LAVOISIER:
GRANDES ÉXITOS DE LA QUÍMICA BARROCA
Por Francisco Doménech
En sus primeros cien años, la Química
había dado muchos tumbos. Algunos químicos seguían con mentalidad de
alquimista, como el que descubrió el fósforo por casualidad buscando oro en la
orina. Como en la Edad Media, hablaban de aceite de vitriolo en lugar de ácido
sulfúrico y recurrían a una sustancia imaginaria, el flogisto, para tapar los
agujeros de unas teorías que no habían cambiado desde de la Grecia
antigua.
Antoine de Lavoisier logró sacar a la Química de aquel callejón sin salida pero, pese a ser un
revolucionario científico, murió guillotinado en 1794 porque en la Revolución
Francesa cayó en el bando equivocado. Nacido en una una rica familia parisina,
heredó una fortuna a los 25 años, recién admitido en la Academia de las
Ciencias, y decidió invertir en una compañía privada que recaudaba impuestos
para el Estado y se ensañaba con los pobres.
Ese mismo negocio que le llevó a la
guillotina le permitió montar el mejor laboratorio privado de la época sin
reparar en gastos. Le obsesionaba medir y pesar todo con exactitud y así
derribó las creencias en la vieja teoría de los cuatro elementos (aire, agua,
tierra y fuego), según la cual el agua podía transmutarse en tierra. Al hervir
agua durante mucho tiempo aparecía un residuo sólido en el fondo del
recipiente, así que ¿cómo atreverse a dudar de la
evidencia? Lavoisier lo hizo y, con sus precisos experimentos,
demostró que el recipiente de vidrio perdía un peso igual al del sedimento que
aparecía.
Siguió prosperando al casarse con la
hija de un directivo de su compañía. Hicieron
muy buena pareja en el laboratorio: ella tomaba notas de sus
experimentos, le dibujaba las ilustraciones y le traducía artículos científicos
en inglés. Juntos abordaron el tema candente de la
química del siglo XVIII: ¿por qué unas cosas arden y pierden
peso al calentarlas, mientras que otras, los metales, se cubren de óxido y
ganan peso? Lavoisier sospechó que lo que ganaban los metales lo perdía el aire
y siguió las pistas dejadas por otros químicos.
Se perdió varias veces y se equivocó
otras tantas, hasta que el inglés Priestley le
habló de una nueva clase de aire, que hacía que las cosas ardieran mejor, o se
oxidaran antes, y con la que los ratones sobrevivían el doble de tiempo y muy
activos en un recipiente sellado. Lavoisier repitió los experimentos de
Priestley y se apropió del descubrimiento de ese nuevo elemento que formaba
parte del aire y al que llamó oxígeno (“generador
de ácido”, en griego), creyendo por error que estaba presente en todos los
ácidos.
De error en error, llegó al acierto
final: su Tratado elemental de química (1789),
publicado en el año de la Revolución Francesa. En él explicó que la combustión,
la oxidación de los metales y la respiración de los animales son en realidad un
mismo tipo de procesos: reacciones en las que se consume oxígeno. Al
experimentar en recipientes cerrados, comprendió que en las reacciones químicas
no se perdía ni ganaba peso. Puedes quemar esta hoja y convertirla en humo y
cenizas, pero la cantidad total de materia sigue siendo la misma: se puede
transformar, pero no eliminar. Es la ley de la conservación de la masa de
Lavoisier, la primera teoría científica que tuvo la
Química.
También les dio a las sustancias químicas sus nombres modernos y creó la
primera tabla de los elementos, en la que ya no estaban aire y agua, pero
todavía incluía la luz y el calor. A pesar de sus errores y de que no descubrió
ningún elemento, supo recopilar los descubrimientos de otros y darles un
sentido que no tenían por separado. Al día siguiente de su ejecución, el
matemático Lagrange lo recordó así: «Bastó un instante para cortar esa cabeza,
y cien años puede que no sean suficientes para dar otra igual».
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