31/8/16

JULIO HERRERA Y REISSIG

EPÍLOGO WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN”


Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán


Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.
NIETZSCHE: Así hablaba Zaratustra.



PRIMERA ENTREGA



Señor don Carlos Oneto y Viana


Carísimo compañero:


EN MI poder tus quinientas sesenta páginas; casa grande, casa robusta, en la que has puesto los tres elementos que luchan contra la muerte: talento, entusiasmo y fuerza. A ser yo colorado como lo he sido en un tiempo, cuando era virgen mi espíritu, cuando juzgaba que era una doncella la chandra gubernativa, cuando era cuerdo, como dicen por esas calles algunos incircuncisos (1); cuando mi pensamiento nevando ingenuidades no había sido nutrido con el áspero y grave tónico de ciencias como la sociología, la filosofía y la psico-fisiología, te hubiera aplaudido con el frenesí de un devoto musulmán por su profeta, pues, de un punto de vista de verdades relativas has fulminado la inculpación a los afeminados, a los prevaricadores, a los estólidos de contrabando, a los dómines corales, a las nulidades hidrogenadas, a la canalla política que ha sido la bubónica de este hermoso recoveco (2), valiéndose de maniobras de hipócrita masonería y apuntalándose en intolerancias conventuales, aprendidas en los besamanos de la servidumbre y en los sótanos jacobinos del atentado sangriento. Pero, quizás, en perjuicio de mi bienestar, que como buen utilitarista yo me adoro antes que nada, me encuentro a gran distancia de inclinaciones locales, de banderías de plaza pública, de cipizapes famélicos, de vociferaciones de liturgia, de mascaradas sectarias, de cociembres virulentas, de todo lo que importa tradicionalismo, exhumación, necromanía, pretérito perfecto, rencores estratificados, impulsividad heredada, como diría el viejo Spencer, aluviones indígenas de atavismos, anormalidades patentizadas en derecho público, glorificadas por los cañones del Cerro, e inmortalizadas por quienes como son partidarios a outrance.


Como te digo, anclado lejos de la costa atávica, libre por excelencia de la cuerda aborigen, sin la mochila disciplinaria del palaciego pedestre, me arrebujo en mi desdén por todo lo de mi país, y a la manera que el pastor tendido sobre la yerba contempla, con ojo holgazán, correr el hilo de agua yo, desperezándome en los matorrales de la indiferencia, miro, sonriente y complacido, los sucesos, las polémicas, los volatines en la maroma, el galope de la tropa púnica por las llanuras presupuestívoras, el tiempo que huye cantando, los acuerdos electorales, las fusiones y las escisiones, todo, todo lo miro y casi no lo veo. Carlos, amigos…! Oigo también, día y noche, que no me dejan dormir, los martillazos atronadores, el infernal zumbido de la gente que se ocupa en los trabajos del Puerto… Y nada me interesa. ¿Soy, quizás, un morboso? Yo no sé lo que soy, ni qué será de mi arcilla fosfórica y sonámbula, errante por un empedrado de trivialismo de provincia, rendida de soportar la necedad implacable de este ambiente desolador! De tantas aleaciones mágicas, de todo aquel malabarismo hermoso que lució un tiempo en mi espíritu, sólo me resta el imperial orgullo:


Seul il marchait tout un dans cette mascarade
Qu’on appellee la vie, en y parlant tou haut.
Tel que la robe d’or du jeune Alcibiade,
Son orgueil indolent, du palais au ruisseau,
Trainant derrière lui comme un royal manteau.


Entre tanta patrañería polvorosa y tanto revoltijo fósil, entre todo lo que los sepultureros de la tragi-cómica historia de nuestro manicomio público han sacado a relucir en extenuadas exposiciones de cinematógrafo memorial, con una forma cloroformizante, nada en estos últimos tiempos ha tenido la honra de resucitar al Lázaro que llevo adentro (3). ¿Por qué?... Te lo acabo de decir: ni el Cerro, ni la cuchilla de Juan Fernández son ahora los sitios de mis observaciones. Desde tales medianías orográficas, que simbolizan a la perfección el espíritu de nuestra tierra, tan sólo se columbra un cementerio de campo donde se adora morbosamente los manes de dos caudillos… (4) He tomado mucha altura; viajo en mis globos de iconoclasta pasivo por hemisferios más amplios; he perdido la memoria del Montevideo antiguo. No son mis dioses apócrifos los abracadabras de los bobicultos, las estantiguas austeras a que se rinde homenaje con un vientre franciscano, pidiendo aumento de dietas para gastos de corte y moda, para exaltar con delirio la política de Sardanápalo.


Notas


(1) Cuerdo, quiere decir en uruguayo ser blanco o rojo, adular a la Patria y a sus Epaminondas, fundirse en exclamaciones románticas sobre el terruño y su porvenir. Siendo cuerdo se consigue una banca de diputado y la aureola de un ciudadano antiguo.
(2) Nuestro país es, en relación al resto del globo, lo que la Tierra es al Universo. Por lo que la Tierra viene a ser la República Oriental del universo.
(3) Mi Lázaro, distinto del hierosolimitano, es perfumado y arrogante… tiene algo de don Juan, y es risueño como Anaxágoras.

(4) El país.

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