CARLOS
CASTANEDA
LAS
ENSEÑANZAS DE DON JUAN
(Una
forma yaqui de conocimiento)
DECIMOSEXTA ENTREGA
PRIMERA
PARTE
“LAS
ENSEÑANZAS”
II
(7)
Domingo,
20 de agosto, 1961. (2)
Sentí que mis preguntas
lo molestaban. No hice ninguna más. Él siguió explicando que no había pasos
exactos para conocer a Mescalito; por tanto, nadie podía instruir sobre él a
excepción de Mescalito mismo. Esta característica lo hacía un poder único; no
era el mismo para todos los hombres.
En cambio, dijo don
Juan, la adquisición de un aliado requería la enseñanza más precisa y el
seguir, sin desviación, una serie de etapas o pasos. Hay muchos de esos poderes
aliados en el mundo, dijo, pero él sólo conocía bien dos de ellos. E iba a
guiarme a ellos y a sus secretos, pero de mí dependía escoger uno de los dos,
pues sólo uno podía tener. El aliado de su benefactor estaba en la yerba del
diablo, dijo, pero a él en lo personal no le gustaba, aunque gracias al benefactor
sabía sus secretos. Su propio aliado estaba en el “humito”, dijo, pero no
concretó la naturaleza del humo.
Inquirí al respecto.
Permaneció callado. Tras una larga pausa le pregunté:
-¿Qué clase de poder es
un aliado?
-Ya te dije: es una
ayuda.
-¿Cómo ayuda?
-Un aliado es un poder
capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Así es como un
aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría.
-Pero Mescalito también
lo saca a uno de sus propios límites. ¿No lo convierte eso en un aliado?
-No. Mescalito te saca
de ti mismo para enseñarte. Un aliado te saca para darte poder.
Le pedí explicarme el
punto con más detalle, o descubrir la diferencia entre ambos efectos. Me miró
largo rato y rio. Dijo que aprender por medio de la conversación era no sólo un
desperdicio sino una estupidez, porque el aprender era la tarea más difícil que
un hombre podía echarse encima. Me pidió recordar la vez que traté de hallar mi
sitio, y cómo quería yo encontrarlo sin trabajo porque esperaba que él me diese
toda la información. Si lo hubiera hecho, dijo, yo jamás habría aprendido. Pero
el saber cuán difícil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que existía,
me darían un peculiar sentido de confianza. Dijo que mientras yo permaneciese
enclavado en mi “sitio bueno” nada podría causarme daño corporal, porque yo
tenía la seguridad de que en ese sitio específico me hallaba lo mejor posible.
Tenía el poder de rechazar cuanto pudiera serme dañino. Pero si él me hubiese dicho dónde estaba el sitio, yo jamás
habría tenido la confianza necesaria para considerar esto como verdadero saber.
Así, saber era ciertamente poder.
Don Juan dijo entonces
que, siempre que un hombre se propone aprender, debe laborar tan arduamente
como yo lo hice para encontrar aquel sitio, y los límites de su aprendizaje
están determinados por su propia naturaleza. Así, no veía objeto en hablar del
conocimiento. Dijo que ciertas clases de saber eran demasiado poderosas para la
fuerza que yo tenía: hablar de ellas sólo me acarrearía daño. Al parecer sintió
que no había nada más que quisiera decir. Se levantó y fue rumbo a su casa. Le
dije que la situación me abrumaba. No era lo que había pensado ni deseado.
Dijo que los temores
son naturales: todos los sentimos y no podemos evitarlo. Por otra parte, pese a
lo atemorizante que sea el aprender, es más terrible pensar en un hombre sin
aliado o sin conocimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario