LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
TRIGESIMOSEXTA ENTREGA
4
/ LA LECCIÓN DE LA PÉRDIDA (2)
DK
(3)
Sentimos las pérdidas
en nuestro momento y a nuestra manera y, de hecho, la negación es un favor que
se nos concede: experimentamos nuestros sentimientos cuando nos llega el
momento; permanecen a salvo hasta que estamos preparados. Esto les ocurre con
frecuencia a los niños y los adolescentes que pierden a sus padres. Quizá no
sientan mucho dolor hasta que sean adultos y puedan soportarlo.
No podemos escapar de
nuestro pasado. Muchas veces, la tristeza del pasado se mantiene latente hasta
que estamos preparados para experimentarla. A veces, las pérdidas nuevas
desencadenarán las antiguas y no sentimos una pérdida hasta más tarde, cuando
sufrimos otra.
Como muchas otras
jóvenes esposas de los años cuarenta, Maurine se sintió destrozada cuando
recibió un telegrama de lo que entonces se llamaba el Departamento de Guerra
donde se le comunicaba que su esposo había fallecido.
Maurine y Roland se
enamoraron en la universidad y se casaron a toda prisa antes que él se alistara
en el ejército, sólo unas semanas después del ataque a Pearl Harbor. Antes de
un año, Roland había terminado su entrenamiento como piloto de caza y fue
destinado al extranjero. Más tarde, Maurine recibió el telegrama.
En vez de pasar el
período de luto, aquella viuda de veintún años se mudó con rapidez y a otro
Estado, consiguió un empleo y comenzó una nueva vida. Dos años más tarde volvió
a casarse. En los años siguientes tuvo tres hijas y olvidó su pasado. Su nuevo
esposo conocía su anterior pérdida, pero ella nunca mencionó a Roland a sus
hijas ni a sus nuevos amigos; nunca colgó fotografías de él en su casa ni tuvo
ningún contacto con su familia o con amigos que los habían conocido cuando
estaban juntos.
Cincuenta años más
tarde, su segundo esposo enfermó y falleció. Entonces todo el dolor por la
pérdida de ambos esposos manó a borbotones formando un único río de lágrimas y
pena. Para superar aquellos momentos, Maurine creó dos murales fotográficos en
una de las paredes de su casa, uno por su primer amor y otro por el segundo.
Eso le permitió separar y resolver los distintos sentimientos y pérdidas que
había sentido.
Muchas personas
experimentan sentimientos contradictorios ante la pérdida de algunos seres
queridos, sobre todo cuando se trata de padres que les inspiraban emociones
encontradas. El principal obstáculo para enfrentarse y superar ese sentimiento
de pérdida es que no comprenden cómo pueden sentir lo que sienten por alguien
con quien realmente no se entendían. “Mi madre era tan mezquina conmigo…
-explicó una mujer. -Era literalmente una tirana. ¿Por qué me duele que haya
muerto?
En una versión reciente
para el cine de Frankestein, la
famosa novela de Mary Shelley, el doctor Frankestein da vida al famoso monstruo
sin pensar en ningún momento en su felicidad o en cómo será su vida, y de este
modo lo condena a una existencia de miseria y tormento. Al final de la película
el doctor es asesinado. La criatura llora y, cuando le preguntan por qué llora
por el hombre que le causó tanto sufrimiento, responde, simplemente, que era su
padre.
Lloramos por la pérdida
de los que cuidaron de nosotros como correspondía y también por la de aquellos
que no nos dieron el amor que merecíamos. He presenciado este fenómeno una y
otra vez. Es como el niño que ha recibido una paliza y añora a su madre
mientras está en el hospital pero no puede verla porque está en prisión por
haberlo golpeado. Podemos sentirnos verdaderamente afligidos por la pérdida de personas que se portaron de
un modo terrible con nosotros. Pero si sentimos aflicción por su pérdida,
debemos experimentarla. Tenemos que darnos tiempo para llorar y sentir nuestras
pérdidas y aceptar que no podemos negar esos sentimientos incluso si creemos
que esa persona no merecía nuestro amor.
Tanto si el sentimiento
de pérdida es complicado como si no, todos sanaremos a nuestro debido tiempo y
a nuestra manera. Nadie puede decirnos que ya deberíamos haberlo superado o que
el proceso va demasiado rápido. El dolor es siempre individual. Siempre que
avancemos en la vida y no nos quedemos estancados, estaremos sanando nuestro
dolor.
Muchas veces, sin
saberlo, recreamos pérdidas para enfrentarnos a ellas, aceptarlas y,
finalmente, superarlas. Otras veces, si hemos resultado heridos por una
pérdida, desarrollamos maneras de protegernos: nos distanciamos de nuestros
sentimientos, los negamos, ayudamos a otros a superar sus heridas para no
sentir las nuestras o nos volvemos autosuficientes para no necesitar a nadie
nunca más.
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