JULIO
HERRERA Y REISSIG
EPÍLOGO
WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN”
Con
surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán
Todos estos peajeros, y
estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas,
todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito.
Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores
crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.
NIETZSCHE: Así
hablaba Zaratustra.
PRIMERA ENTREGA
Señor
don Carlos Oneto y Viana
Carísimo compañero:
EN MI poder tus quinientas
sesenta páginas; casa grande, casa robusta, en la que has puesto los tres elementos
que luchan contra la muerte: talento, entusiasmo y fuerza. A ser yo colorado
como lo he sido en un tiempo, cuando era virgen mi espíritu, cuando juzgaba que
era una doncella la chandra gubernativa, cuando era cuerdo, como dicen por esas
calles algunos incircuncisos (1); cuando mi pensamiento nevando ingenuidades no
había sido nutrido con el áspero y grave tónico de ciencias como la sociología,
la filosofía y la psico-fisiología, te hubiera aplaudido con el frenesí de un
devoto musulmán por su profeta, pues, de un punto de vista de verdades
relativas has fulminado la inculpación a los afeminados, a los prevaricadores,
a los estólidos de contrabando, a los dómines corales, a las nulidades
hidrogenadas, a la canalla política que ha sido la bubónica de este hermoso
recoveco (2), valiéndose de maniobras de hipócrita masonería y apuntalándose en
intolerancias conventuales, aprendidas en los besamanos de la servidumbre y en
los sótanos jacobinos del atentado sangriento. Pero, quizás, en perjuicio de mi
bienestar, que como buen utilitarista yo
me adoro antes que nada, me encuentro a gran distancia de inclinaciones
locales, de banderías de plaza pública, de cipizapes famélicos, de
vociferaciones de liturgia, de mascaradas sectarias, de cociembres virulentas,
de todo lo que importa tradicionalismo, exhumación, necromanía, pretérito
perfecto, rencores estratificados, impulsividad heredada, como diría el viejo
Spencer, aluviones indígenas de atavismos, anormalidades patentizadas en
derecho público, glorificadas por los cañones del Cerro, e inmortalizadas por
quienes como son partidarios a outrance.
Como te digo, anclado
lejos de la costa atávica, libre por excelencia de la cuerda aborigen, sin la
mochila disciplinaria del palaciego pedestre, me arrebujo en mi desdén por todo
lo de mi país, y a la manera que el pastor tendido sobre la yerba contempla,
con ojo holgazán, correr el hilo de agua yo, desperezándome en los matorrales
de la indiferencia, miro, sonriente y complacido, los sucesos, las polémicas,
los volatines en la maroma, el galope de la tropa púnica por las llanuras
presupuestívoras, el tiempo que huye cantando, los acuerdos electorales, las
fusiones y las escisiones, todo, todo lo miro y casi no lo veo. Carlos, amigos…!
Oigo también, día y noche, que no me dejan dormir, los martillazos atronadores,
el infernal zumbido de la gente que se ocupa en los trabajos del Puerto… Y nada
me interesa. ¿Soy, quizás, un morboso? Yo no sé lo que soy, ni qué será de mi
arcilla fosfórica y sonámbula, errante por un empedrado de trivialismo de
provincia, rendida de soportar la necedad implacable de este ambiente
desolador! De tantas aleaciones mágicas, de todo aquel malabarismo hermoso que
lució un tiempo en mi espíritu, sólo me resta el imperial orgullo:
Seul il marchait tout un dans
cette mascarade
Qu’on
appellee la vie, en y parlant tou haut.
Tel
que la robe d’or du jeune Alcibiade,
Son
orgueil indolent, du palais au ruisseau,
Trainant
derrière lui comme un royal manteau.
Entre tanta patrañería
polvorosa y tanto revoltijo fósil,
entre todo lo que los sepultureros de la tragi-cómica historia de nuestro
manicomio público han sacado a relucir en extenuadas
exposiciones de cinematógrafo memorial, con una forma cloroformizante, nada
en estos últimos tiempos ha tenido la honra de resucitar al Lázaro que llevo
adentro (3). ¿Por qué?... Te lo acabo de decir: ni el Cerro, ni la cuchilla de
Juan Fernández son ahora los sitios de mis observaciones. Desde tales medianías
orográficas, que simbolizan a la perfección el espíritu de nuestra tierra, tan
sólo se columbra un cementerio de campo donde se adora morbosamente los manes
de dos caudillos… (4) He tomado mucha altura; viajo en mis globos de iconoclasta
pasivo por hemisferios más amplios; he perdido la memoria del Montevideo
antiguo. No son mis dioses apócrifos los abracadabras de los bobicultos, las
estantiguas austeras a que se rinde homenaje con un vientre franciscano,
pidiendo aumento de dietas para gastos de corte y moda, para exaltar con
delirio la política de Sardanápalo.
Notas
(1) Cuerdo, quiere
decir en uruguayo ser blanco o rojo, adular a la Patria y a sus Epaminondas,
fundirse en exclamaciones románticas sobre el terruño y su porvenir. Siendo
cuerdo se consigue una banca de diputado y la aureola de un ciudadano antiguo.
(2) Nuestro país es, en
relación al resto del globo, lo que la Tierra es al Universo. Por lo que la
Tierra viene a ser la República Oriental del universo.
(3) Mi Lázaro, distinto
del hierosolimitano, es perfumado y arrogante… tiene algo de don Juan, y es
risueño como Anaxágoras.
(4) El país.
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