ESTHER MEYNEL
LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
UNDÉCIMA ENTREGA
2 (6)
DE LA JUVENTUD DE SEBASTIÁN EN EISENACH, LÜNEBURG Y ARMSTADT; DE SU
PRIMER MATRIMONIO EN MÜHLHAUSEN Y DE SU VIDA EN WEIMAR Y EN CÖTHEN
El órgano que tuvo a su disposición
era un instrumento muy hermoso, por fuera lleno de tallas y adornado con palmas
y hojas doradas. A los lados, unas cabezas de querubines y cupidos soplaban en
las doradas trompetas. Tenía dos teclados y un pedal de cinco registros.
Durante toda su vida habló Sebastián
con extraordinario cariño de ese órgano de Arnstadt, casi como habla una madre
de su primer hijo. Fue el primer órgano que, por decirlo así, pudo llamar suyo.
Su investidura de organista fue muy solemne. El orador que le presentó habló de
su aplicación y de su amor al oficio, y con voz emocionada le recomendó que
siguiese viviendo como un honrado siervo de Dios y de sus superiores. Este
discurso de presentación produjo una impresión profunda en su espíritu juvenil,
pero ya infinitamente maduro. Experimentó la sensación, según me contó más
tarde, de que el mismo Dios había impreso su sello sobre su vocación musical y
que, con ello, le había hecho lo que él había deseado ser siempre: un músico
religioso. Amaba el órgano de tal manera que, muchas veces, con un amigo
dispuesto a darle al fuelle, iba a la iglesia a medianoche y tocaba el órgano
hasta que la aurora enrojecía las ventanas que daban a oriente. En ese cargo
Sebastián tenía tiempo suficiente para su trabajo personal, pues sus
obligaciones personales consistían solamente en tocar en los oficios divinos de
los jueves y domingos, en el acompañamiento musical del oficio del lunes y en
dirigir los ensayos del coro. Pero el tiempo libre no era para Sebastián más
que oportunidad para el trabajo. Nunca le vi ocioso, salvo cuando, de tarde en
tarde, fumaba una pipa, y a pesar de que a mí no me gustaba el humo, me
alegraba cada vez que se concedía ese placer. En mi librito de música me
escribió una canción cuyas palabras dicen así:
I
Siempre que tomo la pipa,
por distracción y placer,
cargada de buen Knaster (1),
una triste imagen viene
a volverme a recordar
que yo soy como la pipa.
II
Barro y polvo la engendraron,
de lo mismo fui hecho yo
y al polvo habré de volver.
Cae la pipa y se me rompe
antes de lo que creyera.
Ese mi sino ha de ser.
Me gustaba de tal manera esa canción
que, un día, la transporté para soprano en sol menor, y sentándome al clave la
canté mientras Sebastián echaba humo a grandes bocanadas. Se alegró mucho con
mi canción y dijo: -La melodía sienta mejor a tu voz que el tabaco a tu boca,
querida. Que nunca vea una pipa en tus labios -siguió diciéndome con fingida
seriedad-, pues no volverían a recibir un beso mío.
Notas
(1) Knaster: tabaco ordinario.
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