ÁRBOL DE DIANA,
AUSENCIA Y PÉRDIDA DE ALEJANDRA PIZARNIK
FERNANDO SALAZAR
TORRES (*)
(Máquina / 21-3-2017)
En esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.
Alejandra Pizarnik
Introducción
Toda obra literaria admite distintas lecturas, lo cual no hace imposible
su estudio ni tampoco evade el conocimiento de su estética; sin embargo, el
análisis sí resulta incompleto, debido a la variedad de teoría existente para
aplicarse a la obra de creación. La dificultad se hace más laboriosa, si se
suma a la disertación el mito o personalidad del autor, tal como lo expresa la
psicocrítica.[2] La mayor parte de la crítica orienta
sus estudios a la figura de Alejandra Pizarnik, argumentando que la obra no se
comprende sin la vida y que la vida no se explica sin la obra. Desconozco qué
tan afortunado es este pensamiento para abordar el examen de algunos de sus
poemarios; a pesar de ello, me parece que siempre en la obra literaria existen
rasgos de biografía, ya sea que los escritores los realicen de manera
consciente o inconsciente como parte de su proyecto.
La importancia y restricción de mi examen radica en la revisión, desde
el psicoanálisis, del poemario el Árbol de Diana (1962), el
cual consta de 38 poemas muy breves. El tema principal de dicho libro son la
muerte y el desdoblamiento de Pizarnik. Ella es quien padece su muerte. El
juicio se inclina a emplear algunas categorías conceptuales del artículo
“Aflicción y melancolía” (1917), de Sigmund Freud, al poemario para observar
los rasgos de la ausencia y la pérdida. Como la idea principal consiste en la
fragmentación y desdoblamiento del yo lírico, se revisa la teoría del espejo de
Jacques Lacan (1966), asimismo la importancia del doble y el fantasma. También
se piensa en la importancia del título y la simbología del árbol para una
comprensión más completa del poemario, rasgo del cual carece la crítica sobre
Pizarnik.
La melancolía de Pizarnik [3]
Me parecen pertinentes los conceptos de aflicción y melancolía, usados
por Freud (1986), los cuales describen los síntomas de la pérdida de alguien,
en la mayoría de los casos una persona querida, si bien no se restringe solo a
eso. Este es uno de los temas del Árbol de Diana. El psicoanalista
expone que la aflicción o duelo es una reacción ante la ausencia de alguna
persona o de alguna abstracción equivalente; es un dolor cuyo objeto alejado,
sea por muerte física o por mal ideal, es inasible. Estos mismos síntomas
ocurren en otras personas en las que, en lugar de la aflicción, se manifiesta
la melancolía. Esta enfermedad la explica Freud caracterizada, psíquicamente,
“por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el
mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las
funciones y la disminución de amor propio” (Freud, 1986: 215). La diferencia
entre aflicción y melancolía es tenue, pues en esta enfermedad el amor propio
es nulo. Esta supresión provoca en el yo una inhibición y una restricción por
no poder sustituir el objeto amoroso extraviado. El afligido sabe la razón de
su mal, y el mundo se presenta empobrecido; el melancólico no distingue,
claramente, lo que ha perdido, es decir, no es consciente y es su yo quien
ofrece esa destrucción del mundo.
La aflicción se caracteriza porque la persona que sufre la pérdida,
adopta y refleja algunos rasgos de la persona ausente a su propia personalidad.
Considero conveniente adecuar la explicación que hace Freud sobre los rasgos
del duelo y la melancolía con el planteamiento estético del Árbol de
Diana, en torno a la identificación entre el sujeto que sufre el abandono y
el sujeto de la ausencia. Ambos sujetos pertenecen a Pizarnik. El yo se divide
en dos, y este fenómeno causa el desequilibrio en el mundo que observa el
sujeto poético.
La doble personalidad se unifica porque la adaptación entre la parte
real y la parte mental adquieren rasgos comunes.[4] Esta manía se manifiesta a lo largo
del poema. Pizarnik es la ausente y, al mismo tiempo, es quien sufre la falta.
La poeta está y no está presente como sujeto discursivo. Sören Kierkegaard
(2002) define al yo como la síntesis de una relación y la síntesis la
explica como una relación entre dos términos. Si el yo es una síntesis,
entonces el yo es la unidad que se constituye en la relación que se refiere a
sí misma. Los dos términos de la síntesis del yo son el propio yo y la
identidad consigo mismo. Por otra parte, ese yo puede sufrir una crisis, a la
cual denomina desesperación, manifestada por la discordancia de los términos de
la relación. Ello significa que el yo irrumpe la relación por falta de
identidad, lo que ocasiona la desesperación. Ese es el mal del cual sufre
Pizarnik, porque el yo la abandona y la inestabilidad de su unidad sugiere la
muerte.
1
He dado el salto de mí al alba
He dejado mi cuerpo junto a la luz
Y he cantado la tristeza de lo que nace.
(Pizarnik, 2003: 4)
Aunque esa significación ambivalente se presenta en la escritura de
manera paulatina, el poema que da inicio al libro plantea el abandono material,
a saber, el cuerpo. Esta primera ausencia como parte de la semántica del
espacio poético, origina una abstracción cuando ese abandono pasa al nivel
metafísico. Después es la memoria como capacidad de recuerdo, la que espera la
llegada de aquello que fue abandonado y que, ahora, ya es sombra. Ella,
Pizarnik, es quien habla de sí misma como si fuera otra,[5] en el momento en que la metamorfosis
supone un desdoblamiento, o bien, una doble personalidad.
6
ella desnuda en el paraíso de su memoria
ella desconoce el feroz destino de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe
(Pizarnik, 2003: 5)
Cabe destacar que, retóricamente, dicho recurso lingüístico se logra
porque el sujeto de la locución cambia entre una oración y otra —de la primera
persona del singular (en el poema 1) pasa a la tercera persona del singular (en
el poema 6)—. Pese a esto, el fenómeno retórico no interesa abordarlo en este
estudio, sino comprender que la obra implica un desdoblamiento y la ruptura
del yo lírico, como fue sugerido con el planteamiento de la
desesperación de Kierkegaard. Ocurridos la escisión, el reflejo, y el juego de
espejos, que se manifiestan en el desplazamiento del yo a otro
yo, se genera una búsqueda para volver a adaptar la relación de los términos
del yo.
A lo largo del discurso poético, la autora se asume como otra, como un
desconocimiento y una afirmación, que sufre cambios espaciales, metafísicos y
de identidad. “Muere de muerte lejana/ la que ama al viento” (2003: 5), expresa
al referirse a sí misma. La pérdida de sí es una abstracción que es aplicable
tanto al duelo como a la melancolía. En relación con el primer término, el
duelo, la característica principal consiste en estar alejada de la realidad, y
ello hace más notable el detrimento del objeto amoroso. En relación con el
segundo concepto, la melancolía, el sentimiento es una reacción a la ausencia
del objeto amado, no necesariamente muerto, porque en ocasiones la falta se
presenta de manera ideal y, por tanto, es una separación o fragmentación del
sujeto.
En ambos conceptos se manifiesta, psíquicamente, el dolor y, en ellos,
se expresa una irrupción en el interés por el mundo exterior, el abandono de sí
por la incapacidad de amar —“un viento débil lleno de rostros doblados/ que recorto
en formas de objetos que amar” (Pizarnik, 2003: 6)—, la inhibición de las
funciones todas y, finalmente, la disminución del amor propio. Resulta, pues,
que el melancólico asume como propias ciertas características del objeto
amoroso, por lo cual, volver a la adaptación del yo con el yo perdido, ocasiona
el desdoblamiento de Pizarnik, expresado, lingüísticamente, en diversas
metáforas.
Ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada
(Pizarnik, 2003: 6)
El camino del espejo
La metáfora principal del poemario es la muerte de la poeta. Esa
idealización de sí misma como una ausencia, sugiere una analogía que es preciso
interpretar dentro de los mismos poemas. A lo que antes nombré como
ambivalencia y doble personalidad, ahora, se comprende bajo el concepto de
analogía, cuya figura retórica es la relación semántica entre dos ideas que
pueden ser contrarias o no, y con este sistema de correspondencias se formulan
las metáforas del Árbol de Diana.
Una de dichas metáforas es la del espejo, que forma parte de la isotopía
del texto, y significa la noción de desprendimiento o reflejo, en el uso
lingüístico, semántico y temático del poemario. Es precisamente el espejo la
causa por la cual se fragmenta el yo lírico y se busca la unidad personal,
diluida a consecuencia del duelo y la melancolía. Es una transformación que
pasa de lo material a lo espiritual: “explicar con palabras de este mundo/ que
partió de mí un barco llevándome” (Pizarnik, 2003: 7).
La expresión del poema citado más abajo indica el uso obsesivo de
ciertas relaciones, que se superponen para construir otras semejantes y
contiguas. Tal forma de análisis corresponde a la psicocrítca de Mauron; aunque
su metodología compara distintas obras del mismo poeta, no creo inconveniente
comparar y suponer algunas metáforas, en el poema en cuestión, para demostrar
la diferencia de sus relaciones. En distintas partes del libro es visible ese
cambio en la significancia, no obstante en otras permanece oculto ese nivel de
isotopía. Lo latente se desvela a medida que se revisan y analizan los campos
semánticos y poéticos a los que pertenecen las palabras. Dicha labor se
practica mediante la metonimia y la metáfora.[6]
El código de los términos silencio, silenciosa y sombra están
presentes en el poema 3, los cuales, por su semejanza semántica y expresiva,
denotan el no encuentro al que se refiere la poeta. Más adelante, en el poema
16, esa referencia aparece bajo el concepto soledad, cuando dice de sí como
otra: “has terminado sola/ lo que nadie comenzó” (Pizarnik, 2003: 8). Por otra
parte, también en el mensaje se expresan palabras adyacentes, que por
sustitución corresponden a distintos niveles semánticos, pero que participan de
un mismo rango de isotopía para otorgarle una homogeneidad al poemario. La
muerte es uno de tales campos semánticos. Las dicciones memoria,
sombra, viajera, ausencia, palabras y espejo se
suplen entre sí, en distintas partes, para darle unidad al texto y sugerir, de
esta manera, la idea de muerte. Puede consultarse el poema 8, en el que la
incertidumbre es un lugar de la memoria donde vagabundea la sombra, símil de
Alejandra, del doble y del espejo, siempre y cuando se comparen con otros
poemas, como por ejemplo el 14 y 17. El primero de ellos es un miedo a la
muerte que se traduce en no poder decir la palabra; el segundo es claro por la
imagen de la autómata, y por la ambigüedad que se establece, entre el sonambulismo
y el funeral del sujeto de la enunciación.
La transnominación y similitud de los campos semánticos corresponden a
la ambivalencia de la locución; el sujeto poético practica la sustitución y
repetición de entidades lingüísticas para hacer más expresa la idea de
desdoblamiento.
14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.
(Pizarnik, 2003: 7)
El símbolo del espejo permite comprender la identificación y visión del
yo como un tú. Ese rasgo es explícito cuando en el enunciado, el yo se refiere
a sí como un tú, o bien, en el momento en que el yo se expresa en tercera
persona, como en el poema 14.[7] Estas entidades lingüísticas
reconocen la transformación no solo espacial, sino también temporal y
metafísica. El movimiento espacial se observa con los cambios de lugar, el
cambio temporal con las variaciones que han sufrido las cosas mismas y,
finalmente, el metafísico por la muerte del sujeto de la enunciación. Entonces,
“el sujeto se funda en una alineación forzada que se manifiesta como el revés
de la implicación del cogito cartesiano” (Moustafa, 2008: 118).
La expresión cogito ergo sum de René Descartes expone
la ontología del ser, pero a este planteamiento lógico, Lacan le aplica su
negativa y queda de la manera siguiente: o no yo pienso, o yo no existo.
Lacan sostiene que es la mejor traducción que se puede dar del cogito
cartesiano como punto de cristalización del sujeto del inconsciente, porque
corresponde a una ontología del ser del yo y no del ser. No pensar o no existir
exigen un extrañamiento y la alienación del sujeto. En parte, en ello consiste
la lógica del fantasma, pues la fragmentación del cuerpo, con sus faltas,
sueños y mundo visible, se presenta como un doble o espejo que se proyecta
desde el yo. Es la imagen del cuerpo propio lo que corresponde al imago,
el cual manifiesta realidades psíquicas y proyecciones que derivan del espejo.
Si bien se ha insistido mucho en la desintegración de la identidad,
correlativamente a eso ocurre una búsqueda de la semejanza entre los términos
del yo, a lo cual puede denominarse, bajo los conceptos lacanianos, como “la
formación del yo [je]” (Lacan, 1980: 15). Sería, pues,
intentar salir de la desesperación y de la escisión del yo.
Árbol de Diana, una simbolización del equilibrio
Como parte de la unidad textual, el título presume un significado y
orienta el análisis a descifrar los símbolos contenidos en él, por lo tanto, es
necesario relacionar esa simbología con el tema del poema. Para ello se
revisaron dos diccionarios que ayudaron a diagnosticar lo que significa cada
uno de los elementos del título: el árbol y Diana. Según Hans Biedermann
(1996), el árbol “es, al igual que el mismo ser humano, una imagen del ser
de dos mundos”. Dicha correspondencia vincula lo divino y lo humano, el
infinito y lo finito, arriba y abajo, universo y tierra. Esta serie de
relaciones implica el equilibrio y, quizá, la regeneración, si es posible
pensar en una descompensación entre los dos términos que conforman la unidad.
Como puede deducirse, el árbol también se refiere a la analogía y a la
dualidad, por lo cual, el árbol, en el poemario, simboliza la unidad y la
síntesis del yo; aunque ese mismo árbol, eje rector, puede padecer
la ruptura de su unidad, tal como ocurre con el sujeto poético, también es
posible su regeneración, la formación del yo. José Felipe
Fernández-Checa (2001), propone otra explicación, a saber, el árbol reúne en sí
los cuatro elementos: el agua, la tierra, el aire y el fuego. En general,
considera dos significados simbólicos: eje del mundo y paralelismo
con la vida.
Ambas definiciones tienen como argumento la unidad, conformada por dos
términos cuya síntesis establece un orden, mismo que se desestabiliza cuando el
espejo representa la irrupción en el yo. La síntesis queda liquidada y la
búsqueda de volver al orden provoca la desesperación, que culmina, finalmente,
en la muerte de la poeta y, por lo tanto, con la parte infinita del árbol.
Destruida la unidad, lo que resta es “un agujero en la noche/ súbitamente
invadido por un ángel” (Pizarnik, 2003: 10).
La otra parte de la relación corresponde al presumible mito de Diana,
nombre latinizado de Artémis. Robert Graves (2007) proporciona datos que hacen
pensar en el significado del mito. Según esto, Artémis es hija de Zeus y de la
mortal Leto, quien fue perseguida por la serpiente Pitón, enviada por Hera,
para impedir el alumbramiento, que se efectúo favorablemente en Ortigia, cerca
de Delos. Al nacer Artémis “ayudó a su madre a cruzar los angostos estrechos, y
allí, entre un olivo y una palmera que crecían en el lado septentrional del
monte Cinto, dio a luz a Apolo tras nueve días de parto” (Graves, 2007: 69).
También es considerada diosa virgen y del nacimiento, lo cual hace pensar en la
relación que pueda existir con el Árbol de la Vida.
Las explicaciones del árbol como representación de los contrarios pueden
ser infinitas, y para ser más breve, me interesa recuperar una relación que,
únicamente, se ha mencionado de forma implícita: vida y muerte. El árbol,
fuente de vida, y Diana, la que ayuda a los nacimientos, son aspectos presentes
en la obra de Pizarnik de modo latente, y se hacen evidentes a través del
examen de sus metáforas y metonimias.
Finalmente, el sujeto poético se relaciona con los símbolos expuestos en
la textualidad y en la semántica, porque el desequilibrio del yo lírico, además
de estar expresado lingüísticamente, también se encuentra en la unidad
constituida en la isotopía. La figura Pizarnik es símil del árbol porque
conforman una analogía, que funciona como metonimia, porque el predicado es
concedido a sujetos distintos e, incluso, por la semejanza existente entre
varios de sus términos. Cabe mencionar que, el desplazamiento, condensación,
identificación, transferencia y simbolización se articulan de forma latente
entre el yo de Pizarnik y el árbol. Así como se presupone un equilibrio que se
desplaza a una inestabilidad, la vida termina con caer, y esa caída implica la
muerte.
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de
fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate
caer y doler, mi vida.
(Pizarnik, 2003: 13)
Bibliografía
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Biedermann,
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Graves, Robert (2007), Los mitos griegos, 1, Madrid,
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Jakobson, Roman y Juan Ángel Magariños de Morentin (1973), ”Dos aspectos
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Mauron, Charles (1963), Des métaphores obsédantes au mythe
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Mehlman, Jefrey (1981), “Entre el psicoanálisis y la psicocrítica”, en
Juan M. Azpitarte Almagro (ed.)(1981), Psicoanálisis y crítica
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Moustafa, Satovan (2008), Lacaniana: los seminarios de Jacques
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Pizarnik, Alejandra (2003), Árbol de Diana, Buenos
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Real Academia de la Lengua Española (2011), Ortografía de la
lengua española, México, Planeta.
Villalobos, J. Pablo (2007), “Alejandra en el país de lo no visto (a
propósito de Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik”, en Signos
Literarios, núm. 5, enero-junio, pp. 109-128.
Notas
[1] En el
escrito presente me sujeto a la nueva ortografía que la Real Academia de la
Lengua Española ha sugerido en la nueva edición de 2010.
[2] Charles
Mauron (1963) avanza desde un camino diferente hacia el estudio de la
literatura, basado en algunos descubrimientos de Freud, y amplía la comprensión
de las obras literarias. Particularmente se centra en la genética de las
metáforas, considerando la biografía y el inconsciente con el resto del
proyecto literario. Jefrey Mehlman (1981: 46-66) explica el método psicocrítico
como un análisis de la metáfora, en cuyo constructo participa el inconsciente
del poeta. Lo interesante de esta crítica radica en descubrir cuáles son las
imágenes y metáforas más constantes y, por lo tanto, obsesivas, mediante el
diagnóstico de la semejanza y contigüidad entre ciertas palabras o símbolos.
Ello permite registrar el cambio que sufren las propias metáforas. No hay que
olvidar que tales modificaciones en las palabras corresponden al empleo de la
metonimia y la metáfora. Sobre esto último véase Roman Jakobson (1973).
[3] La melancolía
es uno de los males más antiguos registrados. Proviene de la palabra griega
μέλας, que significa negro y χολή, que es bilis.
Robert Burton (2006) realiza una descripción de sus síntomas y características,
de la misma manera presenta una teoría en torno a este síntoma. En un principio
fue considerada un humor. De los primeros en efectuar escritos sobre ella fue
Galeno, quien no supo decir de dónde procedía o cómo se originaba en el cuerpo.
Otros tantos autores, antiguos y modernos, dice Burton, han equivocado y
confundido entre melancolía y locura. Para leer la historiografía y la clase y
tipos de melancolía véase Burton (2006: 65-206).
[4] Frédérick
Pellion (2000: 137-169) expone de manera sucinta los orígenes de la formación
del concepto de melancolía. Realiza una revisión de los textos más antiguos,
orientando su hipótesis a la descarga de libido como uno de los factores del
síntoma. Por otra parte, también supone que, desde un inicio, la reflexión
freudiana sobre la melancolía está acompañada por la pregunta del correlato
intrasíquico del objeto sexual o perdido.
La cuestión de la identificación, por cuyo intermedio se
confiere a ese correlato igual objetividad —en el sentido del mismo poder de
realización— que la atribuida al propio objeto, es por lo tanto indisociable de
ella desde el comienzo. Desde ese punto de vista, podemos considerar Duelo
y melancolía, redactado veinte años antes que el escrito G, como portador
ante todo, de una nueva tentativa para reexaminar el papel de garante del
objeto exterior, pero de un objeto que ahora se presenta como faltante y ya no
como lo que remedia (2000: 141).
[5] La presencia
de la conceptualización del yo de Arthur Rimbaud está
registrada en el Árbol de Diana. Rimbaud dijo Je suis autre en
una carta dirigida a Durmé.
[6] Roman
Jakobson (1973) presenta su estudio de la metonimia y la metáfora como la
selección y combinación de las unidades lingüísticas a través de lo adyacente y
lo semejante de los términos. En la selección las entidades lingüísticas se
asocian en el código y están ligados entre sí por distintos grados de similitud
(metáfora). Contrario a ello, en la combinación las entidades se asocian en el
código y en el mensaje mediante una serie de alternancia y contigüidad (metonimia).
[7] El lector
puede reconocer estos rasgos lingüísticos en los poemas 16, 17, 19, 20, 22, 28,
34 y 36. Me parece excesivo citar todos los ejemplos, por lo cual solicito al
lector revisarlos. Baste señalar, solo dos de ellos, que pueden servir como
orientación para definir dicha característica de la escisión del yo.
17
Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días, sonámbula
y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta, se cuenta casas y
cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me lloro en mis numerosos
funerales. Ella es su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su
elemento místico, su fornicación de nombres creciendo solos en la noche pálida.
(Pizarnik, 2003: 8)
Este poema demuestra lo que son las transformaciones o metamorfosis
espaciales, temporales y metafísicas. La autómata se canta, se llora y es el
espejo ya muerto, ya quemado. El traslado del espejo como reflejo al espejo
como cenizas supone un cambio de tiempo y, por tanto, un cambio en el ser de
Pizarnik. Ella se asume como viajera, la que sufre las modificaciones.
34
La pequeña viajera
moría explicando su muerte
sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente.
(Pizarnik, 2003: 12)
(*) Fernando Salazar Torres (Ciudad de México, 1983) es Licenciado
en Filosofía y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma
Metropolitana (UAM-I). Ha publicado ensayo y poesía en diversas revistas
nacionales y extranjeras. Fue subdirector de la revista literaria el
golem. Ha publicado los poemarios Sueños de cadáver (2010) y Visiones
de otro reino (2015), ambos bajo el sello de El golem editores. Coordina
el taller literario CARPE DIEM. Actualmente se dedica a la Docencia.
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