GASTON
BACHELARD
LAUTRÉAMONT
(traducción de Angelina Martín del Campo)
QUINCUAGESIMOTERCERA ENTREGA
VI. EL COMPLEJO DE
LAUTRÉAMONT
II (1)
Comencemos por estudiar
el caso de un complejo de Lautréamont ficticio, lo que equivale a decir,
malhecho.
Un caso muy evidente de
ese complejo se ostenta, en toda la complacencia de su artificio, a lo largo
del libro de H.G. Wells: La isla del
doctor Moreau. Es conocido el tema singularmente pobre: tallando músculos y
vísceras, disecando huesos y dislocando articulaciones, un cirujano fabrica
“hombres” pedazo a pedazo, a partir de animales, de lo animal. El escalpelo es
manejado como un lápiz: basta rectificar una forma para reparar un ser. Basta
desplazar el órgano característico para modificar al carácter general:
injertando la cola de la rata sobre su hocico, se obtiene un elefante en
miniatura. Así procede el niño cuando dibuja; así hace el novelista inglés
cuando “imagina”.
A la isla del misterio
quirúrgico llega justo un náufrago para personificar el miedo y la náusea ante
tal obra. Así, el que está encargado de las reacciones afectivas, de las que,
muy gratuitamente, es descargado el cirujano, es un espectador. Un método analítico tal, que dispersa los
elementos del complejo sobre varios personajes, incapacita cualquier logro
psicológico. Un complejo debe guardar su síntesis de contrarios; es por medio
de la suma de las contradicciones amontonadas como se tiene una medida de la
fuerza del complejo. Para el complejo de Lautréamont, por apagados que se
encuentren ciertos armónicos, hay que mantener la ambigüedad primitiva: temor y
crueldad. El temor y la crueldad, como la ceniza y la lava, salen del mismo
cráter.
Naturalmente, para
recuperar lo real -lo que es una manera de suponer que no se ha salido de él-,
Wells imagina una brutalidad vejada erróneamente por los artificios del doctor
Moreau: las fuerzas sordas de la raza limitan el poder de este ensayo de
biología constructiva; el olor de sangre, la vista de la carnicería liberan dinamismos
mal canalizados y la novela termina con la rebelión y revancha de los animales,
probando la invencibilidad de los destinos íntimos.
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