CARLOS
CASTANEDA
LAS
ENSEÑANZAS DE DON JUAN
(Una
forma yaqui de conocimiento)
VIGESIMONOVENA ENTREGA
PRIMERA
PARTE
“LAS
ENSEÑANZAS”
III
(10)
Martes,
26 de diciembre, 1961 (3)
Colocó tres piedras en
torno al fuego y puso encima la olla. A todos los ingredientes añadió algo que
me pareció ser un gran trozo de cola de carpintero, así como una olla de agua,
y dejó hervir la mezcla. Las plantas de datura tienen, por sí solas, un olor
muy peculiar. Combinadas con la cola, que produjo un fuerte olor cuando la
mezcla empezó a hervir, creaban un vapor tan acerbo que yo debía contenerme
para no vomitar.
La mezcla hirvió largo
rato mientras seguíamos inmóviles, sentados frente a ella. A ratos, cuando el
viento llevaba el vapor en mi dirección, la pestilencia me envolvía, y yo
aguantaba el aliento en un esfuerzo por evitarla.
Don Juan abrió su
morral y sacó la figurilla; me la dio cuidadosamente y me indicó ponerla en la
olla sin quemarme las manos. La dejé resbalar suavemente hacia la papilla
hirviente. Él sacó su cuchillo, y por un segundo creí que iba a cortarme de
nuevo; en vez de ello, empujó la figurita con la punta del cuchillo y la
hundió.
Observó la papilla
hervir durante un rato más, y luego empezó a limpiar el mortero. Lo ayudé.
Cuando terminamos, puso contra la cerca el mortero y la mano. Entramos en la
casa, y la olla quedó toda la noche sobre las piedras.
Al amanecer, don Juan
me dio instrucciones de sacar la figurilla de goma y colgarla del techo mirando
hacia el este, para que se secara al sol. A mediodía estaba tiesa como alambre.
El calor había sellado el pegamento, y el color verde de las hojas se había
mezclado con él. La figurilla tenía un acabado brillante, extraño.
Don Juan me pidió
descolgarla. Luego me dio un morral pequeño que había hecho con una vieja
chaqueta de ante que yo le llevé tiempo atrás. El morral era igual al que él
mismo tenía. La única diferencia era que el suyo era de cuero café suave.
-Mete tu “imagen” en el
morral y ciérralo -dijo.
No me miraba, y
deliberadamente mantenía apartado el rostro. Una vez que tuve la figurilla
dentro del morral me dio una red para cargar y me indicó poner allí la olla de
barro.
Caminó hasta mi coche, me
quitó la red de las manos y la ató a la tapa abierta del compartimiento de
guantes.
-Ven conmigo -dijo.
Lo seguí. Rodeó la
casa, describiendo un círculo completo en el sentido de las manecillas del
reloj. Se detuvo en el zaguán y circundó la casa de nuevo, esta vez en
dirección contraria, regresando otra vez al zaguán. Permaneció inmóvil algún
tiempo, y luego se sentó.
Estaba yo condicionado
a suponer un significado en todo cuanto don Juan hacía. Me preguntaba cuál
podría ser el de dar vueltas a la casa, cuando él dijo:
-¡Caramba! Se me olvidó
dónde lo puse.
Le pregunté qué
buscaba. Dijo haber olvidado dónde dejó el brote que yo debía replantar.
Rodeamos la casa una vez más antes de recordar el sitio.
Me mostró un pequeño
frasco de vidrio sobre un pedazo de tabla clavado a la pared, debajo del techo.
El frasco contenía la otra mitad de la primera parte de la raíz de datura. El
brote mostraba un incipiente crecimiento de hojas en su extremo superior. El
frasco contenía una pequeña cantidad de agua, pero nada de tierra.
-¿Por qué no tiene
tierra? -pregunté.
-No todas las tierras
son la misma, y la yerba del diablo debe conocer sólo la tierra en que vivirá y
crecerá. Y ahora es tiempo de devolverla a la tierra, antes que la dañen los
gusanos.
-¿Podemos plantarla
aquí cerca de la casa? -pregunté.
-¡No! ¡No! Cerca de
aquí no. Debe regresar a un sitio de tu gusto.
-¿Pero dónde puedo
encontrar un sitio de mi gusto?
-Eso yo no sé. Puedes
plantarla donde quieras. Pero hay que velar por ella, porque debe vivir para
que tú tengas el poder que necesitas. Si muere, eso significa que no te quiere,
y no debes molestarla más. Significa que no tendrás poder sobre ella. Por eso
debes cuidarla y velar por ella, para que crezca. Pero no vayas a consentirla.
-¿Por qué no?
-Porque si no es su
voluntad crecer, de nada sirve sonsacarla. Pero, eso sí, demuéstrale que te
preocupas. Tenla limpia de gusanos y dale agua cuando la visites. Esto debe
hacerse cada cierto tiempo hasta que tenga semilla. Después de que las primeras
semillas germinen, estaremos seguros de que te quiere.
-Pero, don Juan, no me
es posible cuidar la raíz como usted dice.
-¡Si quieres su poder,
debes hacerlo! ¡No hay otra manera!
-¿Puede usted
cuidármela mientras no estoy aquí, don Juan?
-¡No! ¡Yo no! ¡No
puedo! Cada quien debe alimentar su propio brote. Yo tuve el mío. Ahora tú debes tener el tuyo. Y
sólo cuando dé semillas, como te dije, podrás considerarte listo para aprender.
-¿Dónde piensa usted
que debo replantarla?
-¡Eso es para que tú
solo lo decidas! ¡Y nadie debe saber el lugar, ni siquiera yo! Así es como hay
que replantar. Nadie, pero nadie, puede saber dónde está tu planta. Si un
extraño te sigue, o te ve, toma el brote y corre para otro lado. Cualquiera
podría causarte un daño como no te imaginas con sólo manosear el brote. Podría
lisiarte o matarte. Por eso ni siquiera yo debo saber dónde está tu planta.
Me alargó el frasquito
con el brote.
-Agárralo ya.
Lo tomé. Entonces me
llevó casi a rastras a mi coche.
-Ahora debes irte. Ve y
escoge el sitio donde replantarás el brote. Escarba un agujero hondo en tierra
blanda, junto a un lugar con agua. Acuérdate: tiene que estar cerca del agua
para crecer. Haz el agujero con las puras manos, aunque sangren. Pon el brote
en el centro del agujero y haz un pilón alrededor. Luego remójalo con agua.
Cuando el agua se hunda, llena el hoyo con tierra blanda. Después escoge un
sitio a dos pasos del brote, en esa dirección (señaló hacia el sureste). Haz
allí otro agujero hondo, también con las manos, y tira en él lo que hay en la
olla. Luego quiebra la olla y entiérrala hondo en otro lugar, lejos del sitio
donde está tu brote. Cuando hayas enterrado la olla, regresa con tu brote y
riégalo otra vez. Entonces saca tu imagen, sostenla entre los dedos donde está
la cortada y, parad; en el sitio donde enterraste la cola, toca apenas el brote
con la punta de la aguja. Da tres vueltas al brote, parándote cada vez en el
mismo sitio a tocarlo.
-¿Tengo que seguir una
dirección específica al dar vueltas a la raíz?
-Cualquier dirección es
buena. Pero debes siempre recordar en
qué dirección enterraste la cola y qué dirección tomaste al rodear el brote.
Toca apenitas el brote con la punta todas las veces menos la última: entonces
la clavas hondo. Pero hazlo con cuidado; arrodíllate para afirmar la mano,
porque no debes romper la punta dentro del brote. Si la rompes, estás acabado.
La raíz no te servirá de nada.
-¿Tengo que decir algo
mientras doy la vuelta al brote?
-No, eso lo haré yo por
ti.
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