenaza y
suicidio…” (pág. 23)
Los poetas mitológicos
denominan Cocytos a este río cuyo nombre se vincula con ideas de tragedia y de
muerte, por lo cual se le llama también Río de los Lamentos. Santamaría Este podría quedar en la orilla este del río que rodeaba el Tártaro.
Probablemente, quienes decidieron ampliar la ciudad no quisieron hacerlo hacia
los lugares que más tarde fueron llamados “morada de los demonios”. Por eso
quizá, Santamaría Nueva fue desplazada hacia el este y resultó apta para las procesiones cuyos gritos e
invocaciones perturbaban a Carr en su siesta de junio.
De estos desiertos y
lugares donde se cumplían los destinos de las almas, la mitología griega conoce
distintas versiones. La topografía de Santamaría parece responder a la
tradición de la Odisea: una
superficie plana limitada por un río. “Los infiernos, decía Circe a Ulises, se
encuentran en los extremos del mundo más allá del vasto océano”.
Una tradición más
antigua, que recoge La Ilíada, parece
perdurar en forma de rastro bien visible, porque los recuerdos labran la
dramática construcción de Santamaría. Una leyenda de origen popular sitúa las
regiones del Hades en el centro de la tierra desde donde se comunican con la
superficie por cavernas profundísimas, insondables. Nos encontramos aquí con
intencionadas alusiones a esas cavernas que subsisten mientras la ciudad sigue
progresando y finalmente llegan a desaparecer.
Carr tenía un jeep con el que se encaminaba a la
vieja Santa María. Avanzaba,
“Y
de pronto, sin aviso, un agujero enorme, metros de ancho y atravesando de un
costado a otro el camino no trazado que llevaba, hasta que lo cortara el
zanjón, Santamaría Vieja (pág. 36).
Cada cantón de Grecia
tenía alguna entrada para “el mundo infernal” del Hades. El jeep pasó sobre dos tablones que alguien
había colocado. Y para que este accidente no pudiera pasar inadvertido ni ajeno
a su circunstancia mitológica, se dice que el “agujero maldito” lo llamaban “Barranca
Yaco” sin que nadie supiera por qué. Sin embargo, no nos parece extraño que en
ese capítulo donde se describen ceremonias tan dispares como las dedicadas a la
Virgen, a San Cono y al “Señor Brausen”, se haya conservado el fantasma de Yaco
(o Yakws), el adolescente hijo de Perséfone y de Zeus, a quien se representa
llervando una antorcha en la cabeza de las procesiones de los misterios de
Eleusis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario