JAVIER RICCA
EL MATE: ADIVINADOR DE VERDADES
La peripecia
de la yerba-mate ha fluido dentro de la cultura popular, de generación en
generación, como un río subterráneo que no reconoce fronteras. Cobijado en las
destrezas familiares, este hilo invisible nos vincula con los pobladores
nativos, como fugaz mariposa, que sabe que en poco tiempo será libélula.
El mate nos mira. Pide que llenemos
su cuenco, que gorgoteemos su yerba, él nos compensará con un
sabor áspero y amargo que nos recordará nuestros pesares, al tiempo que
entibiará nuestras entrañas, estimulará nuestro cuerpo, nuestra alma.
Amigo fiel
en la soledad, ¿cuántos habríamos enloquecido sin su compañía?, sin la fugaz
ansiedad que separa una y otra cebadura, permitiéndonos evaluar al final del
día nuestros sucesos y, al amanecer, proyectar con entusiasmo nuestros sueños y
anhelos.
Oído
permanente: ¿cuántas veces lo hicimos reír con nuestros planes futuros? y él en
silencio, solidario, haciendo el aguante nos
mira, nos pide que llenemos su cuenco, que gorgoteemos su yerba, él nos
compensará con el beso indirecto de la vecina, a quien no sabíamos
hablarle, y él murmuró por nosotros. Le dijo estoy dispuesto a compartir todo
contigo. Fue cebado con azúcar para decir te quiero, fue la excusa para que las
manos se acariciaran, fue el silencio que rompió con su ronquido final, fue el
cintillo que unió las almas. Fue mudo testigo del crecer del primer hijo a
quien dejó de mirar con recelo cuando, hecho guarapos, frío y lavado lo sorbió
por primera vez.
Mientras nos miraba y nos pedía que llenáramos su
cuenco, que gorgoteemos su yerba, él nos compensó recibiendo con lo mejor
de sí a nuestro prójimo, sin importar su cuenta bancaria o su currículum vitae.
Compartió
con todos la ronda, hasta con el gringo a quien le costó saborearlo pero al que
en pocos días, aquerenciándolo al terruño, lo transmutó en un gaucho más,
aprendiendo a tomar mate antes que a hablar el idioma. Al tiempo que, nos mira y pide que llenemos su cuenco, que
gorgoteemos su yerba, que él nos compensará, en secreto nos cuenta que si
alguien cree que la ausencia de su alcaloide hace doler la cabeza, eso es
ciencia, que los médicos no erran el diagnóstico.
Pero mi mate
(y esto queda entre nosotros), adivinador de verdades, me confesó que nos
reclama su abandono, llama a nuestro desaire con esa pequeña y sorda dolencia,
no es la ausencia de la metilxantina en nuestro cuerpo, es el corte de la savia
verdosa que nos une a nuestros antepasados, a aquel guaraní que por las sendas
de la selva masticó y rumió miles de hojas, buscando el particular sabor amargo
de los estimulantes que distingue a las plantas vivificantes, y es la alerta
que nos recuerda que este nativo menospreciado y subestimado logró, con su
desarrollo tecnológico, obtener de las hojas del Ilex, los secretos de esta
tizana mágica, con los mismos principios de tueste, molienda, secado e
implementos para consumirla que hoy en día.
Mientras
tanto nos mira, nos pide que llenemos su
cuenco, que gorgoteemos su yerba, él nos compensará uniéndonos al recién
llegado. Se entregará con su mejor compostura; cebado con pericia, brillará la
golilla de espuma copetona, mantendrá la montaña de yerba seca y, como un
manantial de sierra, fluirá sin presunciones. Al final de la charla nos ayudará
a retener a nuestro amigo, cebándole el último mate en la despedida, el
penúltimo en el corazón, el del estribo, el mate que retiene el afecto, el mate
que te codea y te recuerda que tienes que decir: dale, tómate otro…
Y el mate
por primera vez se hace el distraído, no puede seguir insistiendo en que llenemos su cuenco, por un momento nos
pide un descanso que él ya nos compensará, porque tiene memoria y recuerda
cuando lo consideraban un vicio herético, cuando Hernandarias quemaba toneladas
de yerba en las plazas de Buenos Aires, cuando era considerado por los jesuitas
como el padre de todas las mentiras. Satanás. Cuando su malignidad era igual a
la de los cíclopes que no temían ni a los hombres ni a los dioses. Desde su
único ojo nos mira. Él sabe que muchos sabemos que no es una simple cáscara,
porque en cada amanecer, generación tras generación, con el simple acto de
sorberlo siempre va a estar unido, no de boca en boca sino de corazón a corazón
a nuestros afectos, a nuestras tradiciones, a nuestra tierra, estemos donde
estemos.
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