FEDE RODRIGO / UN
CUENTO PARA NIÑOS
LAVARLE LAS PATAS AL
COENDÚ RITO
(Dedicado a Toto, Oli, Cata, Lucas, Luna, Lean, Seba, Agus,
Anthony, Juli, Luana y Adrew, que jugando juntos me regalan su alegría cada día
y ahora también un cuento nuevo para contar.)
Con mi hermano siempre tuvimos mascotas poco normales. En
este momento tenemos un coendú al que le pusimos de nombre Rito. El problema
con nuestro coendú Rito es que sus huellas son muy parecidas a las manos de un
niño. Por esto mamá siempre nos dice: “No se olviden de lavarle las patas al
coendú Rito”.
Es una mascota increíble pero hay que acordarse de taaantas
cosas para cuidarlo: agarrarlo de lado de abajo para no pincharse con las púas,
dejarle fruta y hojas para que coma, limarle las garras para que no raye el
piso, no dejarlo cerca de los globos para que no los pinche y muchas más. Son
tantas cosas, que siempre nos olvidamos de lo mismo: lavarle las patas al coendú Rito.
Por suerte a mi hermano se le ocurrió pedirle al abuelo César
que nos hiciera acordar de lavarle las patas al Coendú Rito. El abuelo César
estuvo de acuerdo, hizo una notita y se la metió abajo de la boina. Pero cuando
se fue a peinar la perdió, así que decidió pedirle a la abuela Lourdes que le hiciera acordar de hacernos acordar
de lavarle las patas al Coendú Rito.
La abuela Lourdes se hizo un nudo en el delantal rojo que
usaba cuando cocinaba su mundialmente famoso guiso de arroz. Así, cada vez que
viera el nudo, se iba a acordar de hacerle acordar al abuelo César, bueno, ya
saben, de todo eso. Pero cuando se sacó el delantal para salir a trotar se dio
cuenta que se iba a olvidar del mensaje. Por esto, se le ocurrió pedirle a
Pato, el niño que juega a la pelota en frente de su casa que le hiciera acordar de hacerle acordar al abuelo César que nos haga
acordar de lavarle las patas al Coendú Rito.
Pato acepto gustoso porque la abuela Lourdes cada vez que los
cocina bizcochitos caseros le regala algunos. Como siempre pasa las tardes
jugando a la pelota en la vereda, decidió escribirse un recordatorio en el
barro del cantero de Doña Rosa (la vecina con ruleros que vive en frente). Pero
al ratito se puso a llover y Pato salió corriendo para adentro de su casa. Por
la ventana, miraba cómo se borraba el mensaje así que decidió pedirle al
repartidor de huevos que justo estaba pasando que, por favor, le hiciera acordar de hacerle acordar a la
abuela Lourdes que le hiciera acordar al abuelo César que nos haga acordar de
lavarle las patas al Coendú Rito.
El repartidor de huevos no tuvo problema en aceptar el
desafío ya que todos los días pasa por esa cuadra y le podría recordar el
mensaje a Pato. Para no olvidarse, usó su truco infalible: se cambió el anillo
para el anular de la otra mano. Pero cuando el repartidor llegara a su casa
(como estaba lloviendo), seguro iba a hacer torta fritas con su familia. Para
que el anillo no se le llene de harina (o peor, que quede adentro de una torta
frita y se lo coman sin querer) se lo iba a sacar y el recordatorio iba fallar.
Por eso cuando llegó al almacén de Esteban, le
pidió que le hiciera acordar de hacerle acordar a Pato de que le hiciera
acordar a la abuela Lourdes que le hiciera acordar al abuelo César que nos haga
acordar de lavarle las patas al Coendú Rito.
Obviamente, el almacenero Esteban estuvo de acuerdo porque
estaba muy acostumbrado a recordar largas listas de cosas. Su manera de hacerlo
era inventar una palabra con la primeras letras de las cosas a recordar: Re de
repartidor, Pa de Pato, Lou de Lourdes, Ce de César, Ni de nietos (o sea
nosotros) y PaCoRu de patas de coendú Rito. RePaLouCeNiPaCoRu
era la palabra que tenía que recordar. Pero pueden creer que justo así se dice
“vengan que hay comida” en el idioma de las palomas. Cuando el almacenero
Esteban la repitió un par de veces para memorizarla: RePaLouCeNiPaCoRu, RePaLouCeNiPaCoRu,
se le llenó al almacén de palomas con ganas de comer. Por esto, entre tanto
relajo, fue que le pidió a la maestra Laura, que había ido a comprar leche, si
le podía hacer acordar de hacerle acordar
al repartidor de huevos que le hiciera acordar a Pato de si le hacía acordar a
la abuela Lourdes que le hiciera acordar al abuelo César que nos haga acordar
de lavarle las patas al Coendú Rito.
Después de ayudar al almacenero Esteban a limpiar toda la
caca de paloma que había quedado, la maestra Laura se anotó sobre la palma de
la mano el mensaje para no olvidárselo: hacerle acordar al almacenero Esteban
bla bla bla. Era tan largo que empezó a escribir en el codo y terminó en la
punta de sus dedos. Pero a la mañana siguiente, mientras estaba en la clase borrando
el pizarrón distraída, se borró también el mensaje del brazo creyendo que era
parte del trabajo que sus alumnos copiaban. Preocupada, le pidió al Tato (el niño con la mejor memoria
de la clase), si era tan amable de hacerle acordar de
hacerle acordar al almacenero Esteban de hacerle acordar al repartidor de
huevos que le hiciera acordar a Pato de si le hacía acordar a la abuela Lourdes
que le hiciera acordar al abuelo César que nos haga acordar de lavarle las
patas al Coendú Rito.
Tato, sin ni siquiera preocuparse, hizo lo que hace siempre
que necesita acordarse de algo importante: se dio vuelta la gorra. Pero la
lluvia de ayer había hecho que el polvillo de los árboles cayera y anduviera remolineando
por ahí. Tanto polvillo se le metía a la nariz, lo hacía estornudar sin parar y
la gorra volaba por los estornudos. Como tenía que volvérsela a poner a cada
rato, era obvio que el recordatorio no iba a funcionar. Por eso, Tato decidió
pedirle a sus mejores amigos que le
hicieran acordar de hacerle acordar a la maestra Lura de hacerle acordar al
almacenero Esteban de hacerle acordar al repartidor de huevos que le hiciera
acordar a Pato de si le hacía acordar a la abuela Lourdes que le hiciera
acordar al abuelo César que nos haga acordar de lavarle las patas al Coendú
Rito.
Pero resulta que los mejores amigos de Tato somos nosotros.
Sí, nosotros. Entonces ahora no solo tenemos que acordarnos de lavarle las
patas al coendú Rito sino que también tenemos que recordar este mensaje enorme
(y nosotros no tenemos ninguna técnica especial para recordar cosas). Bueno,
decidimos pedir ayuda pero es evidente que no funcionó. Por suerte, mi hermano
es tan astuto que tuvo la increíble idea de escribir todo esto en un cuento. Así,
cada vez que lo leamos, nos vamos a acordar de que tenemos que. ¡Uh! ¡Hoy no le
lavamos las patas del coendú Rito!
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