LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
QUINTA ENTREGA
1
/ LA LECCIÓN DE LA AUTENTICIDAD (4)
EKR
(1)
No siempre resulta
fácil descubrir quiénes somos en realidad. Como muchas personas sabrán, mis
hermanas y yo somos trillizas. Cuando era pequeña, a los trillizos se los
vestía igual, se le compraban los mismos juguetes, realizaban las mismas
actividades, etcétera. La gente incluso los trataba no como a individuos, sino
como a un grupo. En el colegio no importaba lo buenas estudiantes que fuéramos.
Pronto aprendí que, me esforzara o no, las tres siempre conseguíamos un simple
aprobado. Quizás una de nosotras había obtenido un sobresaliente y otra un
suspenso, pero los profesores siempre nos confundían, de modo que era más
seguro aprobarnos a las tres. A veces, cuando me sentaba en las rodillas de mi
padre, sabía que él no estaba seguro de cuál de las tres era yo. ¿Pueden
imaginarse lo que eso significa para la propia identidad? Ahora sí sabemos lo
importante que es reconocer al individuo y sus diferencias respecto de los
demás. Hoy en día, los nacimientos múltiples se han convertido en una rutina,
pero los padres ya saben que no se debe vestir y tratar a todos los hijos del
mismo modo.
El hecho de ser
trilliza influyó en mi búsqueda de la autenticidad. Siempre he intentado ser yo
misma, incluso cuando serlo no era lo más popular. En mi opinión, nada
justifica ser un farsante.
A lo largo de la vida,
y a medida que he aprendido a ser yo misma, he desarrollado la facultad de
reconocer a las personas que también lo son. A esta facultad la llamo “oler a
los demás”. Para saber si alguien es auténtico o no, tienes que olerlo con
todos los sentidos. He aprendido a oler a las personas en cuanto las conozco, y
si huelen a auténticas les hago una señal para que se acerquen a mí; si no, les
envío una señal para que se alejen. Cuando se trabaja con moribundos, se desarrolla
un agudo sentido del olfato de lo auténtico.
Ha habido épocas en que
la falta de autenticidad no siempre me resultaba evidente; en otras ocasiones
no he tenido ninguna duda. Por ejemplo, muchas personas quieren parecer
agradables y me acompañan a las conferencias e incluso empujan mi silla de
ruedas hasta la tarima, pero después muchas veces me cuesta encontrar ayuda
para volver a casa. Me he dado cuenta de que estas personas me utilizan para
inflar su ego. Si en realidad fueran agradables y no sólo interpretaran ese
papel, se preocuparían de que regresara a casa sin problemas.
La mayoría de nosotros
adoptamos muchos roles a lo largo de nuestra vida. Hemos aprendido a cambiar de
rol, pero con frecuencia no sabemos cómo actuar sin ellos. Los roles que
asumimos, como los de cónyuges, padres, jefes, buenas personas, rebeldes,
etcétera, no son necesariamente malos y nos proporcionan modelos útiles que
podemos seguir en situaciones que nos resultan desconocidas. Nuestra labor
consiste en distinguir los roles que actúan a nuestro favor de los que no lo
hacen. Es como ir quitándole las distintas capas a una cebolla. Y como ocurre
cuando pelamos una cebolla, puede provocarnos alguna lágrima.
Por ejemplo, puede
resultar doloroso reconocer la negatividad que hay en nosotros y encontrar las
formas de exteriorizarla. Todos tenemos el potencial de ser desde un Gandhi a
un Hitler. A la mayoría no nos gusta pensar que albergamos a un Hitler en
nuestro interior, y no queremos ni oír hablar de ello. Sin embargo, todos
tenemos un lado negativo o un potencial de negatividad y negarlo es lo más
peligroso que podemos hacer. Resulta inquietante encontrarse con personas que
niegan por completo el aspecto potencialmente oscuro de su ser. Algunas
personas insisten en que no son capaces de tener pensamientos o realizar acciones
negativos de verdad. Admitir que tenemos la capacidad de ser negativos resulta
esencial. Una vez aceptado este hecho, podemos trabajarlo y liberarnos. Además,
conforme aprendemos nuestras lecciones arrancamos capas de roles y vamos encontrando cosas de las que no nos
sentimos orgullosos. Eso no significa que lo que somos, nuestra esencia, sea
mala, sino que llevábamos una máscara que no reconocíamos. Si en algún
descubrimos que no somos personas agradables, es hora de desprendernos de esa
imagen y de ser quien realmente somos, porque ser agradable en todos los
momentos de la vida es de farsantes. Muchas veces, el péndulo deberá oscilar
hasta el otro extremo (y entonces nos convertimos en personas de mal genio)
para que pueda volver al punto medio, donde descubrimos quiénes somos en
realidad: alguien a quien la compasión convierte en agradable en lugar de una
persona que da para obtener algo a cambio.
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