LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
SEXTA ENTREGA
SEGUNDA
PUERTA: ARENA ASOMBRADA (2)
A FINES de mayo la
revista ya funcionaba con un Consejo de Redacción cohesionado, campaña
financiera y reuniones semanales de excelente nivel. Una tarde muy clara iba
para el centro en la camioneta de mi padre y sorpresivamente distinguí a
Manolo, caminando por la orilla de la Playa Honda: estaba en mangas de camisa y
llevaba las manos agarradas en la espalda con total placidez. No dudé en bajar
a saludarlo.
-Che, ¿pero vos también
sos jubilado? -preguntó desplegando una alegría más hipergestual que ampulosa.
Él andaba pisando los
54 años y yo acababa de cumplir 27.
-Voy a dar una clase de
guitarra a la vuelta de tu taller -expliqué: -Santiago Vázquez casi Avenida
Brasil.
-Yo vine a almorzar a
lo de Fifina, y pensaba largarme caminando hasta allá. Porque esta luz me tiene
enloquecido. Decime una cosa: ¿qué está pasando contigo? Hace un par de semanas
que andás más pálido que una butifarra.
-El mundo -murmuré, sin
poder sonreír. -Volví de París en diciembre y todavía no me animo a mirar a la
gente a los ojos. El mundo y otros enjuagues, Peludo. Ahora me anda acosando un
esqueleto con peluca de medusa.
-Uh: esos son los
peores. ¿Y se te mete adentro de la cama y todo?
-Sí. Pero lo terrible
es cuando el resplandor polícromo de Moby Dick entra en los ojos de mi padre,
por ejemplo. Nunca me había tocado aguantar nada tan insufrible.
-¿Y qué me contás
cuando te engarfian los huesitos del meñique en la sopa y no tenés más remedio
que zamparte hasta el último fideo? Eso sí que es un infierno, carajo. Si los
conocerá a esos esqueletos.
A
veces nos reunimos en lo de Juan Carlos Macedo y a veces en lo de Tarik Carson
o en lo de Saúl Ibargoyen o en mi casa pero siempre rotando porque la dictadura
se está poniendo negrísima; compramos vino y pizza y simulamos hacer lecturas
de poemas o festejar cumpleaños y una noche de niebla me siento sumergir en el
horror abstracto como cuando tenía dieciocho años y lloraba a escondidas por la
muerte-sin-fin y ahora ya no es sólo al diablo-invasor-de-rostros al que debo
cuerpear: me aturdo con unas copas y observo desde el fondo de todos los
océanos los perfiles borrosos de mis compañeros hablando con entusiasmo y les
acariciaría el valor o la impermeabilidad y cuando Manolo agita unas pupilas
soñadoras y delirantemente explosivas y esboza algún proyecto trato de
corresponderlo exhalando un cardumen de burbujas de oro.
-A la mierda -se frenó
el Peludo, señalando una tarántula escapando de un montón de ramas podridas. -Mirá
qué bicho fiero. Decime: ¿no tendrás tiempo de pasar un rato por mi taller?
Al llegar a Pocitos
cambié el día de la clase y estacioné definitivamente frente al edificio donde
Manolo tenía instalado su legendario taller
desde el 52.
-Bueno, esto todavía
sigue medio aquilombado -me explicó mientras bordeábamos una selva penumbrosa
de objetos de todo tipo que parecían observarse entre sí como gallos que
cantaran en un planeta ya abandonado por los hombres. -Tengo que terminar de
ordenarlo, aunque el relajo no se termine nunca. Además imagínate que si pongo
visillos y carpetitas y la mar en coche van a pensar que me volví un viejo
marica.
Y bajó de los estantes
algunos de los retratos expuestos en el 72.
-Son como mapas -dije al
rato, dejando que las retinas se me insolaran hurgando en los islotes de
purísima crayola que redimían la vaciedad grafítica de los rostros cansados de
su carne.
Así
que esto era el naturalismo to-tal pienso sonriendo y me parece sentir el
alivio lejano de la mano de mi madre apoyada en mi frente cuando ardía de
fiebre o vomitaba a mares: el Peludo acaba de noquear a la Gárgola-invasora en
un par de rounds carajo lástima que la Cabeza de la Medusa petrifique al más
pintado pienso: y entonces Manolo dice Esperate que falta uno y me sirve de
postre el retrato de María Carmen Portela y es como si pusiera todo patas
arriba y los océanos nos expulsaran por simple gravedad: porque el fulgor del
ojo verde traslúcido que me ofrece la mujer no cabe en la muerte.
-Hoy no tengo un
vintén. Pero acordate que te debo una cena, Peludo -le advertí, con voz de
resucitado.
-Déjese de joder -retrucó
el hombre alto.
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