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10 TEXTOS DE MARIÉ URÍA (Uruguay, 1970)



I



Cuentan que a las monjas salvajes las sosiega la lluvia.


Sienten que cada gota rota contra el mundo
deja escapar brisas de tilo.



II



Dejé al techo ronroneando el trote de la lluvia
al coleccionista de tormentas encendiendo relámpagos
con los dedos que se le cayeron en las caricias jamás ejercidas


tengo al viento volando las copas con los nidos
frutos y flores que jamás pretendí


lo tengo
como al bostezo cuajado en el costado sordo de la luna
cada vez que tus cuencos se desbordan.



III



Por la banderola entró una hoja
seguro que el viento la remontó con la tormenta.


Se acomodó en la pileta y me miró mientras me lavaba los dientes.


Tenía el contorno lastimado por la peste y por el sol.
Le faltó riego.


Si la trato con firmeza cruje.
¿De qué árbol habrá sido?


Porque si ya no está en su origen no pertenece a él.


¿O será que sí?



IV



Si bien tengo claro que lo mejor luego de descolgar la ropa
es guardar los pallilos
no lo hago.


Es necesario que se queden mordiendo la cuerda.


Y es por eso que algunos caen rendidos
y amanecen sin vida ya en el piso.


Parece una pavada
pero deben quedar sujetos a la cuerda
y tener la libertad de girar cuando venga viento.


Los palillos deben estar descansados y bien comidos.
Conviene cuidarlos.


Eventualmente pueden tener que sostener a la luna
si se quiere colgar.



V



Esa no puede ser la luna
(ha de ser un montaje).


Ni que fuera la madre de todos los toros
dando la estocada final en ese hombre a todos los toreros.


Ni que vengara en él el marfil de todos los elefantes.


Nadie rompe la lengua de la noche para hacerle un piercing
con la luna.


Nadie ha visto nunca a la luna cometer semejantes atrocidades.


Si eso terminó así debe haberlo empezado él
(no pudo ser la luna).



VI



La espera puede ser una ausencia constante
una navaja en el dedo al rascarse un ojo
una garganta desbordando ceniceros
el ardor del dedo en la llaga
un can lamiéndose la herida
la eternidad de la injusticia en un niño golpeado
la tensión de un gato agazapado para siempre
una vieja contando sus arrugas en el espejo.




VII



Cualquiera puede licuar a un poeta
calzarle la escafandra para evitarle el sopor de los vertederos
y continuar.


Cualquiera sabe que los aborígenes tumban ritos
saciando de dedos a la luna
crucificando verbos en cada señal.


Cualquiera sabe que la sordera es una alcantarilla afilada
donde las manos arranca canas
mientras las alergias se visten de arrugas previo a enclaustrar.


Cualquiera puede embestir la oscuridad del alfabeto
atravesar la resaca del calendario
y velar a una araña muerta en la caja del sol.


Cualquiera puede
fonéticamente hablando
reconocer que los guanacos embriagan el dolor con poesía
que le patean heces a las lágrimas
y las exilian.



VIII



El miedo es un roedor enfurecido
un bicho poderoso
un tapete decorado con zozobra
unos labios sujetando ortiga
un paridor de hambres en la miseria
un trepador de recuerdos procurando epitafios
rebanadas de orgasmos en código morse
un burro tragando el semen del eco
la voluntad abdicando ebria
una baliza apretando sus dientes invisibles
una lágrima negra entre las sábanas
mientras suena el disparo que te mata.



IX



Sólo los poemas a mansalva merecen poemas en defensa propia.



X


Me resulta más fácil enamorarme de lo que amo

que amar lo que me enamora.

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