1/9/16

ENRIQUE AMORIM

LA CARRETA


Prólogo de Wilfredo Penco

Montevideo 2004


SÉPTIMA ENTREGA


PRÓLOGO (7)


El hilván de las historias (2)



El VIII tiene como protagonista a una quitandera innominada. Ya las primeras han clausurado su ciclo y cuando el capítulo IX se inicie, otras serán las mujeres ambulantes -sólo un nombre se repite, el de Petronila- que la carreta traslada, y otra, también, la Mandamás: ahora se llama Misia Pancha, la Ñata o la González. Pero el núcleo narrativo se concentra de nuevo en los negocios de las quitanderas. Después del intervalo que constituyen, en cierta medida, el episodio de la estancia de don Cipriano y la historia de la quitandera a bordo de la barcaza, se coloca en foco una vez más al carretón y sus habitantes, para dar paso, en el capítulo X, a la reaparición de Chiquiño, instalado en el pueblo junto a Leopoldina, en una de las instancias episódicas más efectistas de la novela: el asesinato de Pedro Alfaro.


La técnica que Amorim pone en práctica ha dado sus primeros resultados: el carácter episódico de los capítulos, hilvanados con más o menos intensidad, admite la digresión anecdótica controlada y el curso de los diez primeros capítulos permite poner a prueba la inserción de uno más, a esta altura, con una relación muy circunstancial con las historias que se han venido engarzando.


Este capítulo, el XI, es, de toda la novela, el que presenta el carácter más independiente. Había sido publicado por primera vez, como cuento, en Caras y Caretas con el título “El lado flaco” (51); sometido el texto a diversas correcciones, pasó a integrar, también como narración autónoma, la primera edición de Tangarupá, modificado su título en “El pájaro negro”. Reescrito nuevamente, pero sin modificaciones sustanciales respecto de las versiones anteriores, salvo las referencias a las quitanderas intercaladas estratégicamente, se le incluyó así en La Carreta (52). Esta inclusión debe haber sido resuelta en la etapa final de elaboración, previa a la primera edición, por las razones apuntadas y porque sólo se le menciona en uno de los esquemas organizativos, el más avanzado.


Distinto es el caso del capítulo XII, que está dividido en dos partes. En la primera se relata la venta de Florita a don Caseros, venta en la cual interviene una Mandamás innominada; la segunda incluye el diálogo y el incidente entre Piquirre y Luciano en la pulpería, en el primero de los cuales se hace mención a las primeras quitanderas y en particular a “la Mandamás más peluda, la finada Secundina” y a los métodos para medir la duración de los encuentros entre clientes y quitanderas, mientras los cabitos de vela permanecían encendidos. Como corolario del capítulo se produce el encuentro de Florita y Luciano.


Ya en los tramos finales de La Carreta, reaparece Chiquiño en el capítulo XIII que con anterioridad había sido un cuento de Tangarupá: “Los explotadores de pantanos”. La trama de esta narración reconoce su antecedente inmediato en el capítulo X, en el que el hijo de Matacabayo mata a pedro Alfaro. Ya Leopoldina está bajo tierra, y es ahora a Chiquiño a quien le llega la muerte (53), Reaparece fugazmente, asimismo, la primera Mandamás, la vieja Rita y, de ese modo, vuelve a quedar referenciada la historia inicial de La Carreta.


La novela termina, en la primera edición, en el capítulo XIV, que integra una nueva versión de “Quitanderas (Segundo episodio)”, en la que vuelven a cobrar vida misia Rita -la Mandamás-, Petronila, Rosita y Brandina, y aquel personaje escurridizo de los primeros capítulos, Marcelino Chaves. Aunque alejado en el tiempo narrativo y en el difuso ritmo cronológico de la novela, en relación con sus primeros tramos, este capítulo pone punto final a las diversas historias sucesivas y como tal, como instancia última de la novela, está concebida (54).


Notas


(51) Buenos Aires, 5 de julio de 1924.
(52) A pesar de su carácter independiente en la trama novelística, este episodio contribuye de modo decisivo y como pocos a mostrar el trágico fondo de superstición, desamparo y muerte que atraviesa de punta a punta el ámbito esencial de la novela.
(53) Alicia Ortiz (en Las novelas… ob. cit.), anota que “algunas escenas del libro tocan zonas de intensidad -y ellas evocan los trazos vigorosos de José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Jorge Icaza, figuras representativas de la novela sudamericana-, pero ninguna tan minuciosa y labrada en el detalle macabro, como la del delirio de Chiquiño, que logra, en su belleza sombría, su designio de sugestión”. Por su parte, Ana María Rodríguez Villamil analiza pormenorizadamente este episodio, destaca sus “claras características oníricas”, y establece una filiación con “El Hijo”, cuento de Horacio Quiroga. (“Mitos, símbolos, supersticiones y creencias populares” en La Carreta, Edición crítica, ob. cit.)

(54) En este capítulo final, la carreta detiene su marcha para no volver a rodar más, para transformarse en refugio sedentario. Es interesante subrayar cómo se establece el proceso transformador desde que los ambulantes eligen un sitio para acampar. “La carreta, apenas separados los bueyes, tomó las apariencias de una choza. Echó una raíz la breve escalera de cuatro tramos. Las ruedas no se veían cubiertas con lonas en  su totalidad de uno y otro lado. Bajo la carreta se instaló un cuartucho. Parecía un rancho de dos pisos”. También la irrupción del turco Abraham Jose en el campamento que en cierta medida presidía el misterioso tropero y vagabundo Marcelino Chaves, según observa Mose, pone de manifiesto “el conflicto de (…) dos valores, gaucho y gringo, la confrontación mítica de lo viejo y lo nuevo” (“Propuesta…”, ob. cit.)

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