JULIO
HERRERA Y REISSIG
POLÉMICA
CON ROBERTO DE LAS CARRERAS
CUARTA ENTREGA
El
atentado contra la ONDA.
¡Reissig
marital!
¡Merci
Monsieur! Como dice el poeta del PAN contestando a mi reclamo
con una caricia aduladora. No agregaré como él: ¡Mille Fois Merci! Porque esa gatería no ha sido nunca francesa. Es
una versión mimosa del castellano.
Es increíble que Samain
no haya enseñado a Reissig a escribir correctamente el francés, habiéndole
regalado todos sus versos.
Nótase que la lengua de
la fineza, de la distinción que según Tailhade “posee la última vibración
atómica de los cuerpos” no es para ser hablada por el hombre de las patadas augustas. El francés huye por
instinto de una musa que come pan con los chiquitos y se solaza con resuellos.
¡Pretende Reissig que
yo siga sus huellas espirituales y literarias! Es como si mi espejo me acusara
de imitarlo.
Entre los gestos que
religiosamente refleja se halla el de mi evocación parisiense.
Reissig no se da cuenta
de que yo al nacer di mi primer vagido en griego y el otro en francés, comprendiendo
que este último es el griego de la época; en una palabra, hice la traducción
del vagido con el espíritu de discernimiento el cual hace que algunos poetas
imperfectos de los cuales no gusto declaren “un cometa” desorbitado…
Yo no puedo menos de
agradecerles este resentimiento por mi crítica.
Reissig, si bien es
cierto es un marido nato, está lejos de ser un parisiense de la misma
categoría. Al contrario de mí, pretende hablar francés después de hallarse saturado
de un español que en vano, yo, su amparo intelectual, quise extraerle
yodurándolo estéticamente, provocando su juicio a los afinamientos; tratando de
empavesar su inteligencia, de hacerle posible la originalidad, llevándolo por
el camino de la discreción al amor de las cosas bellas, mientras con don galano
podaba su estilo de los excesos malignos, de los adjetivos que se parecían, que
se parecen aún a cadáveres que lleva una corriente…
Reissig el empollado de
mi benevolencia crítica, me da la impresión de una mascarita que delira hacerse
pasar por Gautier y a la cual yo, gran conocedor de disfrazados de Literatura
contesto: Te conozco, tú eres el canario Reissig, descendiente de una de las
siete familias famosas… tus antepasados, en su vida política, distinguiéronse
como tú en el rapto. No me extraña pues que robes las piedras preciosas a los
sueños de los verdaderos estetas.
Con el mismo candor que
lo hace digno de ser comido a besos con que se disfraza de francés,
pretendiendo apoderarse de la ciudad que yo luciera en la boutonnière, sueña opíparamente Reissig haber sido consagrado por
las burbujas estrepitosas de mi champañe (sic) verbal!
Mi apóstata hace justicia
a la importancia que representa mi elogio. Si él llora como dice en la
despedida de su artículo. Es porque como lo confiesa, doliente, en otra parte, “las
manos que ayer le acariciaban hoy le castigan”.
Yo no tengo ningún
motivo para ocultar que mis elogios eran tan poco sinceros como los que él
mismo, con coquetería felina, me prodigara.
Cuando yo comprendí que
mi discípulo no sería nunca un artista, que mi esfuerzo divagaba en vano frente
a sus irreductible metáforas semejantes a ídolos etíopes, desenfrené la ironía
del ditirambo, dejé a la admiración con los senos flojos.
Roberto
de las Carreras
(La Tribuna Popular, año XXVII, Nº 9231, Montevideo, abril 23 de
1906, pág. 2, cols. 4 y 5).
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