ENCUENTRO CON LA SOMBRA
(El poder del lado oscuro de la
naturaleza humana)
Carl
G. Jung / Joseph Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber /
Nathaniel Branden / Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James
Hillman / John Bradshaw y otros.
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremia Abrams.
CIENTOVIGESIMOSEXTA
ENTREGA
OCTAVA PARTE
LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO: ELLOS
Y NOSOTROS EN LA VIDA POLÍTICA
31: NOSOTROS Y ELLOS (3)
Fran Peavey (en colaboración con
Myrna Levy y Charles Varon)
¿A
qué intereses políticos y económicos sirve nuestra mentalidad hostil?
En
una conferencia sobre el holocausto y el genocidio conocí a una persona que me
enseñó que -aun en las circunstancias más extremas- no hay motivo para odiar a
nuestros enemigos. Mientras me hallaba sentada en el vestíbulo de un hotel
después de una conferencia sobre el holocausto nazi entablé una conversación
con Helen Waterford. Cuando me enteré de que era una superviviente de Auschwitz
le expresé mi repulsa hacia los nazis (aunque creo que sólo estaba tratando de
demostrarle que yo estaba en el bando de los buenos).
Cuando
me dijo “¿Sabes? Yo no odio a los nazis” me quedé boquiabierta. ¿Cómo podía no
odiar a los nazis alguien que había sobrevivido a un campo de concentración?
Supe,
entonces, que Helen charlaba periódicamente con un antiguo líder de las
Juventudes Hitlerianas. Hablaban de lo terrible que había sido el fascismo
tanto desde dentro como desde fuera de él. Fascinada por el tema me quedé
charlando con Helen para aprender tanto como pudiera.
En
1980, Helen se sintió intrigada por un artículo que leyó en un periódico en el
que el autor, Alfons Heck, describía su infancia y adolescencia en la Alemania
nazi. Siendo un niño el sacerdote de la escuela católica a la que acudía le
saludaba con un “¡Heil Hitler!” al que seguía un “Buenos días” y “En el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…”. De este modo, Hitler ocupaba, en la
mente de Heck, un lugar más elevado que Dios. A los diez años ingresó como
voluntario en las Juventudes Hitlerianas y en 1944, cuando apenas había
cumplido los dieciséis, escuchó por primera vez que los nazis estaban
asesinando sistemáticamente a los judíos y no pudo creérselo. Poco a poco, sin
embargo, llegó al convencimiento de que efectivamente había sido cómplice de un
genocidio.
La
sinceridad de Heck impresionó tanto a Helen que hizo todo lo posible por
conocerle. Descubrió que se trataba de una persona tierna, inteligente y
afectuosa. Helen estaba dando conferencias públicas sobre sus experiencias del
holocausto y pidió a Heck que compartiera con ella el estrado en una próxima
conferencias ante un grupo de cuatrocientos maestros de escuela. Elaboraron así
una charla en la que cada uno de ellos expuso cronológicamente su historia
personal durante el período nazi.
Helen
contó que, en 1934, a los veinticinco años de edad, se había visto obligada a
abandonar Frankfurt. Ella y su marido, un contable que había perdido el trabajo
cuando los nazis alcanzaron el poder, tuvieron que escapar a Holanda. Allí
colaboraron con la resistencia y Helen dio a luz una niña. Sin embargo, en 1940
los nazis invadieron Holanda y, a partir de 1942, tuvieron que vivir en la
clandestinidad. Dos años más tarde fueron descubiertos y enviados a Auschwitz.
Su hija se quedó con unos amigos de la Resistencia y su marido terminó sus días
en el campo de concentración.
La
primera conferencia conjunta fue tan bien que decidieron seguir trabajando en
equipo. En cierta ocasión, en una conferencia que realizaron ante un auditorio
de ochocientos estudiantes de enseñanza superior le preguntaron a Heck: “¿Si le
hubiesen ordenado disparar contra algún judío, ¿lo hubiera hecho?”. El público
comenzó a silbar. Heck tragó saliva y respondió: “Sí. Lo hubiera hecho.
Obedecía órdenes”. Luego, volviéndose hacia Helen le pidió disculpas diciendo
que no había querido molestarla. Ella replicó entonces: “Me alegro de que hayas
respondido sinceramente. De lo contrario no hubiera podido volver a confiar en
ti”.
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