ENRIQUE MARINI
PALMIERI
JULIO HERRERA Y
REISSIG: LA ENCARNACIÓN DE LA PALABRA. CARACTERES ESOTÉRICOS DEL MODERNISMO
HISPANOAMERICANO
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Renée Vivien, «Chair
des choses», Sillages (1908).
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El arte poética de Herrera y Reissig
SEXTA ENTREGA
Por una concepción órfica de la poesía
La definición misma del arte poética se
halla en esta intención que implica al autor en su labor
ordenadora de sintagmas, de figuras de semántica, de sintaxis que acaban siendo
poesía. Para muchos poetas, tanto de Ausiàs March a Stéphane Mallarmé y Arthur
Rimbaud, la creación fue como una etapa infernal de la que salieron con el
fuego poético en las pupilas. Así, las premisas de «la
música ante todo» y «el arte por el
arte» constituyen la esencia de la poiesis en el canon
decimonónico que hereda Herrera y Reissig. Orfeo es la figura emblemática,
junto a Pitágoras en quien muchos ven al sucesor del primero, para aquellos que
descienden a los infiernos del ordenar sonido y ritmo y como él vuelven siendo
vates y profetas del Verbo.
En su libro más difundido, Les Grands initiés (1889), para
Edouard Schuré Orfeo es un joven de raza real, hijo de una sacerdotisa de
Apolo, cuya voz melodiosa hablaba de dioses con ritmo tan nuevo que todos
creían que estos le inspiraban directamente. Sus ojos azules, sus rubios
cabellos figuraban un rostro de gran dulzura. Un buen día desapareció sin que
nadie supiese dónde se hallaba. Algunos lo daban por muerto, e incluso en los
Infiernos. En realidad, dice Schuré, había ido a Egipto, donde los sacerdotes
de Menfis lo instruyeron en los Misterios. Al cabo de veinte años de estudios
volvió a Tracia, donde había nacido, para cumplir con su destino de vate y
héroe.
Como Orfeo, los poetas modernistas,
orgullosos de ser los elegidos del héroe poeta, los depositarios de secretos
signos y de misteriosas ideas, de esencias y de vida, de renovación y de
Historia a la vez, nos proponen en su elaboración formal no sólo la
regeneración de la retórica española, sino la del ser en sí. Intuyen que no
sólo el concepto debía de renovarse sino también la esencia de lo americano e
hispánico a la vez.
Cantan como Orfeo, y el ritmo de su
canto es el misterio mismo, cuya representación material es lo Bello. Belleza
del universo, del Verbo hecho palabra, Bello absoluto simbolista,
prerrafaelista, a lo Edgar A. Poe, a lo modernista...
Un «panegirista
infatigable» de Herrera y Reissig que cita Antonio Seluja en su libro,
César Miranda, habla de los «tormentos interiores» constantes,
o de un segundo, en relación con «la noche o el mundo de
las tinieblas, el dolor y los infiernos». Ello le otorga a la penúltima estrofa
de «La Torre de las esfinges» su total abismo ontológico en la pura tradición
órfica. Todo el horror de su ananké, dice Miranda, se halla en esta
última serie. En efecto, allí Numen (o el nombre
que el siglo XIX crea para designar tanto a los dioses que inspiran al poeta,
como al comprender con la mente las esencias de lo creado), se reúne con la
Noche, que representa el Tiempo humano o la Necesidad-Ananké, cuyas entrañas
morderá el hablante condenado a muerte por su fatal condición, en una
vociferación poética liberadora. La fuerza del alma es para Orfeo el arma que
lo lleva al hombre a la edad de oro de la absoluta armonía.
Así, en esta línea dice Herrera y
Reissig también: «Os anuncio un Poeta, todo un Poeta:
fino, delicado, grave. Y nuevo. Nuevo para América. Antiguo como el alma para
el mundo. Pertenece a la era estética del Ideal, del milagroso ruiseñor de los
Oráculos y de la etérea Harmonía» (prólogo para el libro de Carlos López
Rocha, Palideces i púrpuras, al que el poeta da el título de Syllabus -aquí, letra «F»- como para que
no quepa duda de que se trata en particular del enunciado de sus preceptos
poéticos).
El orfismo anima la renovación retórica
y espiritual y que constituye la esencia del canon decimonónico. Este aliento
se apoya en la tradición antigua a través del Arte poética de
Horacio -quien presenta a Orfeo como vate, que en Tracia era profeta y mago a
la vez-, de la Eneida de Virgilio, de las Metamorfosis de
Ovidio, de las obras de Esquilo y Eurípides. De todos ellos se hace eco Court
de Gebelin en su Mundo primitivo -libro que figura en la Biblioteca
Fondo Lugones de la Biblioteca de Maestros que el poeta argentino dirigió en
Buenos Aires-, Fabre d'Olivet en su análisis de los Versos áureos de
Pitágoras -que influye definitivamente en la visión política de Saint-Martin,
Ballanche, Pierre Leroux; y obviamente Baudelaire, Víctor Hugo, Banville, Louis
Ménard, Leconte de Lisie. Se trataba, como dice Brian Juden, de poner de
relieve, merced a la figura de Orfeo, la romántica ambición de dominar la
armonía poética absoluta, la muerte y su misterio, la ciencia positiva y
materialista por una omnisciencia de las substancias y de las esencias. Todo
ello para el progreso del hombre.
En el relato «Aguas del Aqueronte»
(1903), el héroe, Rodolfo, ansia beber «la vida en la copa
de embriagueces del Ser, causa de Todo dentro de Todo», es decir, cobijarse en
el seno de Neith, «la diosa triangular de la Naturaleza,
el principio femenino de la vida del mundo». Así, el narrador, a imagen de los
modernistas, de la mano de Orfeo y de los Misterios que este aprendió en
Egipto, parte en busca de los tres velos que ocultan a Isis-Osiris-Horus, al
sagrado Triángulo.
El hablante de «Aguas del Aqueronte»
responde totalmente a la tradición órfica que señala Brian Juden y que conlleva
el impulso lírico que transforma al mundo sensible en algo divino. Para ello,
una sola inspiración, la del Gran Todo, aliento universal «al
que obedece el que tañe la lira», añade Juden. Y esos velos que cubren al
sagrado Triángulo son los que transforman al poeta y a la poesía en un mensaje
cuya función divinatoria, continúa diciendo Brian Juden, elige al hombre como
instrumento, por su capacidad creativa, imaginativa, musical y rítmica, por su pathos que
engendra la metáfora sublime.
En efecto, en nota a las traducciones
que Herrera y Reissig efectúa de poemas de Albert Samain, el poeta uruguayo
hace hincapié en la «elasticidad harmónica», en «las conquistas modernas de la literatura quintaesente» que
transforma a la poesía en «terciopelos del
pentagrama» y que «traducen la morbidez y el abandono
anímico del poeta en las situaciones de sueño, de vacío inconsolable, de
compenetración sobrehumana con la Naturaleza» y que son la razón para que
la versión de «Le Sommeil de Canope» sea «perfecta».
Pero, obviamente, no sólo se trata de retórica, sino de ontología, de
literatura sagrada, mítica, onírica y virgen como Safo, a quien Herrera y
Reissig la llama «mi hermana», aludiendo ciertamente al
poema n.º 72 de la poetisa de Lesbos y a quien Baudelaire recuerda en
el contenido de sus versos de «Une charogne» (que Herrera y
Reissig traduce).
Orfeo, Safo, visionarios cultores de la
palabra que reúne y que diviniza a los hombres, quienes honrando a los Dioses
como lo preconiza Pitágoras, logran aprisionar la sagrada Inteligencia y
abandonan así lo inmanente para navegar libre en el Éter, donde «serás dios inmortal, incorruptible, y para siempre señor ante la
muerte», como dicen sus Versos áureos.
Orfeo, iniciado en los misterios
egipcios, lejos del mundo, en los límites del mundo, halla la paz en lo Bello,
en su omnipresencia poética; le confiere al artista la convicción de que lo
poético es centro de la materia -o del Infierno- y que el poeta canta con una
percepción diferente de la del común de los mortales, revelando a quienes saben el
mundo superior y oculto. Eso oculto en lo Bello, ese «abstracto» que
es «un recuerdo de Dios, superviviente y sellado en
nuestros espíritus», como dice Herrera y Reissig en «Conceptos de crítica».
La perspectiva de su muerte transforma
a Herrera y Reissig en alguien que sabe, y su alma decide
contárselo al mundo entero con sonoros acentos inauditos, porque esta es su
manera de apropiarse del misterio de Neith, de lo Inaccesible en la Naturaleza.
No hay ni destrucción del mundo para negarlo, ni derroche verbal para borrarlo
ni para ensimismarse, como tampoco hay abolición del mundo para abolir a la
muerte. Ni menos aun el dejarse poseer por la muerte, ya que la gran victoria
del poeta -y por ende la del hombre- es la palabra encarnada en el Verbo
gracias a la mágica intencionalidad poética, enteramente destinada al lector,
quien la vive según sus propias realidades y sensibilidad. Hasta uno podría
estar tentado de decir que en la poesía del uruguayo hay del principio
rubendariano «mi poesía es mía, en mí», y que
a cada lector su propia lectura.
Pero no. Sonido, poesía y misterio
vital son sólo uno. Así, de sonido en sonido, Herrera accede a ese Nirvana que
Darío reclama en «El Salmo de la pluma», y que el uruguayo en «Aguas del
Aqueronte» abraza: Belleza y Muerte a la vez construyen la vida: la única.
Esta, inmanente, la otra, invisible, ya que ambas son el Inaccesible misterio,
lo Indecible de Novalis. En la tercera estrofa de «La Vida» (1903-1906) se
puede leer:
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En nota a este «Alto poema apocalíptico» aclara el poeta que los cuatro
versos encierran: «el Yo consciente y audaz del Poeta, su
Numen soñador y enfermo, su espíritu paradojal y revolucionario, su alma
sedienta de Invisible y de Verdad Religiosa, el Genio investigador de la Causa
Suprema a través de la Ciencia y de la Metafísica en dolorosa peregrinación».
Es verdad que la presencia de un doble
sonido esdrújulo en el corazón de esta estrofa impele a considerarla como un
exceso retórico, como un exotismo acentual, como una vibración híbrida y
escapista, una adjetivación insincera. Empero, a la luz de la cita
inmediatamente anterior, ¿por qué no pensar como el lector que, sabiendo poco y
nada de la biografía del escritor, se queda con lo que emite el hablante del
poema, y reconoce en ese «abrazo pitagórico» la
confirmación de la voluntad místico-pitagórica de creer, y creerse «Sumo genio de las cosas», merced a la mágica intencionalidad del
verbo poiético cuya sonoridad intenta reproducir lo misterioso
indecible? Además, si se considera que dicha nota citada es como el resumen de
la vida del poeta uruguayo, y que la nota figura en un poema que se intitula
«La Vida», ¿por qué no incluir en el artículo del título la fuerza deíctica y
totalizadora propia de lo definido que abre las puertas a lo infinito...?
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