LEÓN BIRIOTTI
“LA COMPOSICIÓN Y
LA FAMILIA DAN SENTIDO A MI VIDA”
por Ana
Jerozolimski
(Uypress / 7-2-2017)
La carrera musical del
Maestro León Biriotti -que comenzó con el violín, pasó rápidamente al oboe y
estuvo dedicada luego casi enteramente a la composición- le ha deparado
emociones y reconocimiento, inclusive el destacado galardón “Morosoli de Oro”
por su trayectoria.
Biriotti ha compuesto 12
sinfonías, de las cuales aproximadamente la mitad han sido estrenadas y una fue primer
premio del concurso del Sodre. También compuso ocho sinfonietas, cinco o seis
grandes obras sinfónicas, 18 conciertos para instrumentos solistas y orquesta,
40 o 50 obras de cámara y dos óperas.
Pero evidentemente, su
principal premio es el poder dedicarse a lo que tanto ama.
León y su esposa Perla
nos recibieron recientemente en su departamento. El nos contó que hacía
tres años que estaba componiendo la ópera "Ana Frank". Pocos días
antes de finalizar el 2016, terminó la composición. "Creí que me sentiría
aliviado después de tres años de trabajo pero pasados dos días, lo que sentía
era vacío", nos dijo esta semana. "De modo que puse manos a la obra y
comencé a componer mi XII Sinfonía. Así me siento bien".
De aquí al título de esta
entrevista, la elección de las palabras es casi automática. "Mi familia y
la composición son lo que dan sentido a mi vida", resumió León.
Sé que si le llamo
"Maestro León Biriotti", como corresponde, me vas a recordar que ya
me habías pedido que te tutee y que no sea tan formal... pero debo al menos
decirlo aquí una vez en esta introducción. Tiempo atrás, publiqué una nota
sobre el premio Morosoli de Oro que tú recibiste. Pero esta entrevista va más
allá de tal o cual distinción. Es sobre una trayectoria de vida. De hecho, una
vida coronada por éxitos en lo que te gusta, en lo que es una pasión, ¿verdad?
Es más pasión
que vocación. Una vida dedicada a la música. Siento que no hice más que mi
trabajo. Y siempre disfrutándolo. Hasta te diría que muchas veces me sorprendía
porque no hice más que divertirme y por eso me pagaban.
Mencioné el
Morosoli de Oro, el premio a tu trayectoria de vida con la música, el más
reciente. ¿Qué significado tiene un reconocimiento así?
Primero que fue una
sorpresa totalmente inesperada. Ya el anterior, el de plata, como 15 años
antes, había sido una sorpresa. Además, lo recibí con alegría y rodeado de toda
la familia, éramos 20.
¿Profesionalmente
es muy importante?
Sé que es uno de
los premios más destacados a nivel nacional, sí.
¿Cómo resumirías tú
por qué correspondía darte un premio a trayectoria de vida?
La verdad es que
para mí fue totalmente natural hacer lo que hice, pero si hacemos un balance
tengo 12 sinfonías que he compuesto, de las cuales seis o siete han sido
estrenadas, una de ellas fue primer premio del concurso del Sodre, tengo ocho
sinfonietas, cinco o seis grandes obras sinfónicas, 18 conciertos para
instrumentos solistas y orquesta, 40 o 50 obras de cámara, dos óperas, una la
estoy terminando, que es sobre la vida de Ana Frank...
Me pregunto cómo se
percibe la temática judía, como en este caso, en música... no es como al leer
un libro o ver una obra de teatro. Y aún siendo judío, no podrías emocionarte
por la fibra judía que te toca, si no sabes por ejemplo qué nombre lleva la
obra musical ¿verdad?
Es cierto. No hay
arte más abstracto que la música. Es completamente diferente a la pintura, por
ejemplo, donde la abstracción es algo que se impone, pero tiene líneas y color.
La música es abstracta, entonces los sentimientos son subjetivos. El compositor
puede poner su sangre y su vida en determinada obra, pero si en el título o en
alguna aclaración no está dicho lo que quiere, podés escuchar la música, y está
bien que así sea, y considerarla buena, mala, regular, horrible o fantástica,
como hecho musical, sonoro...
Pero no
necesariamente sabiendo en qué pensaba el músico al componerla. En el caso de
la ópera es diferente.
La ópera tiene
texto.
Y esta ópera, Ana
Frank, ¿en qué consiste?
Es la historia de
ella antes, un poco durante y después de su muerte, porque los personajes
principales, los que cuentan toda la historia, son las almas de Ana y de Miep.
Ya llevo tres años componiéndola.
LA MÚSICA Y EL
HOGAR
¿Cómo comenzó tu
amor por la música?
Desde que tengo
consciencia de mí mismo, estuve seguro que era la música lo que yo quería.
Desde el principio. Mis padres, como todos los judíos sefaradíes, emigrantes,
pobres, no tenían capacidad económica para solventar estudios que en aquella
época eran solamente privados, no existían instituciones públicas para la
enseñanza de la música. Cuando yo tenía unos 11 años más o menos, mi madre
logró comprarme un violín y me dio la posibilidad de ir a un profesor. Fue por
cierto con grandes sacrificios económicos.
Y de aquel violín y
al profesor al oboe, ¿cómo llegamos?
Estudié el violín
unos nueve años. Mientras tanto también componía aunque creo que ni me daba
cuenta de ello. Improvisaba con el violín. Y luego sí comencé a hacer composición.
Cuando empecé a estudiar composición en la Escuela Municipal me dije que como
compositor tenía que conocer otros instrumentos. Entonces pensé: "El oboe,
que es el que más me gusta, pero después voy a estudiar la flauta, después el
corno, después percusión, timbales". Al final me hicieron lugar en las
clases de oboe y me di cuenta enseguida que era mi instrumento. Me sentí
identificado con el instrumento, y poco a poco fui abandonando el violín y
entrando en el oboe.
¿Cómo era en aquel
entonces crecer con la pasión por la música?
El profesor venía a
mi casa, en la calle Reconquista. Yo era el raro, el que tocaba música en
vez de salir a jugar a las bolitas. Claro que no sólo eso. Me juntaba con los
chicos de la cuadra y jugábamos en la calle pero le dedicaba bastantes horas al
estudio del violín. Claro que los demás se burlaban un poco pero a mí no me
importaba. En casa había grandes ventanales, yo tocaba el violín y ellos de
abajo "Ua, ua, ua"...
Quizás se reían
pero también lo disfrutaban... ¿Cómo era el hogar en el que creciste?
Mis padres
llegaron a Montevideo desde Izmir en 1928 y yo ya nací en Uruguay poco
después, el 1º de diciembre de 1929. Vivimos en la Ciudad Vieja durante
mis primeros 20 años. Tengo tres hermanas menores que yo: Esther, Leonor y
Rosa. Yo siempre digo que tuve una infancia feliz, que éramos pobres y que yo
no me daba cuenta, realmente nunca me faltó nada. Mi padre era un trabajador
muy estricto en todos los aspectos de su vida, inclusive en el cumplimiento de
sus horarios. Era un cortador de confecciones.
¿Tú mamá?
Mi mamá era un caso
especial. Era una mujer muy activa, muy decidida, muy alegre, le gustaba hacer
colas...
¿Colas? O sea
¿esperar haciendo cola?
Sí, porque conocía
gente. Si ibas a una cola y encontrabas que había un montoncito de gente veías
que estaban todos alrededor de ella. Le gustaba charlar.
Divertido imaginar
la escena...
Era además muy
inteligente, aunque no muy instruida, y llevaba adelante sus planes... Llevó
adelante la familia. No trabajaba afuera pero conseguía sus changas. De vez en
cuando también trabajaba en sastrería.
¿Qué sentimiento te
dejó el haber crecido en un hogar de inmigrantes?
Bueno, en aquel
tiempo no me daba cuenta. En la Ciudad Vieja, especialmente en la calle
Reconquista, en dónde vivíamos, el 90% eran inmigrantes, la mayor parte
sefaradíes. Había también askenazi, españoles, italianos... No sólo judíos. No
tenía sensación de extranjero, para nada. Ibamos a la escuela y teníamos
contacto en la clase con niños de toda extracción religiosa o nacional.
Recuerdo que Enrique Mitelman llegó de Polonia y entró en el segundo año de la
escuela sin saber una sola palabra. Y bueno, de alguna manera, lo ayudaban de
la forma que podían. Hicimos una amistad que se conserva hasta el día de hoy.
¿A qué
escuela ibas?
Portugal. Los
últimos años sigue todavía ahí en Sarandí y Pérez Castellanos, pero cuando
comencé estaba en Reconquista y Treinta y Tres, algo así.
Cuando uno habla de
todos los problemas con los que lidia el país hoy, ¿realmente se mira
hacia atrás con esa sensación de que todo tiempo pasado fue mejor?
Era mejor. No es
que todo tiempo pasado fue mejor, sino que aquella época -para mis sensación y
mi percepciones- era mejor.
¿En qué sentido?
En principio, en
seguridad. Yo vivía en un barrio en el que venía a cualquier hora de la noche
caminando y no tenía ningún problema. Cuando era adolescente llegaba a mi casa
a las 11, 12 o 1, caminando desde la Plaza Independencia hasta Reconquista y
Colón y nunca hubo un problema. Recorría toda la Ciudad Vieja, la conozco de
arriba abajo y por los cuatro costados. Y hoy en día uno camina con cuidado por
la Ciudad Vieja. Voy pero con cuidado y a ciertas horas de la noche no vas. Por
ejemplo, cuando hay algún espectáculo en el Centro Cultural de España, en la
calle Rincón, no voy. En la calle Rincón a las 8 de la noche es solitario. Da
miedo.
Eso duele, ¿no?
Y sí… No sé si es
que hoy estamos más informados o no, pero hoy me entero de que hay muchos más
delitos de los que había en aquellas épocas.
MÚSICA E
IDENTIDAD
La temática judía,
claramente, es parte de tu creación. La Sinfonía Ana Frank, ahora la ópera, y hubo también el Izkor for Terezin o sea la plegaria recordatoria por las víctimas
de dicho campo.
También Romance Sefardí, la Sinfonía Sefaradí, la Sinfonía
Jerusalén, cinco canciones trágicas, con texto de Mosheliva... Aparte te cuento
que tuve el grupo Romancero, dedicado
exclusivamente a los romances sefaradíes. Con este grupo estuvimos en Brasil y Argentina...
¿Quiénes más
estaban? ¿Eran todos uruguayos judíos sefaradíes?
Al principio era
Valentina Álvarez, una cantante uruguaya que se radicó en México hace 20 años,
la guitarrista Ana Inés Zeballos y, en aquel tiempo, De los Santos en
percusión. El único judío era yo en aquel momento. Después, en los últimos tiempos,
éramos tres, junto con Ana Inés Zeballos (que cantaba y tocaba la guitarra) y
Sergio Tulbovitz, un gran percusionista. Fuimos tres durante muchísimos años.
Yo me aparté ahora y en mi lugar entró una violinista, Carolina Hasaj.
¿La música acerca a
la identidad también? ¿Estás en eso y te puede hacer sentir más parte de un
colectivo?
Sí, incluso te hace
recordar épocas de la infancia. En mi casa se reunía gente que cantaba y tocaba
instrumentos, el Ud, el violín, el tumbelec, cantaban y mi madre bailaba a la
manera sefaradí, se tomaba el raquí. Otras veces era en las casas de otros, de
repente de un armenio, porque no solamente venían judíos, cada tanto se hacía
una reunión. Todo eso fue lo que quedó en mi memoria y me llevó a reunir este
grupo para hacer los romanceros.
Diferentes
dimensiones de la música pues, realmente variadas, unidas por un mismo amor.
Así es. Una gran
pasión que sin duda, da sentido a mi vida.
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