LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
PRIMERA ENTREGA
Señal
de ajuste
La presente historia biográfico / novelesca (o ficción alusiva a Manuel Espínola Gómez)
o mejor (y para hablarlo en Bajtin) cronotopo
-vale decir: enclave temporal /
espacial específicamente estético / narrativo más acá y más allá de
lecturas complementarias (aunque no
concentradas en el imprescindible y conceptualmente irreductible campo
hipnótico de los símbolos) que pudieran surgir desde otros ángulos
discursivos vertiginosos (poseedores
de un grado de verdad absoluta discernible
pero jamás completo / sosegado en
el sentido de la síntesis plena)
como lo son el científico / fisicalista, el científico humano o el ideolólogico
/ ético- fue soñada y escrita mientras esperábamos que se reiniciaran las obras
de terminación del Museo Espínola Gómez,
que albergará el espectáculo detenido de la extraordinaria obra plástica que
Espínola donara casi en su totalidad al Estado, hace aproximadamente una
década. Como el proceso de construcción del museo continúa interrumpido,
advertimos al lector-espectador que sólo podrá complementar este cronotopo ucrónico
recurriendo a las reproducciones gráficas y a la cronología puntual aparecidas
en el libro de Jorge Abbondanza que editara Galería Latina en 1991. O a las
nuevas exposiciones que se realicen en torno a la obra de M.E.G. De lo
contrario, se deberá enfrentar a la abismal contemplación de un pájaro parado
sobre un caballo invisible.
Y confiar en que la luz
espejada lo acompañe.
H.G.V.
para
Manuel Espínola Rivero y Hugo W. Giovanetti Sanna
padres
con mansedumbre y entereza de piedra palomar
para
Guillermo Fernández y Leonel Roche
maestros
y amigos grávidos de la Más Dimensión
Cuidado,
nosotros vivimos en la infancia, por eso nos van a matar.
Jorge
Teillier
(advertencia hecha a
Jorge Boccanera)
No
existe ni la primera ni la última palabra, y no existen fronteras para un
contexto dialógico (asciende a un pasado infinito y tiende a un futuro
igualmente infinito. Incluso los sentidos pasados,
es decir generados en el diálogo de los siglos anteriores, nunca pueden ser
estables (concluidos de una vez para siempre, terminados); siempre van a
cambiar renovándose en el proceso del desarrollo posterior del diálogo. En
cualquier momento del desarrollo del diálogo existen las masas enormes e
ilimitadas de sentidos olvidados, pero en los momentos determinados del
desarrollo ulterior del diálogo, en el proceso, se recordarán y revivirán en un
contexto renovado y en un aspecto nuevo. No existe nada muerto de una manera
absoluta: cada sentido tendrá su fiesta de resurrección. Problema del gran tiempo.
Mijail
Bajtin
Es
preciso no tener miedo de ir demasiado lejos, porque la verdad se encuentra
siempre más allá.
Marcel
Proust
Con
el maestro no existe la distancia.
Lama
Steten.
PRIMERA
PUERTA: CIRCO AL MEDIODÍA (1)
ABRO LA puerta del
cuadro y aparezco caminando por la vereda izquierda del puente que cruza el
arroyo Solís. El cauce está muy bajo, y apenas refracta la violencia del sol
horizontal. Un camionazo que viene desde el norte me hace una guiñada pero no
disminuye la velocidad: tengo que ladearme como un torero, y recién me suelto
del barandal de hierro del puente cuando el pajarerío vuelve a coronar la
tarde. Entonces quedo enfrentado al amurallamiento del horizonte del sudeste,
con la sierra de Las Ánimas fosforecentemente incrustada entre el campo y el
espacio.
Ahora bordeo la
carretera en dirección a Solís de Mataojo, que todavía no está a la vista. Un
perro esquelético me gruñe echado frente a un rancho. Los macizos de
maldeamores se azulan bajo los eucaliptos, y después de repechar medio
quilómetro veo emerger la torre de la iglesia. Del otro lado de la carretera
puede rastrearse el descenso del arroyo Mataojo por la cantidad de arbustos
resplandecientes como aromos en flor. Hasta que la pulverización dorada de la
tarde empieza a refrescarme. Y un gallo se enloquece sobre una jardinera en
ruinas y un caballo parece sondearme el corazón perfilado en un corral que
perforan los chanchos.
A la orilla del pueblo
encuentro la cancha del 13 Fóbal Club, donde hasta hace pocos días estuvo
instalado el circo que pintó Manolo: todavía hay huellas claras en el pasto muy
seco.
La
carpa del Pensado era inusualmente anaranjada y flamante y su lomo bruñido por
el sol cenital te despabiló de golpe mientras vagabas calculando que pronto
vendría Fabini y sólo tendrías para mostrarle el perfil que le grafitaste el
negro Mamerto y avanzaste hacia el toldo-porche y cuando viste salir al enano
conteniendo una risa sudorosa como si acabase de soñar con una madonna en
cueros haciendo equilibrismo sobre un tordillo te animaste a meter la nariz en
el circo desierto y entonces te estaqueaste frente a aquella explosión
desmesurada del mediodía y cuando descubriste que las rendijas celestes de la
carpa se espejaban sobre el aserrín del picadero como si el Pensado fuera una
naranja-asteroide saliste corriendo por la carretera a buscar tus herramientas.
En la próxima esquina
localizo el almacén La Cruz del Sur y me doy cuenta que preciso una copa. Los
solisenses sentados frente a la frescura casi nocturna me escrutan desde las
veredas o los jardincitos, entre el último fulgor de los cardos los ceibos y
las constelaciones de jazmines del país: llevo chancletas, un short de baño
azul-rojo-amarillo y una camisa a rayas comprada en el Chuy. Vengo de 1994 y
ellos están en el 38, saboreando una atmósfera todavía pura pero esperando que
reviente la Segunda Guerra Mundial. Acodado en el almacén de José García hay un
muchacho pelirrojo que me manda servir una caña de La Habana. Es una belleza de
bebida. Entonces el pelirrojo endereza desafiantemente su borrachera y murmura:
-¿Sabés qué fue lo que le besó Manuelito a mi prima
aquel carnaval en el club, cuando éramos gurises? La luz cerquita de la pepa. Él mismo me lo dijo.
No contesto, pero
sonrío.
Pero
recién el mediodía siguiente te decidiste a arrancar hacia el circo con la
paleta el caballete y la caja de colores y le avisaste a tu padre que no te
esperara para comer y el General te observó salir a las zancadas como quien ve
alzarse una cometa de la cual podrá sentirse responsable pero jamás motor y al
llegar a la esquina pensaste que esta vez no podía repetirse la mancada del
autorretrato con boina roja y al irrumpir en la espesura del circo vacío comprobaste
que el sol filtrado entre las rajas de los gajos más altos de la carpa no se reflejaba
lógicamente en el suelo sino que abría un increíble tajo de puro cielo y
trataste de sujetar el caballete a los tablones del gallinero sin suerte hasta que
apareció el enano y se ofreció a sostenerlo y pudiste empezar a espatular la
pasta.
-¿Y vos qué hacés aquí?
-me acorrala el borracho-Gárgola, haciéndome erizar. -No me digas que andás
buscando la eternidad del alma.
Sigo sin contestarle.
-Pobrecito. Otro bolche
que acabó por metamorfosearse en cuervo pedorrero.
Me apuro a terminar la
caña y apenas hago una señal de despedida, pero el pecoso insiste con
femineidad cruel:
-¿Sabías que Manuelito
se pasa vigilando las estrellas panza arriba en el puente y hasta que no ve
pasar el gallo de Felisberto no puede pintar nada?
Y mientras vuelvo a
caminar por el asfalto de Solís (la calle principal-carretera) siento la
gravísima necesidad de bucear en un Caribe de caña.
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