LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTODECIMOTERCERA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO CUARTO
8 (2)
Cuando preso de una
crisis de alienación mental, corro por el campo, llevando oprimida contra mi
corazón una cosa sangrante que conservo desde hace mucho tiempo como una
reliquia venerada, los chicuelos que me persiguen… los chicuelos y las viejas
que me persiguen a pedradas, lanzan estos gemidos lamentables: “Esa es la
cabellera de Falmer.” Apartad, apartad, por lo tanto, esa cabeza calva, lisa
como el caparazón de la tortuga… Una cosa sangrante. Pero soy yo mismo el que
habla. Su cara oval, sus rasgos majestuosos. Pues creo, en efecto, que era más
débil. Las viejas y los chicuelos. Pues creo, en efecto… ¿qué quería decir?...
pues creo, en efecto, que era más débil. Con brazo férreo. Ese golpe, ese
golpe, ¿lo mató? ¿Se destrozaron sus huesos contra el árbol… irremediablemente?
¿Lo mató ese golpe provocado por el vigor de un atleta? ¿Ha conservado la vida,
aunque sus huesos estén irremediablemente destrozados… irremediablemente? ¿Ese
golpe lo mató? Temo llegar a saber aquello de lo que mis ojos cerrados no
fueron testigos. En efecto… En especial sus cabellos rubios. En efecto, hui
lejos con una conciencia en adelante implacable. Tenía catorce años. Con esta conciencia
en adelante implacable. Noche tras noche. Cuando un joven aspirante a la
gloria, en un quinto piso, inclinado sobre su mesa de trabajo a la hora
silenciosa de la medianoche, percibe un murmullo que no sabe a qué atribuir,
vuelve hacia todas partes la cabeza, agobiada por la meditación y los
manuscritos polvorientos; pero nada, ningún indicio descubierto que le
revele la causa de lo que oye tan
débilmente, aunque, con todo, lo oye. Al final advierte que el humo de su
bujía, elevándose hacia el techo, provoca a través del aire ambiente, las
vibraciones casi imperceptibles de una hoja de papel colgada de un clavo fijo
en la pared. En un quinto piso. Así como un joven aspirante a la gloria percibe
un murmullo que no sabe a qué atribuir, del mismo modo oigo yo una voz
melodiosa q ue pronuncia a mis oídos:
“¡Maldoror!” Pero antes de descubrir su engaño creía oír las alas de un
mosquito… inclinado sobre su mesa de trabajo. Sin embargo, no sueño; ¿qué
importa que esté acostado en mi lecho de raso? Conservando mi sangre fría hago
la observación perspicaz de que tengo los ojos abiertos aunque sea la hora de
los dominós rosas y de los bailes de máscaras. ¡Jamás!... ¡Oh, no, jamás!...
¡Una voz mortal hizo oír esos acentos seráficos, pronunciando con tal dolorosa
elegancia las sílabas de mi nombre! Las alas de un mosquito… ¡Qué voz
benevolente!... ¿Entonces me ha perdonado? Su cuerpo fue a estrellarse contra
el tronco de una encina… “¡Maldoror!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario