ENRIQUE
AMORIM
LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
SÉPTIMA ENTREGA
PRÓLOGO
(7)
El
hilván de las historias (2)
El
VIII tiene como protagonista a una quitandera innominada. Ya las primeras han
clausurado su ciclo y cuando el capítulo IX se inicie, otras serán las mujeres
ambulantes -sólo un nombre se repite, el de Petronila- que la carreta traslada,
y otra, también, la Mandamás: ahora se llama Misia Pancha, la Ñata o la
González. Pero el núcleo narrativo se concentra de nuevo en los negocios de las
quitanderas. Después del intervalo que constituyen, en cierta medida, el
episodio de la estancia de don Cipriano y la historia de la quitandera a bordo
de la barcaza, se coloca en foco una vez más al carretón y sus habitantes, para
dar paso, en el capítulo X, a la reaparición de Chiquiño, instalado en el pueblo
junto a Leopoldina, en una de las instancias episódicas más efectistas de la
novela: el asesinato de Pedro Alfaro.
La
técnica que Amorim pone en práctica ha dado sus primeros resultados: el
carácter episódico de los capítulos, hilvanados con más o menos intensidad,
admite la digresión anecdótica controlada y el curso de los diez primeros
capítulos permite poner a prueba la inserción de uno más, a esta altura, con
una relación muy circunstancial con las historias que se han venido engarzando.
Este
capítulo, el XI, es, de toda la novela, el que presenta el carácter más
independiente. Había sido publicado por primera vez, como cuento, en Caras y Caretas con el título “El lado
flaco” (51); sometido el texto a diversas correcciones, pasó a integrar,
también como narración autónoma, la primera edición de Tangarupá, modificado su título en “El pájaro negro”. Reescrito
nuevamente, pero sin modificaciones sustanciales respecto de las versiones
anteriores, salvo las referencias a las quitanderas intercaladas
estratégicamente, se le incluyó así en La
Carreta (52). Esta inclusión debe haber sido resuelta en la etapa final de
elaboración, previa a la primera edición, por las razones apuntadas y porque
sólo se le menciona en uno de los esquemas organizativos, el más avanzado.
Distinto
es el caso del capítulo XII, que está dividido en dos partes. En la primera se
relata la venta de Florita a don Caseros, venta en la cual interviene una
Mandamás innominada; la segunda incluye el diálogo y el incidente entre
Piquirre y Luciano en la pulpería, en el primero de los cuales se hace mención
a las primeras quitanderas y en particular a “la Mandamás más peluda, la finada
Secundina” y a los métodos para medir la duración de los encuentros entre
clientes y quitanderas, mientras los cabitos de vela permanecían encendidos.
Como corolario del capítulo se produce el encuentro de Florita y Luciano.
Ya
en los tramos finales de La Carreta,
reaparece Chiquiño en el capítulo XIII que con anterioridad había sido un
cuento de Tangarupá: “Los
explotadores de pantanos”. La trama de esta narración reconoce su antecedente
inmediato en el capítulo X, en el que el hijo de Matacabayo mata a pedro
Alfaro. Ya Leopoldina está bajo tierra, y es ahora a Chiquiño a quien le llega
la muerte (53), Reaparece fugazmente, asimismo, la primera Mandamás, la vieja
Rita y, de ese modo, vuelve a quedar referenciada la historia inicial de La Carreta.
La
novela termina, en la primera edición, en el capítulo XIV, que integra una
nueva versión de “Quitanderas (Segundo episodio)”, en la que vuelven a cobrar
vida misia Rita -la Mandamás-, Petronila, Rosita y Brandina, y aquel personaje
escurridizo de los primeros capítulos, Marcelino Chaves. Aunque alejado en el
tiempo narrativo y en el difuso ritmo cronológico de la novela, en relación con
sus primeros tramos, este capítulo pone punto final a las diversas historias
sucesivas y como tal, como instancia última de la novela, está concebida (54).
Notas
(51) Buenos Aires, 5 de
julio de 1924.
(52) A pesar de su
carácter independiente en la trama novelística, este episodio contribuye de
modo decisivo y como pocos a mostrar el trágico fondo de superstición,
desamparo y muerte que atraviesa de punta a punta el ámbito esencial de la
novela.
(53) Alicia Ortiz (en Las novelas… ob. cit.), anota que “algunas
escenas del libro tocan zonas de intensidad -y ellas evocan los trazos
vigorosos de José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Jorge Icaza, figuras
representativas de la novela sudamericana-, pero ninguna tan minuciosa y
labrada en el detalle macabro, como la del delirio de Chiquiño, que logra, en
su belleza sombría, su designio de sugestión”. Por su parte, Ana María Rodríguez
Villamil analiza pormenorizadamente este episodio, destaca sus “claras
características oníricas”, y establece una filiación con “El Hijo”, cuento de
Horacio Quiroga. (“Mitos, símbolos, supersticiones y creencias populares” en La Carreta, Edición crítica, ob. cit.)
(54) En este capítulo
final, la carreta detiene su marcha para no volver a rodar más, para
transformarse en refugio sedentario. Es interesante subrayar cómo se establece
el proceso transformador desde que los ambulantes eligen un sitio para acampar.
“La carreta, apenas separados los bueyes, tomó las apariencias de una choza.
Echó una raíz la breve escalera de cuatro tramos. Las ruedas no se veían
cubiertas con lonas en su totalidad de
uno y otro lado. Bajo la carreta se instaló un cuartucho. Parecía un rancho de
dos pisos”. También la irrupción del turco Abraham Jose en el campamento que en
cierta medida presidía el misterioso tropero y vagabundo Marcelino Chaves, según
observa Mose, pone de manifiesto “el conflicto de (…) dos valores, gaucho y
gringo, la confrontación mítica de lo viejo y lo nuevo” (“Propuesta…”, ob.
cit.)
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