CHARLES
BAUDELAIRE
PEQUEÑOS
POEMAS EN PROSA
CUARTA ENTREGA
IV
/ EL CONFITEOR DEL ARTISTA
Qué penetrantes son los
atardeceres del otoño! Ah! penetrantes hasta el dolor! Porque hay ciertas
sensaciones deliciosas, en las que la vaguedad no excluye la intensidad; y no
existe punta más acerada que aquella del Infinito.
Enorme delicia la de
sumergir la mirada en la inmensidad del cielo y del mar! Soledad, silencio,
incomparable castidad del azur! Una pequeña vela temblorosa en el horizonte
que, por su pequeñez y su aislamiento, imita mi irredimible existencia, melodía
monótona; todas estas cosas piensan por mí o yo pienso por ellas (porque en la
grandeza del ensueño el yo se pierde
tan rápidamente!); ellas piensan, digo, pero musical y pintorescamente, sin
argucias, sin silogismos, sin deducciones.
Siempre, estos
pensamientos, ya salgan de mí o se lancen desde las cosas, llegan a ser
rápidamente muy intensos. La energía en la voluptuosidad crea una enfermedad y
un sufrimiento positivos. Mis nervios, excesivamente tensos, sólo producen
vibraciones agudas y dolorosas.
Y, sin embargo ahora la
profundidad del cielo me consterna; su limpidez me exaspera. La insensibilidad
del mar, la inmutabilidad del espectáculo, me sublevan… Ah! ¿Deberá ser
necesario sufrir eternamente o huir eternamente de lo bello? Naturaleza encantadora
sin piedad, rival siempre victoriosa, déjame! Cesa de tender mis deseos y mi
orgullo! El estudio de lo bello es un duelo en el que el artista grita de
espanto antes de ser vencido.
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