CARLOS
CASTANEDA
LAS
ENSEÑANZAS DE DON JUAN
(Una
forma yaqui de conocimiento)
VIGESIMOPRIMERA ENTREGA
PRIMERA
PARTE
“LAS
ENSEÑANZAS”
III
(5)
Domingo,
1º de setiembre, 1961 (1)
El jueves 7 de
setiembre fue un día muy claro y caluroso. Don Juan parecía muy complacido con
el buen augurio y repitió varias veces que probablemente yo le había caído bien
a la yerba del diablo. La raíz se había remojado toda la noche, y a eso de las
10 a.m. fuimos detrás de la casa.
Él sacó la palangana de
la artesa, la puso en el suelo y se sentó al lado. Tomó la bolsa y la frotó
contra el fondo. La alzó unos centímetros por encima del agua y la exprimió,
para luego dejarla caer. Repitió los mismos pasos tres veces más; luego desechó
la bolsa, tirándola en la artesa, y dejó la palangana bajo el sol ardiente.
Regresamos dos horas
después. Don Juan sacó una tetera de tamaño mediano, con agua amarillenta
hirviendo. Ladeó la palangana con mucho tiento y vació el agua de encima,
conservando el sedimento espeso acumulado en el fondo. Vació el agua hirviendo
sobre el sedimento y dejó nuevamente la palangana en el sol.
Esta secuencia se
repitió tres veces a intervalos de más de una hora. Finalmente, vació casi toda
el agua de la palangana, inclinó esta a modo de que recibiera el sol del
atardecer, y la dejó.
Cuando regresamos horas
después, estaba oscuro. En el fondo de la palangana había una capa de sustancia
gomosa. Parecía almidón a medio cocer, blancuzco o gris claro. Había quizá toda
una cucharada cafetera de esa sustancia. Don Juan llevó la palangana a la casa,
y mientras él ponía agua a hervir, yo quité trozos de tierra que el viento
había echado en el sedimento. Se rio de mí.
-Ese poquito de tierra
no la hace daño a nadie.
Cuando el agua hervía,
virtió poco más o menos una taza en la palangana. Era la misma agua amarillenta
usada antes. Disolvió el sedimento formando una especie de sustancia lechosa.
-¿Qué clase de agua es
esa, don Juan?
-Agua de flores y
frutas de la cañada.
Vació el contenido de
la palangana en un viejo jarro de barro que parecía florero. Todavía estaba muy
caliente, de modo que sopló para enfriarlo. Tomó un sorbo y me pasó el jarro.
-¡Bebe ya! -dijo.
Lo tomé
automáticamente, y sin deliberación bebí toda el agua. Era un poco amarga,
aunque su amargor era apenas perceptible. Lo que resaltaba mucho era el olor
acre del agua. Olía a cucarachas.
Casi inmediatamente
empecé a sudar. Me dio mucho calor y la sangre se me agolpó en las orejas. Vi
una mancha roja delante de mis ojos, y los músculos de mi estómago empezaron a
contraerse en dolorosos retortijones. Tras un rato, aunque ya no sentía dolor,
empecé a enfriarme; el sudor literalmente me empapaba.
Don Juan me preguntó si
veía negrura o manchas negras frente a mis ojos. Le dije que lo veía todo rojo.
Mis dientes castañeteaban
a causa de un nerviosismo incontrolable que me llegaba en oleadas, como
irradiando del centro de mi pecho.
Luego me preguntó si
tenía miedo. No encontraba yo sentido a sus preguntas. Le dije que obviamente
tenía miedo, pero él me preguntó nuevamente si tenía miedo de ella. No
comprendí a qué se refería y dije que sí. Él rio y dijo que yo no tenía miedo
en realidad. Me preguntó si seguía viendo rojo. Todo lo que yo veía era una
enorme mancha roja frente a mis ojos.
Tras un rato me sentí
mejor. Gradualmente desaparecieron los espasmos nerviosos, dejando sólo un
cansancio doliente, agradable, y un intenso deseo de dormir. No podía tener los
ojos abiertos, aunque oía la voz de don Juan. Me dormí. Pero la sensación de
estar sumergido en un rojo profundo persistió toda la noche. Incluso soñé en
rojo.
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