CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
QUINCUAGESIMOPRIMERA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
9 (2)
¿Hasta cuándo
mantendrás el culto carcomido de ese dios, insensible a tus plegarias y a la
ofrendas generosas que le presentas en holocausto expiatorio? Ya lo ves, el
horrible manitú no te agradece las grandes copas de sangre y de eso que tú
distribuyes en sus altares, piadosamente adornados con guirnaldas de flores. No
te agradece… pues los terremotos y las tempestades continúan haciendo estragos
desde el comienzo de las cosas. Y sin embargo -hecho digno de ser observado-
mientras más indiferente se muestras, más le admiras. Se ve que tú sospechas la
existencia de cualidades que él conserva ocultas; y tu razonamiento se apoya en
la siguiente consideración: que sólo una divinidad de poder superior puede
mostrar tanto menosprecio hacia los
fieles que obedecen a su religión. Por eso, en cada país existen dioses
distintos: aquí el cocodrilo, allá la mercenaria del amor; pero cuando se trata
del piojo, al conjuro de ese nombre sagrado, todos los pueblos sin excepción
inclinan las cadenas de su esclavitud, arrodillándose juntos en el atrio
augusto ante el pedestal del ídolo informe y sanguinario. El pueblo que no
obedeciera a sus propios instintos rastreros y diera señales de rebelión,
desaparecería tarde o temprano de la tierra, como hoja de otoño, aniquilado por
la venganza del dios inexorable.
¡Oh piojo de pupila
contraída!, en tanto que los ríos derramen el declive de sus aguas en los
abismos del mar, en tanto que los astros persistan en la trayectoria de sus
órbitas, en tanto que el mundo vacío no tenga límites, en tanto que la
humanidad derrame sus propios flancos en guerras funestas, en tanto que la
justicia divina arroje sus rayos vengadores sobre este globo egoísta, en tanto
que el hombre desconozca a su creador y se burle de él -no sin razón- agregando
una pizca de desprecio, tu reino estará asegurado sobre el universo, y tu
dinastía extenderá sus eslabones de siglo en siglo. Yo te saludo, sol naciente,
libertador celestial, a ti, enemigo recóndito del hombre; continúa aconsejando
a la inmundicia que se una con él en impuros abrazos, y que le prometa con
juramentos no escritos en el polvo, que seguirá siendo su fiel amante por toda
la eternidad. Besa de vez en cuando el vestido de esa gran impúdica, como
gratitud por los servicios importantes que nunca deja de prestarte. Si ella no
sedujera al hombre con sus pechos lascivos, probablemente no existirías, tú,
producto de ese acoplamiento justo y consecuente. ¡Oh hijo de la inmundicia!,
di a tu madre que si abandona el lecho
del hombre para encaminarse por rutas solitarias, sola y sin protección,
llegará a ver su existencia comprometida. Que sus entrañas, que te llevaron
nueve meses entre sus perfumadas paredes, se conmuevan un instante con los
peligros que de resultas correría su tierno fruto tan gentil y tranquilo, pero
en adelante helado y feroz. Inmundicia, reina de los imperios, cuida, en
presencia de mi odio, el espectáculo del crecimiento insensible de los músculos
de tu prole hambrienta. Para lograr ese propósito, sabes que no tienes más que
ceñirte estrechamente al costado del hombre. Tú puedes hacerlo sin que el pudor
se resienta, porque ambos estáis desposados desde hace mucho tiempo.
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