29/8/16

ESTHER MEYNEL
           

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH


UNDÉCIMA ENTREGA


2 (6)


DE LA JUVENTUD DE SEBASTIÁN EN EISENACH, LÜNEBURG Y ARMSTADT; DE SU PRIMER MATRIMONIO EN MÜHLHAUSEN Y DE SU VIDA EN WEIMAR Y EN CÖTHEN


El órgano que tuvo a su disposición era un instrumento muy hermoso, por fuera lleno de tallas y adornado con palmas y hojas doradas. A los lados, unas cabezas de querubines y cupidos soplaban en las doradas trompetas. Tenía dos teclados y un pedal de cinco registros.


Durante toda su vida habló Sebastián con extraordinario cariño de ese órgano de Arnstadt, casi como habla una madre de su primer hijo. Fue el primer órgano que, por decirlo así, pudo llamar suyo. Su investidura de organista fue muy solemne. El orador que le presentó habló de su aplicación y de su amor al oficio, y con voz emocionada le recomendó que siguiese viviendo como un honrado siervo de Dios y de sus superiores. Este discurso de presentación produjo una impresión profunda en su espíritu juvenil, pero ya infinitamente maduro. Experimentó la sensación, según me contó más tarde, de que el mismo Dios había impreso su sello sobre su vocación musical y que, con ello, le había hecho lo que él había deseado ser siempre: un músico religioso. Amaba el órgano de tal manera que, muchas veces, con un amigo dispuesto a darle al fuelle, iba a la iglesia a medianoche y tocaba el órgano hasta que la aurora enrojecía las ventanas que daban a oriente. En ese cargo Sebastián tenía tiempo suficiente para su trabajo personal, pues sus obligaciones personales consistían solamente en tocar en los oficios divinos de los jueves y domingos, en el acompañamiento musical del oficio del lunes y en dirigir los ensayos del coro. Pero el tiempo libre no era para Sebastián más que oportunidad para el trabajo. Nunca le vi ocioso, salvo cuando, de tarde en tarde, fumaba una pipa, y a pesar de que a mí no me gustaba el humo, me alegraba cada vez que se concedía ese placer. En mi librito de música me escribió una canción cuyas palabras dicen así:


I


Siempre que tomo la pipa,
por distracción y placer,
cargada de buen Knaster (1),
una triste imagen viene
a volverme a recordar
que yo soy como la pipa.


II


Barro y polvo la engendraron,
de lo mismo fui hecho yo
y al polvo habré de volver.
Cae la pipa y se me rompe
antes de lo que creyera.
Ese mi sino ha de ser.


Me gustaba de tal manera esa canción que, un día, la transporté para soprano en sol menor, y sentándome al clave la canté mientras Sebastián echaba humo a grandes bocanadas. Se alegró mucho con mi canción y dijo: -La melodía sienta mejor a tu voz que el tabaco a tu boca, querida. Que nunca vea una pipa en tus labios -siguió diciéndome con fingida seriedad-, pues no volverían a recibir un beso mío.


Notas



(1) Knaster: tabaco ordinario.

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